Otra vez agua. Desde que el médico dijo que tenía que estar muy hidratada me dan un jeringazo de agua cada media hora o ¿Cada hora? No sé. Ni veo, ni casi oigo y no siento ninguna necesidad física. Solo quiero que me dejen tranquila con mis pensamientos. Me da igual comer, beber o dormir. Estoy sola en la nebulosa de las sombras y luces de mi pasado. No sé si estoy en mi casa o en un hospital. A veces me parece que es mi familia quien me atiende. Me llegan voces lejanas que creo dirigidas a mí llamándome mamá, abuela, señora…Yo que sé. Sé que soy muy vieja y que estoy a un hilo del final. Tanto temer a la muerte y a mí me da igual que venga ya. Hace tiempo que estoy dispuesta. Tengo puesto mi último traje, ya hice mi última oración, ya me despedí de los míos.
Es curioso lo bien que me acuerdo cuando jugaba con mi hermana, mis primas y mis amigas al corro, a la gallinita ciega, al esconder, a la comba. Ese momento es lo único que identifico con la felicidad. El resto de mi vida siempre con lutos, con tristeza, congojas y desamparo. Pronto faltaron mis padres y mi hermana. Quedé sola en la vida desde niña.
En el internado de las monjas siempre, todo el año. Salíamos los domingos a primera hora de la mañana a misa, a la cercana iglesia del pueblo y luego nos quedábamos jugando en el patio del colegio hasta el almuerzo. Siempre igual, hasta el verano, en que pasaba con mis tíos un mes en un balneario siempre rodeada de mayores. Me sentía vieja cuando llegué a la pubertad. Hacía poco tiempo de mi Primera Comunión cuando me casaron con un amigo de mi tío que me doblaba la edad.
Y luego muchos hijos, muchas enfermedades y muy sola, aunque estaba rodeada de sirvientas y de conocidos de mi marido, al que por cierto veía muy poco, ya que estaba siempre de viaje por los negocios. Cada vez que volvía me quedaba embarazada y otra vez a empezar con las fatigas, los mareos y las medicinas.
Tuve nueve hijos y tres abortos. Los que Dios me quiso mandar.
Algunos murieron de pequeños: De diarreas, meningitis, otro ahogado en el pozo de la huerta y el último ya con catorce años o así de escarlatina.
Siempre me recuerdo llorando y rezando. Me consolaba mucho rezarle a Sta. Teresita del Niño Jesús. Me identificaba con ella y con todos los niños santos, porque en el fondo y aún hoy que soy muy vieja, me veo como una niña, con mi vestido blanco de raso y una cinta rosa en la cintura atada detrás con una gran lazada, y mi diadema del mismo color.
Por qué todo no siguió siempre igual que entonces, entre juegos, excursiones y helados. Y papá y mamá.
Que poco tiempo tuve para quererlos, para recibir sus besos y sus abrazos. Ellos que nunca hicieron mal a nadie y que todo a su alrededor era felicidad. Que vedad es que Dios se lleva pronto a los mejores.
Por qué no me dejaran tranquila. Por las voces, creo que me quieren dar de comer. Pero no tengo ganas.
Solo quiero irme ya. Seguro que me lo voy a pasar estupendamente con los niños que seguro habrá allí donde sea que vayamos.
Y por fin veré nuevamente a mis padres y a mis primas y a mi hermana. Y juraremos al corro, a la gallinita ciega, al esconder, a la comba.
La última la queda.