Vivíamos con lo justo, sin lujos, pero no por eso
iba a dejar a mi familia sin playa en el mes de Agosto, claro que con mi
trabajo y sin vacaciones, sólo podríamos ir los fines de semana, por lo cual
cuando llegó el primer sábado nos dispusimos a coger el coche e irnos a
Mazagón, una playa cercana y sin demasiado bullicio.
Llevábamos casi todo lo necesario para pasar el día:
sombrilla, butacas, toallas, alfombrillas, cubitos y palas, etc. La intendencia
la componía una nevera con bebidas, fiambreras con filetitos empanados,
salpicón de marisco, tortilla de patatas y varias cosas más que no vería hasta
la hora del almuerzo.
Mientras desayunaban mi mujer y los niños, me
acerqué a por el periódico y el pan, y eran sobre las diez de la mañana cuando
nos pusimos en camino con una temperatura ya en Sevilla de 30º.
El camino resultó entretenido, pues entre las
canciones, las adivinanzas, el “veo-veo” y todo lo que se les ocurrió a María y
a los chicos, el viaje se hizo corto, y eso que hubo que parar dos veces para
hacer “pis”.
Bueno ya estábamos en la playa, así que cargamos con
todo y fuimos hacia una zona tranquilita donde plantamos nuestra sombrilla. Los
niños empezaron a jugar con sus palitas y cubos, no sin antes embadurnarlos de
crema para que no se quemaran, y ya cuando nos quedamos en bañador mi mujer y
yo, nos fuimos con ellos pertrechados de flotadores a darnos el primer chapuzón
de la temporada. ¡Qué buena y limpia estaba el agua!
Y con juegos, pelota y baños, fuimos llegando a la
hora de comer algo. Los refrescos y el agua estaban heladitos y la comida
riquísima por lo que dimos buena cuenta de todo. Había que respetar la digestión-siesta,
así que mientras los niños jugaban ante la vista de María que leía una novela,
yo me eché un sueñecito.
Estuvimos casi todo el resto de la tarde bañándonos
y jugando a la pelota los cuatro, así que a una hora prudencial y ya bastante
cansados de agua y sol, emprendimos el regreso antes que nos cogiera la
tremenda caravana de coches que se formaba a últimas horas de la tarde.
Y sin ningún incidente digno de mención, llegamos
nuevamente a nuestra casa, donde entre los dos bañamos a los niños, cenaron
algo de fruta y los llevamos a la cama; estaban reventados de día.
Ya más tranquilos María y yo, nos duchamos juntos
por lo que fue imposible ponernos los pijamas, dándonos el premio del amor al
final de aquel maravilloso día de playa con nuestros hijos.
Y el lunes a trabajar, pues yo era uno de los
escogidos que tenía un trabajo estable y medianamente remunerado, por lo que me
abracé a María y me quedé dormido soñando con que lo único que deseaba es que
todo siguiera igual para nosotros siempre.
¿Se pude esperar hoy en día mayor felicidad y
alegría?
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