Era una de esas mujeres
todo-terreno que además de llevar a sus hijos y marido hacia delante, trabajaba en un puesto directivo de una gran
empresa, por lo que tenía dos trabajos y un solo sueldo, y aunque su cónyuge
ayudaba en todo lo que podía, nunca me expliqué como lograba sacar tantas cosas
en un solo día.
En una jornada cualquiera de
la semana, pongamos el martes que le hice el seguimiento, se levantó a las 5,45
para salir a correr, ya que se estaba preparando para hacer una maratón, e
hiciera frío o calor, y aunque fuera aún de noche, se lanzaba por esas
desiertas calles a trotar.
De vuelta en casa a las 7,
se duchaba y arreglaba, para a continuación
tomarse sus mueslis con yogur y semillas, y preparar a los niños sus desayunos
antes de empezar a levantarlos para el cole.
Ya vestidos y aseados los
peques y mientras desayunaban, ella se acababa de arreglar, cocía unos brócolis,
que junto a una manzana y un Actimel constituían su almuerzo, ya que aunque la
empresa le pagaba la comida en sus comedores, ella aprovechaba esa hora para
irse a jugar un partido de pádel.
Dejaba a los niños en el
colegio sobre las ocho y cuarto, y se dirigía entonces a su puesto de trabajo,
cuando con todo lo que llevaba ya en el cuerpo parecía ya haber concluido una
jornada laboral.
A sus hijos lo recogía una
señora que tenía por horas trabajando en su casa, porque ella, salvo excepciones,
nunca volvía de trabajar antes de las ocho y media de la tarde.
A esa hora, se iba al súper
mercado antes de llegar, donde compraba la lista de cosas que hacían falta en
casa, o corría a alguna tienda a comprar o descambiar alguna prenda de la
familia.
Tenía la suerte, de que al
llegar a casa ya estaban duchados los niños, por lo que se ponía a ayudarles en
los deberes que trajesen, les preparaba la cena y los acostaba.
Ya entonces tenía un poco de
tranquilidad, pero estaba reventada; preparaba cualquier cosa de comer para
ella y su marido, y aún le daba tiempo de leer un rato en la cama antes de
dormirse.
Y esto era su día a día,
salvo cuando tenía en casa a los abuelos, que aún no demasiado viejos, le
echaban todas las manos que podían.
Yo le pregunté un día si no
tenía estrés, y me dijo que no tenía tiempo de pensar en eso.
Desde aquí quiero homenajear
a toda esta pléyade de mujeres anónimas que luchan y trabajan en silencio, sin
quejarse, y con una sonrisa y una palabra amable siempre en sus labios.
¡Enhorabuena!, sois lo
siguiente de las mejores, aunque nunca os den ni medallas ni homenajes por todo
lo que hacéis.
En Madrid, a seis de marzo
del 2017
Jajajaja.... que peligro tienes.... no sé en quien te habrás inspirado para esta entrada. Te quiero. Besos
ResponderEliminar