Era un día innombrable, era
el fatídico día 13 de febrero en que toda su familia, padre, madre y sus
hermanos menores, los mellizos, habían fallecido en un horrible accidente hacía
ya varios años, pero Juan lo revivía cada día al despertar y cada año en esta fecha
como si se acabara de producir, como si le acabaran de dar la terrible noticia.
Cuando se despertó, pensó en
no levantarse de la cama, ya que no tendría trabajo ese día, pero sus dos
inseparables amigos Alberto y Santi, no paraban de llamarlo al móvil para que
se reuniera con ellos en el Casino de Cazalla de la Sierra de donde eran, y
ante tanto insistente cariño de sus únicos allegados, decidió coger el coche
desde la casa heredada de sus padres donde vivía en Constantina, y dirigirse a reunirse con
ellos, aunque maldita las ganas de almuerzo que tenía.
Luego de llegar y tomarse
las primeras cervezas se alegró, ya que aparte de sus inseparables, llegaron
amigos, conocidos y amigas de los tiempos de instituto, por lo que cuando se
sentaron a comer aquellos guisos caseros tan apetitosos, eran catorce.
Tuvo la fortuna de que se
sentó rodeado de chicas, que con su gracia y continuos coqueteos, lograron
distraerlo, por lo que la comida se alargó bastante, de forma que cuando se
encontró un poquito puesto por las continuas copas, se recluyó en una zona
apartada y solitaria donde estaba la televisión apagada en aquellos momentos,
de forma que se repantigó en un mullido sillón orejero y se quedó dormido.
Era tardísimo cuando
despertó, anocheciendo, y el camarero le comentó que sus amigos se habían
marchado, que todo estaba pagado, y que Santi había insistido en que lo llamara
para reunirse con él, pero no quería y además, estaba triste y cansado
nuevamente, con lo que ni llegó a encender el móvil no fuera que le
insistieran, y lo que quería era irse a su casa ya.
Estaba cayendo una densa
niebla y lloviznaba, con lo que después de tomarse un café doble sin azúcar, se
puso al volante del Golf y quería regresar sin prisas, ya que la tarde-noche no
estaba para correr.
Iba pensando en el accidente
de su familia, en cómo había truncado su vida, su proyecto de estudiar
medicina; en fin, por qué preocuparse ya
de lo inevitable.
Sucedió en el peor momento
de aquella desapacible noche; con una espesa niebla y la lluvia que, aunque no muy
fuerte, no paraba de caer, al salir de
aquella cerrada curva, aquel joven se precipitó delante de su vehículo, y
aunque frenó con todas sus fuerzas y el coche quedó clavado en el asfalto, vio
el cuerpo estrellarse contra el parabrisas y salir despedido por encima del
coche.
Nervioso y sin salir de un
angustiado asombro, bajó a la carretera parta ver de auxiliar a la víctima del
atropello. Buscó por todos lados a derecha, izquierda, delante y detrás sin
encontrar ni rastro del accidentado, y observó con asombro que el coche no
tenía ni el menor rasguño ni porrazo. ¡Qué extraño todo aquello!
Retiró el coche de la
calzada y encendió un pitillo, buscando
nuevamente a su alrededor a la víctima sin resultado, por lo que en vista de lo
cual siguió su camino hasta el pueblo, con idea de denunciar el hecho en el
momento en que llegara.
Conocía al guardia civil que
lo atendió, que iba tomando notas en el ordenador conforme le explicaba. Inspeccionó
el coche que brillaba con la humedad, pero que no tenía ni el menor rastro en
la carrocería, y el guardia le pidió ir de nuevo al sitio del suceso, esta vez
en el patrullero de la Benemérita.
Llegados al sitio donde se
veían claramente las marcas de la frenada, buscaron y buscaron con sendas
linternas, pero nada, ni rastro de la posible víctima.
De vuelta en la comandancia, el guardia quiso
mostrarle fotos de posibles personas que vivían en los alrededores, y al pasar
una de las páginas, nuestro amigo señaló gritando: “¡Este, este muchacho es el
que yo he atropellado!”
“¿Estás seguro Juan, tan
claro lo tienes?”
“Si, si seguro. ¿Lo conoces,
quién es?”
El guardia se quedó muy serio mirándolo fijamente, lo tomó
por el brazo suavemente y se volvieron a sentar.
El silencio quedó roto con
las palabras del agente:
“Juan, ese muchacho que has
reconocido como el que has atropellado, es Venancio Arrasate, y ha muerto en el
mismo sitio donde están las frenadas, pero el año pasado”.
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