Salió de allí con la mente
en blanco, no había dicho ni adiós. Caminó sin rumbo en aquel neblinoso y desapacible
día de enero, y tan concentrada estaba en no pensando en nada, que ni las conversaciones
ni el rugido de los coches la sacaban de aquella concentración.
Ahora que su vida, por fin,
parecía ya encarrilada, ahora aquello. Se recordó de adolescente, tan “especialita”
como había sido, luego cuando llegó a la universidad y encarriló sus ansias de
formación; después, empezó a tontear con Juan, y en el último curso de carrera
se habían casado, sobre todo por sus respectivas familias, a quien no pudieron
ocultar su incipiente maternidad.
Vinieron años duros para
simultanear el trabajo con el cuidado de su hija, y después todo empeoró cuando
su marido decidió comenzar una nueva vida con una jovencísima rubita compañera
de actividad. Un divorcio mal avenido, reproches familiares, precariedad
laboral, hasta que cuando las cosas ya no podían ir a peor, su vida empezó a
enderezarse.
Se metió en una cafetería de
aquella calle acuciada por el frío, sentándose en una mesa apartada del ruido de
la televisión y pidió un café con leche, y como siempre hacía desde tiempo
inmemorial, sacó su agenda y empezó a escribir las palabras “positivo y
negativo” en dos columnas separadas por una raya.
Tenía a su hija como el
mayor bien de su vida a la que estaba muy unida, tenía por fin un trabajo
estable, no tenía agobios económicos; ¿Felipe?, ¿Lo ponía, era positivo..? No, de
momento no lo ponía por lo que tachó su nombre.
Luego miró fijamente la
palabra negativo que encabezaba la otra columna en blanco, y no se le vino a la
cabeza nada más que una terrible palabra: Cáncer.
Volvió a quedarse en trance jugueteando
con el bolígrafo y mientras el café se le quedaba frío.
Aquello fue un mazazo.
Cuando el médico le dijo que tenía un quistecito en el pecho izquierdo y que era
maligno, no se podía creer que esto le
pasara a ella.
Bueno, pues ya estaba
escrito en la libreta, y así visto y comparando las dos columnas, aquello sólo
era un tropiezo del que saldría como había salido de todos los anteriores.
Cerró la agenda y pidió otro
café, pues le apetecía algo caliente y el primero estaba helado. Después de
todo, aquello lo superaría. Se lo debía a su hija, y que corcho, ella era una
luchadora y estaba convencida que aquello era un tropiezo que sabría
encarrilar. Conocía a amigas que ya habían pasado por aquello.
Salió a la calle donde el
sol empezaba a salir tímidamente, y sin pensárselo dos veces, se fue al Corte
Inglés a comprarse aquel bolso que le gustaba.
¡Día a día, minuto a minuto,
la vida sigue! Y tú tienes derecho a disfrutarla.
Precioso papi. Te quiero. un beso
ResponderEliminarGracias, hija.
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