Ahora, después de estos años
que yo creía de una felicidad que nunca acabaría, se me cae la venda de los
ojos, y aquí sentado en este banco de un parque, me abrigo para pasar esta noche
brillante de estrellas, aunque la mía no está; se apagó sin avisar.
Podría ir a pasar la noche a
casa de algún amigo, ¿me quedarán
después de hoy?, pero no quiero tener que dar explicaciones, o a cualquier
hotel (hasta ahí llevo dinero), pero prefiero quedarme aquí, en esta soledad
donde sólo se escucha el chirrido de un columpio movido por la brisa, algún
coche de vez en cuando, y alguna lejana sirena de ambulancia o policía. Quiero
pensar en lo ocurrido, y si soy capaz de poner los títulos y el fin de la película de mi vida, empezaré de cero
en lo que me quede de existencia.
Tengo una edad media, que
cuando sucede un trágico descalabro de
cualquier índole, (despido del trabajo, divorcio, una enfermedad incurable, la
muerte de alguien muy querido) cosas así, tienes palabras y soluciones para los
demás, pero ¿y cuando te sucede a ti?
Acabé la carrera muy joven y
enseguida tuve trabajo de investigador en una planta bioquímica, y un mal día
conocí, entonces no lo pensaba así, en una visita guiada por la empresa a la
que sería mi mujer.
Era un grupo heterogéneo de alumnos
de último curso de una elitista universidad privada, y una de las chicas no
paraba de hacerme preguntas, algunas capciosas, sobre todo lo que les mostraba
y les explicaba, hasta que ya después de acabar la visita e irse todos, me
esperó para invitarme a una copa y aclarar algo, que por lo visto no le había
quedado claro.
¿Cómo oponerse a la
invitación de unos preciosos ojos verdes y aquella juguetona sonrisa infantil?
Y ahí empezó lo que nos llevaría a enamorarnos, casarnos y después de un año de
sentirme como en las nubes, llegaría nuestro hijo Alfonso.
Para entonces yo era un
hombre florero, ya que mi mujer resultó ser la hija del dueño de aquella
factoría donde empecé y de un montón de negocios más. Vaya, que era una rica
heredera, por lo que me dieron un sueldazo y un despacho de concejero (de los
que se llaman despachos de vía muerta), y era un hombre feliz y enamorado, pero
hoy lo puedo decir, en todo y por todo un directivo cuchara, ya que ni cortaba
ni pinchaba.
Pero después de muchos años
hoy he visto, me ha mostrado podríamos decir, el problema que ni veía ni
intuía, y además me lo ha desgranado serena y miserablemente sin privarse de nada, de la A a la Z.
En todo lo que ha largado no soy capaz de reconocerme, ni de reconocer a la más
dulce de las mujeres.
Estaba con otro hombre al
que creí mi amigo, y ahora pienso que esperaban mi llegada para dar lo nuestro
por acabado, como si se tratara de cualquier despido a un empleado que ya no
sirve porque no ha cubierto sus objetivos.
Ella tiene, porque son
suyos, la casa, el dinero, nuestros bienes, sólo tengo derecho a compartir con
ella nuestro hijo, y ya me ha avisado que será moneda de cambio si es que quiero
sacar algún beneficio de este desaguisado.
¡Pobre niña rica!
Pues así están las cosas, y
renuncio a todo menos a mi hijo, aunque con los medios que tienes mi ex, seguro
que me lo pone difícil, pero lucharé.
Lo demás me da igual, creo
que encontraré trabajo aunque me tenga que mudar de continente.
Me acabaré la botella y los
cigarrillos mirando amanecer este día de despedidas.
¡Hace una noche magnífica para tener algo que celebrar!
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