Como cada año y a pesar de
que el abuelo había muerto hacía ya tiempo, empezaron a llegar, a la casa
familiar los hijos, nietos y biznietos de aquella gran “troupe” que conformaba
la familia Gómez, a celebrar más que nada el único encuentro al que no se podía
faltar; el cumpleaños de D. Arturo que dejó viuda a Toñi, pues así llamaba todo
el mundo a la abuela, y que a pesar de sus noventa y tantos años, tenía una
salud y un humor envidiables.
Cada quien cuando iba
entrando besaba a Toñi, dejaba su regalo y se dirigía a sus aposentos donde
pasaría aquel fin de semana. No faltaban camas para nadie, pues el tumulto era
un desbarajuste bastante bien ordenado por la matriarca.
Y como siempre, empezó la
gran comedia de esta atípica familia, donde cuando se producía algún roce entre
los que no se llevaban especialmente bien, alguien soltaba algún chiste o hacía
alguna payasada para quitar hierro al asunto y a otra cosa.
Todo empezó con el extravío
del hámster de María, al que alguien había abierto la jaula y no aparecía por
ningún lado.
Le siguió un acalorado
enfrentamiento entre el “facha” de la reunión Toño, con su hermano Gerardo que
había venido con su marido Iván, y que según su irritado hermano tenía siempre
la mejor habitación porque traía siempre el regalo más caro, “y claro, una cosa es que
hubiera que comulgar con ruedas de molino con la maricona, y otra que encima
nos toque los huevos”.
Por otro la trágica Mónica,
siempre llorando junto a la abuela quejándose de las infidelidades de su
marido, del que “como lo amaba profundamente y compartían un hijo, no se quería
separar”.
Luego estaba el miembro de
la familia que estaba en política y que siempre decía que pronto su jefe de
filas le nombraría subsecretario o incluso ministro, pero como siempre, seguía
de funcionario de medio pelo, aunque se las daba de enterado de lo que ocurría
por los pasillos del Congreso, de la Moncloa e incluso sobre los entresijos de
la Zarzuela. Todo un casposo tipo.
Mención aparte merece el
benjamín de los hijos, Sebastián, un “viva la virgen” ya cuarentón y
donjuanezco, al que acompañaba su última nueva novia veinteañera Luisa, (Lú era
su nombre de guerra de gran vedette en
el putiferio del Gran Hermano VIP), que abrió la primera botella de cava para
brindar por el homenajeado, y que ya no soltó su copa en todo el evento, aunque
iba cambiando su contenido y libaciones poniéndose cada vez más “gracioso”, ya
que no paraba de lanzar sus dardos amatorios y sus largas manos a todas las
presentes.
Hasta tenían entre ellos a
un sacerdote, Gregorio, que muy serio y sin dejar de comer a todas horas,
repartía sus concejos a todos y todas que quisiera escucharle un minuto, aunque
la realidad es que todos le tomaban el pelo y se reían descaradamente a su
costa.
Como eran un grupo
organizado, varios “criados y criadas”, en realidad todos estudiantes hijos de
amigos, ayudaban en estos días en lo que hiciera falta. Ya hablaré en otra
ocasión de este variopinto grupito al que había que “echar de comer aparte”.
Los vástagos menores eran
siete pero parecían veinte; sueltos y revueltos con la protección de la abuela,
estaban dedicados a las puñeterías propias de la edad. Lo último y más notorio
de sus fechorías fue que subieron a Tomasín a un árbol y lo amarraron, y sólo
cuando un adulto escuchó sus lloros, alaridos y maldiciones, lo bajó entre las
ocultas risas de los demás cafres. ¡Ah! Y al orondo gato Crispín, le habían
pegado cascaras de nueces en las extremidades, con lo que el pobre animal no
podía ponerse en pié.
Por fin todos se sentaron a
la enorme mesa a comer, entre las pullas de siempre, las peleas sobre antiguas
contiendas y las repetidas libaciones con múltiples brindis, hasta que llegó la
gran tarta de chocolate y cantaron el cumpleaños feliz apagando las velas del evento, entre
lagrimitas de la abuela, las peleas de los críos que querían más tarta y las
meteduras de patas de alguno y alguna pasado de copas.
Destacar algunos episodios
de la reunión.
Al “obispo”, apelativo con
el que se referían a Gregorio, lo descubrieron a las dos de la mañana acabándose
la tarta que había sobrado.
Mónica la quejosa y llorona,
fue sorprendida detrás de unos arbustos semidesnuda, copulando con uno de los
chicos del servicio.
Al hámster de María, lo
salvaron “in extremis” al sacarlo chamuscado del horno cuando la abuela iba a
meter la tarta.
Toño, en mitad del almuerzo
y sintiendo arcadas irreprimibles, se desahogó en el bolso de una de sus cuñadas.
A la VIP, la descubrieron
desnuda en una hamaca de la piscina tomando baños de luna, y bebiendo a morro
de una botella de vodka.
Y por último la abuela que
tenía la glucosa por las nubes, se tomó las pastillas con sendas cucharadas de
auténtica miel de abejas entre las risas de los presentes.
Al final lo de siempre;
besos, lloros, recomendaciones, y como siempre, una postrera bendición del cura
perdonándonos los pecadillos de aquellos
días.
Qué bien lo pasamos, y ya
vendrá otra ocasión propicia.
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