Se levantó temprano, como siempre, con una extraña sensación de ahogo, con un tremendísimo deseo de salir a fuera, a espacios abiertos.
Se duchó dejando caer el agua mansa sobre su cabeza, quería pensar en algo que le daba vueltas al cerebro, pero que incompresiblemente, no lograba fijar.
Seguía teniendo una necesidad apremiante de escapar a la calle, de andar por anchos y etéreos volúmenes donde sentir el aire y reclamar a la naturaleza tomar posesión de sus ganas de todo.
Por fin ya estaba fuera, donde comenzó a caminar tranquilo, pero con una decisión no asumida, en la que solo sus piernas mandaban sin brújula ni tiempo, andar por andar.
Iba tan concentrado en si mismo que no oía nada, solo un murmullo de ruidos y voces quedas, como de no querer molestar.
Llevaba ya andando bastante tiempo cuando se paró a mirar en donde se encontraba, ya que no reconocía ni las casas ni las calles que su vista abarcaba. No estaba cansado, por el contrario se sentía tremendamente ligero, como si fuera levitando y sus pies apenas rozaran el suelo.
Al rato, sintió antes de ver, que ya no había casas ni aceras, solo el campo en todo su esplendor de primavera, y un angosto camino por el que transitaba solo, con sus pensamientos inconexos.
No sabía a dónde le llevaban sus pasos, pero se sintió pleno de libertad, con la mente ligeramente confundida, atraído como por un imán que cada vez lo llamaba mas fuerte hacia algo desconocido, y al que dirigía sus pasos con todas sus fuerzas.
Cada vez se presentía más ligero, casi flotando, pero sin dejar de mover las piernas. A lo lejos veía un horizonte de llanuras salvajemente verde, que acababa donde empezaba el azul nebuloso del cielo.
Sin saber por qué, se sintió quieto en un extraño paraje donde terminaba el campo y empezaba una tierra arenosa de muy escasa vegetación, como si de un punto y aparte de la naturaleza se tratara.
Iba en volandas, ya que no tenía dificultad para andar por este arenal en que se había convertido el camino. Al momento y sin avisar, olió y se vio frente al mar que lo llamaba a voces, con dulzura pero imperativamente.
Sin dejar de mirar al horizonte fue andando despacio hablando con alguien que no veía pero que entendía perfectamente.
Fue entrando en el agua y sintió como sus pies desaparecían, luego su tronco y al final supo que solo la cabeza seguía con él, pero que también se iba por momentos difuminando en la nada.
Se fue fundiendo poco a poco, poro a poro, completamente mezclado con la inmensidad, con el Todo.
Y al fin fue feliz porque se sintió libre, descansado, desprendido de la tara del cuerpo que lo comprimía.
Se sintió sólo espíritu intangible, sin naturaleza propia. Puro.