Habían venido unos amigos aprovechando la Semana
Santa, y como el tiempo era muy malo y no habían salido las Cofradías con sus
pasos a la calle, decidimos reunirnos a cenar en mi casa, donde uno de estos
amigos me contó lo que le había pasado a su hijo hacía poco más de un mes.
Utilizaré para el relato nombres, datos de
carreteras y lugares ficticios, y os recuerdo que esto es una mera suposición,
con lo que cada cual lo puede interpretar como quiera, aunque en los periódicos
se cuentan de vez en cuando, por suerte escasamente, casos parecidos.
El hijo de mi amigo, Carlos y su novia Lola, venían
de estar en una fiesta con sus amigos conduciendo ella, pues él había bebido
algo y además carecía de carnet de conducir, cuando como era relativamente
temprano, entraron en una venta de la carretera para tomar algo y charlar un
rato, ya que las cosas entre ellos no iban excesivamente bien.
Se encontraron el bar cerrado, con lo que se
sentaron en el coche tranquilamente a aclara sus cosas, cuando una luz intensa
de un coche que llegaba los deslumbró, pero siguieron hablando normalmente cuando
dos G.C. aparecieron por las ventanillas del coche dándoles un susto enorme y
los conminaron pistola en mano a bajarse del vehículo.
Una vez fuera les obligaron a que levantaran las
manos y abrieran las piernas, haciéndoles un cacheo intenso, sobre todo a ella
a la que registraron y toquetearon los dos, y cuando Carlos se zafó del guardia
indignado, recibió una patada en sus partes que lo tiró al suelo. Su novia
empezó a llorar y a preguntar el por qué de aquella vejación.
Los pusieron contra el vehículo y les dijeron que
venían frenando y haciendo eses por la carretera, por lo que le iban a
practicar la prueba de alcoholemia. Lola les dijo que era ella quien conducía y
que no había bebido. Dijeron que el que conducía era él y que si se negaba a
hacérsela se lo llevaban a la comandancia.
Muy nerviosos les comentaron que Carlos no tenía
carnet de conducir, con lo que sin que mediara palabra esposaron a este y lo metieron
en el coche policial, llevándose la
documentación, los teléfonos de los dos y las llaves del coche, dejando allí
plantada a Lola llorando como una loca. Uno de ellos con risas, le dijo por la
ventanilla que se había quedado con ganas de “aviarla para que supiera lo que
era un hombre”.
Los guardias iban conduciendo entre risas, fumándose
un porro y hablando por la radio con una mujer que parecía muy amiga de ambos.
Llegaron al cuartelillo y sin quitarle las esposas a Carlos, le quitaron los
zapatos y el cinturón y lo introdujeron en una celda de 2 x 3 metros con barrotes.
Habrían pasado dos o tres horas cuando se presentó
otro guardia que le quitó las esposas, y con medias disculpas y buenas palabras
lo conminó a firmar la denuncia que se había presentado contra él y que
presentarían ante el juez de guardia. Decía así:
“Sobre la 11.30 del día…., el acusado D. Carlos….
Mayor de edad y carente de antecedentes penales, conducía el vehículo… por la
carretera C-… en el término municipal de…, haciéndolo bajo los efectos de una
intoxicación alcohólica precedente, lo cual mermaba sus capacidades
psicofísicas para el manejo del vehículo a motor. El acusado circulaba frenando
bruscamente y volviendo a acelerar, oscilando en la vía pública, usando los dos
carriles de la vía, circulando en zigzag. Requerido por agentes de G.C. para
realizar la prueba de alcoholemia, el acusado se negó a la práctica de la misma
a pesar de ser informado de las consecuencias de la negativa. El acusado
circulaba sin tener licencia o permiso que le habilitase para ello por no
haberlo obtenido nunca”.
Dijo que no iba a firmar dicha denuncia por
considerar totalmente falsos los hechos, pidió hacer una llamada para avisar a
su padre y a un abogado, lo que con una risotada le negaron, volviendo a
cerrarle la celda y diciéndole que hasta que no firmara no lo soltaban y que su
novia estaba “muy buena”. ¿Qué hacer?
Mientras tanto Lola había salido corriendo de la
venta hacia la carretera donde paró a una camioneta, y luego de decirle al conductor
que había sufrido un accidente la dejó en un pueblo cercano, desde donde llamó
a sus padres para que no se asustaran por su tardanza e inmediatamente llamó a
su futuro suegro a quien contó todo lo ocurrido.
Mi amigo fue a buscarla hallándola con un ataque de
nervios. Una vez tranquila, fueron hacia el Cuartel más cercano para
interesarse por Carlos, pero les dijeron que no sabían nada. Que esperaran
porque iban a investigar.
Al poco les dijeron que esa persona había quedado
libre hacía casi una hora, pero la realidad era que el teléfono de su hijo
estaba desconectado, con lo que decidieron ir al juzgado de guardia para poner
una denuncia por los hechos y por la desaparición de su hijo.
Estaban esperando en el Juzgado de Guardia, cuando
mi amigo recibió una llamada de su hijo, con el ruego de que lo recogiera donde
estaba.
Encontraron a Carlos en un deplorable estado físico
y su novia se le abrazó en un mar de lágrimas. Carlos les contó todo lo que le
había pasado, con lo que los tres se dirigieron al Juzgado de Guardia, donde
denunciaron los hechos.
Contó cómo lo acojonaron, por lo que tuvo que firmar
todo lo que quisieron, que le habían devuelto las llaves del coche, los dos
móviles sin baterías, las carteras sin
dinero y encima lo amenazaron si decía algo.
El juicio era de los rápidos dos días después, con
lo que fueron todos con un abogado. Lo condenaron por cuatro delitos, dos de
ellos con cárcel, sin tener en cuenta nada de lo que atestiguaron Carlos y
Lola.
Al final quedó todo en 3.450 € y
retirada de Carnet de conducir o imposibilidad para sacárselo durante cerca de
año y medio.
La denuncia interpuesta por Carlos y Lola en el
juzgado de Guardia fue desestimada.
Casi un año después de estos hechos, me llamó mi
amigo y me contó que los dos G.C. que detuvieron a su hijo, habían sido detenidos
por múltiples denuncias, de las cuales dos fueron comprobadas, apartados del
servicio y acusados de un montón de delitos entre ellos, violación, tenencia de
drogas, robos con intimidación, ingresados en la cárcel y echados del cuerpo
con deshonor.
Es una pena que sucedan cosas como esta, pero
siempre en un cajón de naranjas suele haber alguna podrida y no por eso tiramos
las demás.