Era uno de tantos
días lluviosos que anteceden a la primavera y como siempre en los
últimos meses, Carmen me esperaba en la parada del autobús para dar una vuelta
después de acabar nuestro horario
escolar. Ambos teníamos alrededor de los quince años, y llevábamos paseando
nuestras simpatías hacia ya varios meses de ese año de 1965.
La recuerdo con una rebeca gris, menuda, casi rubia
y más bien bajita. Solíamos dar un largo paseo hablando del colegio, de lo que
nos gustaría hacer en el futuro y de todas esas tonterías que los chavales
suelen hablar en esa edad que decían del “pavo”.
Me impresionaba de ella como contaba de una forma
tremendamente expresiva las penalidades de su padre, que había trabajado en el duro trabajo de minero allá en Nerva, y que ahora arrastraba una enfermedad propia
del trabajo que había tenido. Eran gentes humildes como casi todos lo éramos en aquellos años, siempre luchando por
mejorar la vida de la familia y sobre todo empecinados en que los niños
estudiáramos para ser mejores y llegar a más que nuestros padres.
No llegué a saber si ella me gustaba o yo a ella
para haber llevado nuestra relación a algo más, pero la realidad es que en
todos los días que nos estuvimos viendo jamás se nos deslizó ni a ella ni a mí
una palabra en ese sentido, y eso que como es bien sabido, en esas edades las
hormonas hacen estragos.
En algunos momentos antes de dormirme, me preguntaba
si sería capaz de cogerle la mano y abrazarla, o aprovechando las zonas de
menos luz de la calle, arrinconarla hacia algún portal y besarla, más que nada
por saber a que sabían aquellos contactos que tanto ponderaban los mayores y
que tan idealizados estaban en las novelas o en el cine.
Algunas veces hablábamos de cocina, pues nos gustaba
inventar platos nuevos. Un día en su casa hicimos un yogurt natural que me
encantó.
Ella utilizaba leche condensada, pero yo que lo he
hecho muchas veces utilizo leche vaporizada “Ideal”. Salen tres o cuatro copa
según el tamaño.
Se coge la leche y se le añade azúcar al gusto y la
fruta que desees pasándolo todo por la batidora. Se le añade el zumo de medio
limón y se mete a la nevera hasta que esté frío. (Es en este proceso cuando la
leche se corta y se hace yogurt)
Una vez para servir se le puede añadir trocitos de
fruta o lascas de chocolate negro. Riquísimo.
Recuerdo que un día ya próximo el verano, me dijo
que se mudaba a un chalecito en una barriada nueva, de forma que quedamos en
vernos una tarde de la semana siguiente en una parada de autobús cercana a su
casa.
Fui a la cita aquel tormentoso día poniéndome
empapado y esperé durante hora y media pero ella no acudió, y como ninguno
teníamos teléfono perdimos el contacto y nunca más la volví a ver a pesar de
intentar por todos los medios localizarla.
Pasaron muchos meses de aquello, pero un día en casa
salió cierta conversación sobre las relaciones que yo debería tener y cuáles
no, y mira por donde mi hermana confesó que aquella amiga mía Carmen, estuvo en
casa preguntando por mí en dos ocasiones y que ella la había despedido de malas
maneras, ya que consideraba la jodida solterona, que era poca cosa para mí.
Que mentalidad más curiosa la de ciertas
familias entonces, pues aunque eran
pobres igual que el resto, bien por tener sonoros apellidos o pasadas
grandezas, miraban a los demás por encima del hombro.
El destino y sólo el destino nos lleva hasta donde
hoy estamos, sin poder llegar a imaginar lo que hubiera sido de nosotros si
hubiésemos tomado otro camino o relacionado con otras gentes, o llegado a
unirte a otra persona.