Hola a todos, soy Bernardo y esta es la historia de
mi “verano azul”.
Estábamos mi hermana y yo un “bastante cabreados”,
porque a nuestros padres se les había ocurrido una nueva brillante idea sobre
como pasar los veinte días de vacaciones veraniegas.
Unas semanas antes en la comida, nos explicaron que este año no habría playa ni rutas por el
extranjero, sino que nos iríamos de turismo rural, ya que era lo único que
entraba en nuestro presupuesto.
El lugar elegido era la Rivera del Huéznar en la
Sierra Norte de Sevilla, donde habíamos alquilado una casa cerca del nacimiento
del río, donde podríamos pescar, montar a caballo, recorrer rutas verdes en
bicicleta y hacer todas las cosas a lo que la naturaleza nos invita. Este año
como novedad, dejaríamos todos los teléfonos, la tablet y ordenadores en casa,
pues allí ni había cobertura telefónica ni llegaba internet. Eso sí; tendríamos
a nuestra disposición en la casa artes de pesca, bicicletas y hasta caballos si
queríamos montar.
Ante las sonrisas cómplices de nuestros
progenitores, nos quedamos más serios que un pavo en Navidad, sin saber que
decir. Después mi hermana primero y yo después empezamos a protestar porque lo
que nos proponían era un aburrimiento y además a mí me daban asco los bichos.
No sirvieron de nada nuestras quejas, así que el
último sábado de Junio montamos todos en el coche cargados hasta los mochos de
todo lo necesario, sobre todo vituallas y ropas de campo, y tras una minuciosa
inspección personal, tuvimos que dejar todos los aparatos electrónicos en casa,
emprendiendo el viaje hacia la “selva”.
Llegamos a primera hora de la tarde, y la realidad
era que el lugar era espectacular y en la casa no faltaba ninguna comodidad,
exceptuando la carencia de televisión, radio
y artilugios electrónicos. Menos
mal que había luz y agua.
Mientras bajábamos todo del coche entre risas y
bromas cómplices entre nuestro padres, nosotros estábamos tan callados y
tristes como si nos fueran a encarcelar.
La casa de piedra antigua, pero totalmente
restaurada, tenía en su parte delantera un porche con una gran parra, que
aparte de uvas proporcionaba sombra, y una gran mesa con bancos donde mi madre
organizó la cena a base de picoteo y un gran vaso de gazpacho. Todos nos
quedamos muy callados durante la puesta de sol, que era de una belleza
desconocida para nosotros.
Ya anochecido, no sabíamos qué hacer cuando mi madre
sacó una gran cantidad de libros dejándolos en una estantería que había junto a
la chimenea, tomó uno y se sentó a leer tirada en una hamaca del porche.
Mi padre sacó un cuaderno donde escribía cosas y
también se entretuvo. Mi hermana y yo nos miramos, para a continuación irnos a
por un libro cada uno camino de la cama.
Antes de desaparecer por las escaleras, mi padre nos
anunció que al día siguiente nos levantaría temprano pues iríamos todos a dar
una vuelta por los alrededores en bicicleta. Y punto.
Estaba amaneciendo cuando nos levantaron, nos
vestimos con ropas cómodas y bajamos a desayunar, observando como mi madre había
preparado tostadas de un gran pan que habíamos comprado por el camino, las
cuales con un tomate refregado y un chorreón de aceite de oliva estaban deliciosas,
si bien nos chocaba que no había cereales ni donuts en nuestro refrigerio.
Mi padre nos animó a coger las bicicletas que había
en el cobertizo, y llevando lo imprescindible para el paseo, iniciamos los
cuatro el recorrido por una ruta verde que había sido por donde antiguamente
pasaba el ferrocarril y que nos conduciría hasta el pueblo más cercano, San
Nicolás del Puerto.
Íbamos disfrutando del paisaje y comentando lo que
veíamos, por lo que se nos hizo corto el paseo hasta el pueblo. Mis padres
querían ver algunos monumentos, pero Mila y yo pasamos y nos quedamos
esperándolos sentados a la sombra en el bar de la plaza tomando un refresco.
Había poca gente, así que nos entretuvimos charlando
con el chaval que nos atendió que era de nuestra edad, cuando llegó una
guapísima morena de ojos verdes que con mucha familiaridad empezó a hablar con
nosotros.
Por lo visto habían quedado en ir por la tarde a pescar, invitándonos a nosotros a acompañarles.
Les contamos nuestra historia y donde estábamos parando, quedando al día siguiente
en que nos recogerían por la mañana para dar una vuelta en bicicleta por los
alrededores.
Me empezaba a gustar aquello, no sé si por los
nuevos amigos o por resignación cristiana.
Mis padres estuvieron de acuerdo, así que después de
comprar algunas cosas en el supermercado del pueblo, volvimos por el sendero
hasta nuestra casa de verano ya entrada la tarde con un hambre de mil demonios,
devorando una enorme tortilla de patatas que había preparado mi madre no sé cuándo
y una ensalada que nos supo a gloria.
Después de dormir una siesta reparadora, dimos una
vuelta por la margen del río, contemplando las enormes truchas y otros peces
que nos invitaron a chapotear en las cristalinas aguas, siendo ya casi de noche
cuando volvimos realmente cansados, comimos algo y nos fuimos a la cama pues ya
el día no daba para más.
Ya estábamos preparados y desayunados cuando
llegaron nuestros amigos a la mañana siguiente, así que nos dispusimos a la
marcha después de escuchar la retahíla de recomendaciones que nos hacía mi
madre, aguantando las risitas poco disimuladas de los colegas.
Fue un día increíble, pues todos los alrededores
eran de una belleza asombrosa. Fuimos al nacimiento autentico del río con sus
cataratas donde nos bañamos, visitamos una ermita muy antigua que nos encantó, cogimos
higos de una enorme higuera, y luego todo el contacto con esta naturaleza verde
y cantarina que no sabíamos que existiera. Comimos de los bocatas que nos echó
mi madre en las mochilas para todos, y bebimos agua del río que era fresca y potable e higos
de postre. La tarde la pasamos charlando sentados en la rivera, luego vimos
como ellos pescaron truchas, pero ¡Las devolvían al río! Qué lección nos
dieron.
Fueron muchos y estupendos días los que pasamos
aquel verano de “pobres”, por lo que el regreso nos resultó triste aunque
después nos vimos muchas veces con nuestro amigo y la “ojos verdes”…Bueno, eso
es otra historia que ya os contaré.