Estaba en un callejón sin
salida. Día a día, hora a hora se acercaba el cumpleaños de mi “Cari” y yo sin
dineros ni ideas sobre qué regalar en tan celebrado día, pues sus padres le
habían preparado una enorme fiesta, con una enorme tarta, y una enorme lista de
invitados para que dicho día pasase a los anales de la familia como el día “enorme”
en que la niña cumpliría dieciocho añitos.
Y yo el prometido, el novio,
“el chico que sale con Tina”, iba a quedar peor que un niño de “Primera
Comunión” vestido de naufrago.
Por enésima vez volví a
pasearme entre las secciones de música, libros, joyería y demás departamentos
afines de cuantas tiendas y Grandes Superficies estaban en mi entorno ciudadano,
pero es que todo estaba carísimo y además me había fijado en que las normas de
seguridad eran muy estrictas, y yo en los bolsillos con doce pelados euros.
¿Qué hacer? Porque el
momento se acercaba y yo tenía que tener un regalo para mi chica.
Agachado entre las
estanterías de sartenes y cacharrería, luchaba intentando quitar la alarma de
seguridad de un CD sin conseguirlo, cuando vi como saltaba la alarma en una de
las cajas de pago, y un fortachón agente de seguridad, registraba el bolso de
una muchachita que titubeaba y se excusaba cuando le sacaron un botecito de
colonia que no había pasado por el susodicho control.
Temblándome las piernas y
sin saber qué hacer, deambulé por todos los departamentos de los almacenes
aclarándome las ideas por si salía alguna buena, cuando me fijé en una señora
muy bien vestida y enjoyada, que a la vez que empujaba un carro hasta arriba de
todo, era arrastrada por un caprichoso niño de corta edad y horrorosos modales,
y cómo relatando y persiguiendo al “cafre” se dirigía desesperada a una de las
cajas.
Y se me ocurrió una idea que
podía salir bien.
Con mis escogidos discos en
la mano, me dirigí hacia donde la señora luchaba por poner las cosas sobre la
cinta para el cobro, a la vez que intentaba sujetar al pequeño para que no se
desmandara, ofreciéndome amablemente a ayudarla, lo cual aceptó encantada.
Fui poniendo todas las cosas
del carro en la cinta, incluyendo, como el que “no quiere la cosa”, mi regalo,
pasando éste por caja sin que la señora lo advirtiese.
Yo volví a meter todo lo
comprado en sus bolsas e incluso le llevé el carro hasta el coche guardándoselo
todo, pues el niño tenía un berrinche tal, que la abuela con todo lo que podía
no era capaz de controlar, incluso en el último momento hasta me dejó al
energúmeno mientras buscaba las llaves.
En el momento que cogí al
niño de la mano y le susurré algo, éste se cayó de inmediato, por lo que la
mujer no paraba de darme las gracias, hasta me insistió para que le aceptara
veinte euros de propina que no tuve más remedio que coger por no ofenderla.
Yo con la mejor de las
sonrisas le devolví al niño, preguntándome la dama que, “qué había hecho” para
que este se callara: “Nada, nada…” le dije, cuando la realidad es que al niño sólo le susurré al oído que “yo había matado a Papá Noel y a sus renos”, y
que él sería el siguiente si no se callaba.
Ah, y decir que luego volví
sobre mis pasos para que me envolvieran los CDs del conjunto favorito de mi “Cari”
para regalo, y que estaba feliz y contento con
mi “buena acción”, y por supuesto con los veinte eurazos más en mis
despoblados bolsillos.
Iba a terminar aquí esta
crónica del “Conseguidor de Regalos”, pero no. Voy a contar el epílogo.
Mi “Cari”, mi Tina, me dejó
a la semana de su fiesta de cumpleaños porque decía que “yo no cumplía sus expectativas
de futuro”.
Algo ya vería en mi.