jueves, 29 de octubre de 2015

Huida al ¿Paraíso?

Soy el único varón de una familia con tres hermanas mayores, por lo que al nacer me pusieron de nombre Baraka, que significa “bendición” en mi idioma, y fuimos los últimos en salir de un pueblo cercano a Alepo, (Siria), arrasado por las bombas y los combates puerta a puerta, que mi padre, maestro de la escuela rural, no quiso abandonar hasta que se marcharon todos los niños que quedaban.
Subimos a una vieja camioneta con lo poco y más valioso que teníamos, la vida, mis padres, los abuelos maternos, y toda la prole, con un largo camino por delante hasta nuestro paraíso soñado, Europa, donde no había guerras y la gente trabajaba y vivía con dignidad y con normalidad.
                                                                   


Queríamos llegar a Turquía, para desde ahí pasar a Grecia o a Serbia, ya veríamos por donde sería más fácil saltar los controles y las vallas que habían puesto para defenderse de nosotros, oleada de inmigrantes que huían del terror de la guerra,
¿Os imagináis cualquiera de vuestras familias expulsados de vuestra amada tierra para salvar la vida de los tuyos?
Con la vida teníamos bastante, aunque dejáramos atrás vivienda, trabajo, y muertos, muchos muertos de mi familia, de amigos y conocidos, y con los ahorros de toda la vida escondidos entre nuestras ropas para pagar cualquier coste, cualquier peaje que surgiera en el camino.
                                                                           
 
La camioneta la abandonamos a pocos kilómetros de la primera frontera de nuestro periplo, y empleamos mucho dinero para que en un viejo furgón, nos pasaran unos mafiosos hasta la frontera con Serbia donde nos dejaron tirados bajo un terrible aguacero que nos empapó en poco tiempo.
Yo iba subido a los hombros de mi padre, en los de mi abuelo, en brazos de mi madre y hermanas, o andando torpemente entre un fangal que  agarraba los pies al suelo de la parca envergadura de un niño de cuatro años.
Cuando llegamos a esta nueva frontera no nos dejaban pasar, pues había muchos soldados y policías, y una enorme alambrada para contener a la  cantidad de gentes agolpadas, en una zona baldía sin nada donde protegerse de la lluvia, nada que comer, y bebiendo de los charcos que se formaban.
                                                                 


Al segundo día al relente, unos voluntarios de la Cruz Roja, nos repartieron algo de pan y leche caliente a los niños, pero que compartimos toda la familia.
Al fin los que mandaban, subieron a varios autobuses a las familias con menores, pero una vez el camión en marcha, nos pidieron dinero si queríamos que nos llevaran hasta Austria, soñado paso hacia el paraíso europeo camino de Alemania, nuestra meta.
Estuvimos recluidos en un campo de refugiados de este último país varias semanas, y aunque tuvimos la suerte de coger una tienda de campaña y pudimos calentar los alimentos que nos daban, aquello se nos hizo interminable y desgraciadamente fatal, pues primero mi hermana Aisa y luego mi abuelo, enfermaron, y mi pobre abuelo tan amado, murió en poco tiempo de neumonía sin poder pisar la tierra prometida.
                                                                   


Y por fin, un ya inesperado día, pudimos entrar en Alemania después de un largo viaje en un tren renqueante y atestado de pobres gentes que sonreían ante la inminencia del último salto en nuestra huida hacia delante, para asentarnos en otro campo de refugiados, que aunque bastante mejor organizado, con alimentos, médicos y medicinas, nos fueron apuntando en listas y contando como ganado, para decidir a dónde nos mandaban.
                                                                       



Con esta mi historia y la de mi familia escrita por mi hermana Acta, sólo pretendo que abráis vuestras mentes y sobre todo vuestros corazones, en esta vuestra tierra que en otro tiempo también fue tierra de inmigrantes huyendo de otras guerras, de otras muertes, y que seguramente,  pasaron las mismas calamidades que nosotros para buscar alguna otra parte donde poder asentar las atormentadas almas de los que huyen del infierno.

jueves, 22 de octubre de 2015

Tiempos difíciles

Como cada mañana, aún sin haber amanecido, fue el primero en levantarse. Se preparó su café, tomó sus medicinas, (muchas), y empezó a mirar por la cocina y la nevera qué hacía falta, pues era el día 25 del mes, el que le ingresaban la pensión y había que reponer la desahuciada despensa, ya que con lo que ganaban su nuera y su hijo no cubrían sus necesidades; dos niños pequeños necesitan mucho.
Con la lista de la compra ya confeccionada, se dirigió al banco para sacar  dinero con la cartilla, sacando los euros que sobraban de ingresar en la cuenta común los gastos destinados a hipoteca y a luz.
                                                                  


Subió nuevamente a su casa, pues hacía un viento frío y tendría que abrigarse más. Ya estaban a punto de salir los padres a trabajar y los niños al colegio, por lo que dio un repaso de besos a todos y bromeó un poco con sus nietos, pues su humor, a pesar de las muchas adversidades de la vida, era envidiable.
En esta familia, la suya, aunque pobre, no faltaba la alegría.
Parado ante el portal vio como marchaban todos, los niños con sus enormes mochilas, y encendió un cigarrillo de los cuatro que se fumaba al día. Con ese vicio no había podido.
                                                                      


Cogió el pequeño y decrépito utilitario de más de quince años y que una vez más arrancó, pues era la forma de cargar las bolsas desde el lejano hipermercado al que iba, porque no le cobraban el IVA a los jubilados en los artículos de primera necesidad.
Se disponía a entrar con su carrito, cuando se le acercó una señora dándole una bolsa, para que si quería, donara algunos artículos para el Banco de Alimentos, ya que había gente que estaban peor que ellos y dependían de la caridad ajena para sobrevivir.
                                                                     


Bueno, que se le iba a hacer; aquello trastocó sus planes económicos, pues con el dinero que iba a destinar a dos columnas de la Lotería Primitiva y a tabaco, compró arroz, aceite, macarrones, garbanzos y lentejas, entregándolo a la salida a aquella colaboradora de la ayuda social.
Se entretuvo charlando un rato con aquellas admirables personas, ofreciéndose personalmente por si podía echar una mano en algo, y no dejó de observar que casi todo el mundo que salía dejaba cosas, pero que era más solidaria la gente humilde, eran más generosos los que menos tenían.
                                                                       


Camino de la casa iba pensando en todo esto a lo que habíamos llegado: El gobierno ayudando a los bancos con el dinero de todos y dejando desasistidos a las personas sin trabajo, desahuciando a quien no podía pagar la hipoteca, y para colmo, los que trabajaban lo hacían con efímeros contratos de muy poco dinero. Y los poderosos y los políticos corruptos, robando a mansalva.
No había derecho. No.
Bueno, pero habría que ir tirando a pesar de todo.


En Villanueva del Ariscal, a 22 de octubre del 2015


jueves, 15 de octubre de 2015

El retraso

Era una chica de su tiempo, aunque tremendamente introvertida que vivía en su mundo interior como si el entorno de su vida no le importara lo más mínimo, por eso una mañana muy temprano sus padres tuvieron una conversación mientras preparaban el desayuno antes de marchar cada uno a sus muchas obligaciones empresariales, ya que mantenían un alto nivel de vida que necesitaban mantener a toda costa, y se empleaban a fondo en estos malos momentos de la economía.
                                                  


-“Aurelio, quisiera comentarte algo.”
-“Dime.”
-“Vengo notando a tu hija rara en estos últimos días, y aunque ella es como sabes ya, me gustaría que la llevaras al médico y que le hiciera un buen reconocimiento”.
-“¿Qué es lo que le notas?”
-“No te lo podría explicar, pero tengo una intuición.”
-“Tu hija ya sabemos que es rarita, pero ¿Qué crees que le pasa?”
-“Conmigo no quiere hablar, ni ir a ningún sitio, pero a ti te hace caso, y es que creo que tiene retraso”.
                                                    


Se quedó un momento con la taza suspendida entre la mano y la boca como reflexionando, y dijo a su mujer:
-“Hablaré con mi amigo el Dr. Ocaña para ver cuando nos puede recibir, y la llevaré y saldrás de dudas, aunque yo la veo como siempre.”
Él la veía como una chica normal, un poco torpe en los estudios, que no tenía relaciones con nadie, que el supiese. Su único divertimento era el ordenador, la televisión y el móvil. Bueno en fin; ya veríamos.
A los pocos días, padre e hija, tomaron camino de la consulta del amigo médico, no sin que antes tuviera que convencer a la niña, que se negaba, por lo que tuvo que recurrir a la amenaza de desconectarla de lo poco que le gustaba, y de mala gana y con la silenciosa cara larga, iniciaron el camino.
                                                  


Aurelio, ya había puesto en antecedentes a su amigo, por lo que cuando llegó y después de los saludos y unas palabras intrascendentes para relajar el ambiente, quiso el doctor que sólo pasara la chica a su gabinete.
Después de casi cuarenta y cinco minutos, salieron ambos del encierro. Él sonriente, y la chica con la misma cara de asco con la que había llegado. El médico le dijo:
“Bueno, pues ya hablamos” y con un apretón de manos salieron de la clínica.
A las dos horas, después de despachar Aurelio las cosas más urgentes del trabajo, llamó a su amigo:
-“Bueno Manolo, dime algo que estoy sobre ascuas.”
-”A tu hija le he hecho un montón de pruebas, y de retraso nada.
                                                   


Tiene un coeficiente intelectual mediano bajo, pero sus aptitudes, sus razonamientos, sus dotes y conocimientos son como las de cualquier muchacha de su entorno y preparación. No creo que debáis preocuparos”.
-“Gracias amigo, te debo otra, y a ver cuando vienes con tu mujer a comer a casa, y de camino conoces mi nuevo chalet que ya han acabado después de dos largos meses de decorarlo. Un abrazo y gracias de nuevo.”
No vio a Inés hasta la noche, y ya en el dormitorio conyugal, le dijo:
-“La niña no tiene lo que decías. Manolo le ha hecho un exhaustivo reconocimiento y me ha dicho que es totalmente normal, que de retraso nada.”
Ella se quedó parada con la ropa a medio quitar, mirándolo intensamente con el enfado brillándole en los ojos.
-“Vamos a ver, yo no me he referido a que tu hija tenga retraso mental ni mucho menos, sino retraso menstrual, ¿Entiendes? Que creo que está embarazada.”
                                                       


Se le puso cara de tonto y descolocado en  otro planeta, y en silencio se metió en la cama pensando: “¿Mi hija embarazada con dieciocho años?”
Y efectivamente. Estaba hasta las trancas, y de nueve semanas.

Sorpresas, ¿Agradables?, ¿Desagradables?, que rompen la armonía de las familias.

lunes, 5 de octubre de 2015

Malditas sean las guerras

No había ninguna realidad en su cabeza y de todas formas le daba igual, no quería ver la horrorosa  certeza tallada a fuego en su mente, en un rincón inolvidable a pesar de su negación de los hechos. Nada le parecía creíble.
                                                                     


Sentado en la hamaca playera, en el porche del bungaló cercano a la playa, ni se acordaba de qué mar, ni de qué maldita costa, ni falta que hacía.
Se rellenó el vaso de whisky, ya que era lo único que le desdibujaba la mente y se la dejaba vacía por unos momentos. Había empezado a llover con furia en aquel lugar de cualquier parte, y la rabiosa tormenta le mojaba las piernas, pero no tenía ganas de retirarlas. Que más daba.
                                                                    


Y nuevamente el dañino recuerdo de volverse de la guerra harto ya de muertes inútiles y heridos condenados, de caos donde nadie distinguía al enemigo, de un todos contra todos, y aunque dejando atrás a las dos únicas personas que le importaban, o mejor dicho, que le concernían en algo, literalmente huyó, dejando en aquella mierda a su hermano y a su mujer, su amor de siempre, médicos de aquella ONG en que los tres  se embarcaron huyendo de la realidad aburrida de sus complicadas vidas, y aunque él sabía que estas dos personas, a las que tanto había querido, estaban juntas a sus espaldas en sus prolongadas ausencias de conferenciante, fenómeno de la cirugía, hacía tiempo que lo había asumido y le daba igual. Bueno, igual no, pero quería convencerse de que así era.
                                                                       


No. Se negaba a recordar. Pero las lágrimas ausentes en otras ocasiones, fueron las culpables de sentir en su corazón la rotura de esas vidas ¿Queridas? ¿Amigas? ¿Culpables?, que los bombarderos estadounidenses se llevaron para siempre, junto a aquel hospital perdido en las montañas de Afganistán, junto a otros compañeros y muchos pacientes, a quienes por supuesto, no se les preguntaba por su religión o por su pertenencia a este grupo o a aquel. Simplemente intentaban curarlos, coserles las heridas físicas y ayudarles en las penas de sus almas atormentadas. Nada más.
                                                                       


Muertos por fuego “amigo”, dijeron los matadores. ¿Puede la muerte ser amiga de alguien?
La furia de las aguas repiqueteando en la tarima, se confundían con las lágrimas de aquel hombre solo. Tremendamente despojado de todo. Solo.
                                                                      


Malditos los hombres que matan a hombres, aunque los grandes culpables sólo se enteren por la prensa. Ellos venden las armas que mataran a otros, pero no se sienten culpables. El que las utiliza tampoco, pues recibe órdenes y solo planifican donde caerá la muerte, y sólo la suerte hace que hoy no te toque a ti, que el proyectil o la bomba le toque a otro.
Con la muerte nadie se identifica, aunque los culpables saben que lo son.

¡Malditos sean por siempre! Y maldita sean las guerras. Todas las guerras.