Cuando se levantó, apenas
había amanecido un día que prometía calor, mucho calor, igual que ayer y
seguramente igual que mañana, pero la abuela ya estaba en la cocina delante de
un café con leche y la mirada ensimismada.
-Mamá, ¿por qué te has
levantado tan temprano?
-¿Es que no sabes que hoy es
día de Santiago y que le tengo que preparar al abuelo la ropa para la procesión
de esta tarde?, le respondió.
Su hija no dijo nada,
simplemente se sirvió otra taza del café recién hecho, y se sentó a su lado
cogiéndole una mano. Efectivamente hoy era Santiago, el día grande de las Fiestas
Patronales de Villanueva del Ariscal, importante efeméride para sus gentes,
pues saldría el santo, con los pasos de San Miguel Arcángel, San Francisco,
y la Inmaculada Concepción acompañando a
Jesús Sacramentado, ya que había una bula para celebrar hoy aquí el día del
Corpus Christi.
Una vez acabaron de tomarse
el café, la abuela besó a su hija en la frente y se dirigió hacia las escaleras
que comunicaban con los dormitorios, encontrándose por el camino a su nieto Antonio
que le preguntó lo mismo (qué pesados), respondiéndole ella:
-Voy a planchar el traje del
abuelo, ¿Quieres que te planche a ti algo para la procesión?
-No abuela, ya lo hizo mamá.
Una vez que Dolores acabó
con la plancha, embetunó y cepilló los zapatos negros de cordones, dejando unos
calcetines dentro del mismo color, y los puso junto a la cama, al lado de la
impoluta camisa blanca, la corbata, y el traje en su percha.
Y el día aunque de fiesta,
fue entrando en la cotidianidad propia de una familia más de esta bendita
tierra, y ya cuando la tarde empezaba a declinar y después de regar las
pilistras, la abuela se sentó en su mecedora en el patio frente a la escalera y
con la puerta de la calle a su derecha, a esperar que fuesen bajando todos
arreglados para la procesión, aunque ella en realidad al que tenía más ganas de
ver bajar era a su marido, alto, elegante y guapo, el único amor que tuvo en su
vida desde los catorce años.
Todos fueron saliendo
dándole un beso a Dolores, y esta cuando ya salían, dijo dirigiéndose a su
marido:
-Cuando acabe la procesión,
nos vemos en la puerta de la iglesia y me invitas a algo, que para eso hoy es
la fiesta del Patrón.
¡Cómo disfrutaba viendo a su
familia de fiesta!, pero ahora ella a pesar de sus ochenta años, iba arreglando
todo el desorden que los preparativos habían ocasionado, mientras vigilaba en
el horno la tarta de naranja que tanto le gustaba a su marido.
Cuando iba a recogerse la
procesión, madre e hija con toda la
familia, fueron a ver la entrada de los pasos con sus bandas de música, ya que
era el momento que más le gustaba del día.
Ya de regreso de nuevo en la
casa y con todos acostados, se volvió a
sentar en la cocina y a servirse otro cafetito aunque lo tenía prohibido por
las noches, cuando entró su hija y empezó a reñirle por la infracción, pero
Dolores sin escucharla le dijo:
-Viste lo guapo que iba tu
padre, el hombre más guapo del mundo portando el farol y con su media sonrisa,
¡Cómo lo quiero!
Su hija se quedó mirándola
para luego abrazarla mientras los ojos se le anegaban de lágrimas. El abuelo,
su padre, hacía nueve años que falleció, aunque la abuela seguía viéndolo y
hablando con él. No se resignaba.
Qué bellas las tradiciones
que pasan de generación en generación sin perderse, aunque siempre echemos de
menos a los que nos precedieron, a los que faltan.
En Villanueva del Ariscal, a
25 de julio del 2016