Ahora,
después de su muerte, hasta casi parece querido por la larga
familia lejana recién aparecida y muchos que, se dicen, eran sus
amigos. Hablo del “bueno” del tío Rafael, hermano de mi difunta
madre, que era un solterón meapilas, alto y delgado cual espárrago,
amargo de carácter y cortante en las tercas frases que muy pocos le
oyeron en su larga vida.
Conmigo,
sobrino de sangre y única descendencia que tenía, siempre se
comportó como mi segundo padre y casi como un amigo, quizás debido
a nuestras largas parrafadas sobre historia y literatura, que
siempre iban acompañadas por buenos vinos tintos o blancos, de
España o de cualquier lugar del mundo que tuviese cepas del gusto
más refinado que encontrarse pudiera.
A
su fallecimiento, debido a los noventa y tantos años que tenía, me
encontré con la sorpresa de que todos los bienes que poseyó en vida
los había puesto a mi nombre y declarado “heredero universal”,
incluso pagó los derechos reales o de herencia que comportaban sus
posesiones, según me comunicó su otro único amigo, el notario del
Ilustre Colegio de Madrid, D. Miguel Téllez y Olabarría; a saber:
Una
casa en el barrio de Santa Cruz de Sevilla, un ático con jardincito
y piscina frente a la Giralda, un piso en la Gran Vía de Madríd,
tres apartamentos en diferentes playas, y la perla: una enorme finca
de viejos viñedos con una tremenda y señorial construcción en
piedra, aneja a la bodega que pisaba y comercializaba el néctar
envidiado de aquellas uvas.
Pero
el verdadero misterio estaba, en que no había por ningún sitio
dinero en efectivo ni cuentas bancarias, y nada se sabía de las
múltiples acciones que constaba que tenía. Sólo existían las
cuentas que gestionaban su bodega y las que su administrador tenía
abiertas para los pagos de los gastos de sus inmuebles y los sueldos
de su personal, y que se nutrían de los dividendos que recibía,
pero incluso esta última, sólo disponía de dinero para pagar los
gastos más apremiantes.
Como
podréis imaginar, aunque en un principio me puse muy contento por lo
que aquello aliviaba mis penurias económicas, me encontré con un
problema que no sabía cómo iba a afrontar, pues la realidad sea
dicha, todo me venía un poco lo siguiente de muy grande.
En
estas estaba, cuando mi primera actuación fue confirmar a todo el
mundo en sus puestos incluido el administrador, y es de justicia
decir que este hombre también mayor, sería mis manos y mis ojos
hasta que once años después de aquello, falleció.
En
las largas conversaciones tenidas con D. Arturo, pues ese era su
nombre, me aseguraba que en alguna cuenta de España o en el
extranjero tenía que haber mucho dinero, pues era imposible pensar
otra cosa a pesar de que llevaba un gran tren de vida y realizaba
generosas dádivas, por lo que de común acuerdo encargué a una
empresa especializada en estos menesteres, una profunda
investigación. ¿Donde habría guardado el dinero Rafael?
(Continuará)
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