(Feliz día del libro)
Eugenia era librera por
nacimiento y vocación, ya que su familia hasta donde ella sabía, siempre se
había dedicado a este ruinoso negocio en una céntrica calle sevillana.
La librería que tenía la había
heredado de su familia, y desde pequeña y compaginándolo con sus estudios, había
trabajado codo a codo con sus padres en la tienda, y desde que sus padres faltaron
la había ido adaptando a los tiempos
cada vez más difíciles para este negocio. La cerró al público en el año 2001, y
continuó desde entonces especializándose en libros raros, antiguos y valiosos,
por lo que sus ventas se basaban en las relaciones, el boca a boca y desde
hacía un par de años a la oferta en internet.
Compraba libros a
particulares, en subastas y donde encontrara esos ejemplares que demandaba su
exquisita clientela, por lo que no le extrañó la llamada que recibió aquella
tarde.
Era la primera vez que
hablaba con este señor, D. Arturo Velázquez Casamayor, que estaba interesado en
una primera edición de “Rojo y azul” (Editorial Sedmay), de Jorge Luis Borges,
pero que tenía la particularidad de que llevaba una dedicatoria a un colega de
nombre Williams, otro de Giovani Papini , “Gog y El libro negro”, de editorial
Porrúa de México, y el más caro y raro, “Anales de la Corona de Aragón” de
Jerónimo Zurita, impreso en Zaragoza por Juan de Launaja en 1610.
Como siempre hacía, buscó
toda la información que pudo sobre este coleccionista, ya que algunas veces la
gente llamaba por curiosear o valorar lo que tenía o había heredado, pero sin
comprar. Ya con toda la información y el presupuesto hecho, devolvió la llamada
al nuevo cliente para verse y culminar las gestiones.
D. Arturo le comentó que por
estar limitado en su movilidad, quería que lo visitara en su casa, en la
elitista urbanización de “La Moraleja” de la capital, por lo que le reservó
para la semana siguiente una habitación en el Palace de Madrid.
En el taxi de camino al
hotel, iba pensando que no estaba por los lujos y menos en el trabajo, pero ya
que le había reservado ese hotel y que sólo era un día, se aguantó. A la mañana
siguiente a las 8, justo en el momento de salir hacia el domicilio del
comprador, le avisaron de recepción de que el chofer de este señor la esperaba
en la puerta para trasladarla.
Le llamó la atención que el
coche en que se montó era un antiguo Aston Martin pero totalmente nuevo, hasta olía la piel de los
asientos, pero lo que verdaderamente le impresionó fue el palacio dieciochesco al
que llegaron, en medio de modernas casas a cual más lujosas y con preciosos
jardines que se adivinaban a través de verjas y muretes.
El interior de aquella casa
parecía congelado en el siglo XVII, y lo que nunca en su vida había visto era
aquella espaciosa y ordenada biblioteca, llena de incunables y primeras
ediciones tras unas vitrinas; estuvo paseando entre tanta maravilla a la espera
de D. Arturo, que llegó al segundo en silla de ruedas empujado por una
enfermera perfectamente uniformada.
Charlaron durante unos
minutos de Sevilla, de escritores vivos y desaparecidos, de arte, hasta que la conversación
se centró en los libros y en especial en el trato que la había llevado hasta allí.
Sacó el encargo de su bolsa
de viaje, y durante varios minutos no se cruzaron palabra, tal era la avidez y
el brillo en los ojos que denotaba su cliente hojeando despacio y con guantes
los ejemplares.
En estas estaban, cuando
entraron un carrito con café, té y pastas, que le fueron servidos a ambos en
silencio total.
Todo estaba correcto y la
operación finalizada, y ya se iba a despedir cuando este hombre le pidió que lo
escuchara un momento, diciéndole esto:
“Al
igual que usted se habrá informado sobre mí, yo también lo sé todo sobre usted
y su familia, y me he llevado una grata sorpresa al investigarla.
Mi
padre conoció a su abuelo en el mundillo de los libros y eran buenos amigos, y
aunque estaban en bandos enfrentados durante la Guerra Civil, salvó a mi padre
del paredón de fusilamiento, y ese gesto nadie de mi familia lo olvidará jamás,
y aunque esto no ha influido en la compra de estos libros, permítame darle
efusivamente las gracias por todo, lo actual y lo anterior. Aquí tiene usted su
casa y un verdadero amigo.”
Se quedó muda sin saber que
decir, por lo que él viendo su azoramiento, cambió la conversación pidiéndole
que le informara de todo lo interesante que le fuera entrando, y le pidió un
abrazo y un beso de despedida, con los
ojos brillantes.
De vuelta en el hotel, se
tomó una copa de Marqués de Murrieta en el bar mientras pensaba en todo lo
acaecido. Que corto es el mundo, pensó, y a pesar de todo lo negativo que se cruza en tu vida sigue
habiendo gentes agradecidas.
Pero las sorpresas no
acabaron ahí, ya que por la mañana, antes de salir para la Estación de Atocha y
coger el AVE, al pedir la cuenta del
hotel le informaron de que todo estaba pagado.
Qué alegría si todas las
ventas fueran igual, se dijo sonriéndose en sus adentros satisfecha de su
trabajo.