Era una apacible y calurosa
tarde en aquel domingo de julio, aunque como decían los toreros “hasta el rabo
todo es toro”, y a media hora de que llegara el relevo de la noche en el
cuartel de la Guardia Civil de Olivares, sólo habían entrado una señora a la
que el marido le había dado una paliza y que al final no quiso poner la
denuncia, y un chaval al que habían cogido infraganti cuando robaba en un
chalet que creía abandonado.
Poco faltaba ya para el
relevo, cuando sonó el teléfono y escucharon la voz de un nervioso anciano que
decía que no sabía cómo, pues había frenado, pero que el coche no se paró y
había atropellado a alguien.
Llegada la patrulla donde se había producido el supuesto
accidente, encontraron sentado en un viejo coche a un señor muy mayor y en
estado de extremo nerviosismo y ansiedad, que según su documentación había
cumplido hacía poco los ochenta y seis años, el paragolpes del vehículo
abollado y un faro roto, pero ni rastro
del sujeto del porrazo.
El hombre explicó que venía despacio,
pero que algo se le cruzó por delante del coche, y aunque intentó frenar con
todas sus fuerzas no se quedó con el coche.
Los agentes, ayudados por
otra pareja de motos que se presentaron al tener noticias del suceso, empezaron
a buscar alrededor por ver si
encontraban algo, hasta que al poco descubrieron a pocos metros entre la
hojarasca reseca de un bosquecillo cercano, el cuerpo de una persona inerte,
que no respiraba y con un tremendo golpe en la parte baja del cuerpo, por lo
que llamaron a la ambulancia. Iba vestido con ropas deportivas que denotaban
haber estado haciendo algún deporte.
Llegado el médico, certificó
la muerte de aquel hombre de mediana edad que no llevaba documentación encima,
sólo un reloj de los que miden el recorrido, los quilómetros, etc.
El anciano resultó que no
tenía parientes cercanos, y quedó ingresado en el hospital donde le
suministraron ansiolíticos y relajantes, pero no pudieron sacarle ninguna otra
información que los datos de su carnet, ya que decía que había perdido el
móvil.
La grúa de la policía se
llevó el coche del lugar del accidente para que la científica investigara sobre
lo sucedido.
Todo era revuelo de los
agentes para intentar resolver el caso, según parecía, de un simple atropello
con muerte de aquel hombre que no lograban identificar, y ya era noche cerrada cuando se presentó una
señora con dos niños de la mano, parta denunciar que su marido había salido a
correr después de comer, y que era muy raro que no hubiese vuelto, que temía
que le hubiese ocurrido algo.
Y efectivamente, era la
víctima mortal de aquel accidente de media tarde, que dejaba esposa y dos hijos
de nueve y once años.
Toda la noche estuvo la
policía investigando el suceso, descubriendo que el aciano había sido profesor,
que estaba inmerso en un juicio como acusado de pederastia, y qué casualidad,
el muerto en el accidente era el principal testigo de cargo.
También descubrieron bajo la
rueda de repuesto del viejo vehículo el móvil del anciano, con el recorrido de
la víctima en el GPS, por lo que aquello había sido un asesinato premeditado.
Cuando acudieron al hospital
a detener al viejo, encontraron con que ya estaba vestido y dispuesto a
marchar, empezando a insultar a todo el mundo y a la policía cuando le
anunciaron que quedaba detenido por el asesinato de su exalumno Benito Albea
Pérez, del que había abusado reiteradamente cuando pasó por su clase, al igual
que de otros muchos que se fueron sumando a la denuncia, por lo que con aquel
asesinato no había conseguido nada.
Lo curioso es que sus
vecinos hablaban de una persona amable, culta y siempre dispuesta a ayudar. No
se puede uno fiar ya ni de un apacible e indefenso anciano.