Eran estadounidenses, y se
habían mudado a esa urbanización hacía poco tiempo. Ella daba clases de inglés
en un colegio de la ciudad, y él tenía un trabajo de consultor en la cercana
base americana de Morón de la Frontera.
No se relacionaban con nadie,
aunque Felipe por ser vecino, le había empujado el coche a ella una mañana y
por eso sabía algo de sus vidas, aparte de los gritos e insultos que salían de
aquella casa en los continuos enfrentamientos de este matrimonio o lo que
fuesen, sin hijos conocidos.
Estaba solo, pues su mujer
había ido a visitar a una hermana y no volvería hasta pasada unas semanas.
Una tarde del mes de julio
al llegar a casa, se dio cuenta de que el jardín de los americanos se estaba
inundando y el agua llegaba ya a la calle, y viendo que estaban aparcados los
dos coches de la pareja, decidió avisarles de lo que estaba sucediendo.
Había tocado el timbre
repetidamente y como nadie acudía a la llamada, cerró el grifo del jardín como
pudo ya que no cortaba correctamente el agua, y miró por los cristales de las
ventanas que tenían echadas las persianas, aunque por el resquicio de una oteó
el interior y no se veía a nadie, y ya se marchaba cuando se abrió la puesta.
Apareció el hombre
totalmente despeinado, con muy mala cara, y llevaba el pantalón corto, la
camiseta, brazos y piernas con muchas salpicaduras de sangre.
Le indicó con gestos lo que
pasaba, a lo que respondió dando las gracias y dándole con la puerta en la
narices.
Felipe se fue mosqueado
hacia su casa, pues aquello no le sonaba bien, ya que parecía que la mujer no
estaba aunque el coche estuviese en la acera, y esas salpicaduras de sangre…
Aquello le dio que pensar.
Estaba anocheciendo, y
Felipe seguía vigilando a sus vecinos por si veía algún movimiento y dudando en
llamar a la policía ya que aquello levantaba sospechas, cuando vio salir al
hombre cambiado de ropas y con dos enormes bolsas de basura opacas que depositó
en el maletero, para volver con otra
enorme bolsa de deportes que debía ser muy pesada, ya que casi la arrastraba
con ambas manos, y de la mujer ni rastro.
Entonces llamó a la policía,
dándole todos los datos del coche, de la vivienda y lo que había visto;
sospechaba que las continuas peleas de esta pareja hubiesen acabado en
tragedia.
Hacía mucho rato de la
llamada y como nada sucedía, decidió acostarse, y apenas había cogido el primer
sueño cuando sintió que llamaban repetidamente a la puerta.
Al abrir se encontró con dos
policías, uno de uniforme, que después de excusarse por la hora, le dieron las
gracias por la llamada, pero que no había habido ninguna tragedia.
Al americano, le habían
regalado en la base un pavo vivo para que celebrara con su familia la fiesta
nacional americana de julio, por lo que la sangre correspondía al pavo que
estaba matando y que guardaba en la nevera, que su mujer estaba fuera por
trabajo, y que los bultos del coche eran cachivaches que llevaba al vertedero.
¡Vaya corte! A ver con qué
cara miraba al día siguiente a la pareja, pero bueno, mejor así.
La realidad es que con esa horrible
lista de mujeres maltratadas y masacradas por sus parejas, todas las
precauciones son pocas, aunque siempre lo peor no está a la vista, sino en la
mente de algunos enfermos individuos.