Me ha resultado curioso,
cómo al buscar el significado de “patria” en el buscador, lo primero que sale y
casi la única referencia a la palabra, es el magnífico libro de Aramburu con
este título o de la película que se ha hecho de la misma obra. Pero ya acotando
la definición, sale lo siguiente:
“País o lugar en el que se
ha nacido o al que se pertenece por vínculos históricos o jurídicos”, o
también, “lugar o comunidad con la que una persona se siente vinculada o
identificada por razones afectivas”.
La patria no es un himno ni
una bandera, ni una clase social, ni una religión o una raza de por sí; no la
constituyen. La forman los diferentes unidos en el amor, el respeto y la
tolerancia, aunque algunos “alguien” no estén de acuerdo conmigo.
La patria no tiene que ver
con la política, sino con los sentimientos No existe la patria sin valores
compatibles y otros de diferencias acordadas, pero la patria se construye en el
día a día, con la honestidad propia y el servicio a los demás y a los intereses
comunes, se construye con el amor, que la vez que se goza te hace sufrir.
El desprecio por el que
piensa diferente sólo nos trae miedo e intranquilidad, y son estas fisura la
que parten, separan y destruyen.
¿Cuál será la patria del que
sufre, del que no tiene comida ni abrigo, del que no tiene trabajo, de los
niños desprotegidos, de los que huyen de las guerras y las hambrunas?
“Para el hombre dichoso
todos los países son su patria”, decía Erasmo de Rotterdam, o lo que decía mi
tan admirado Jorge Luis Borges; “Nadie es patria, todos lo somos”.
Muchas personas que aman a
su patria tienen la sensación de estar encerradas en un presidio. Así de
excluyentes somos.
Si repasamos la historia del
hombre desde todos los tiempos, veremos la cantidad de vidas y de sangre que le
ha costado el estrecho significado de esta palabra.
¡Cuántas muertes, desamor y
sufrimiento envueltos en un paño de colores o en una música enervante!
“Quizás
mi única noción de patria,
Sea
esa urgencia de decir Nosotros.
Quizás
mi única noción de patria,
Sea
ese regreso al propio desconcierto.
(Mario
Benedetti)