Los calores de este final de mayo, me han traído a la memoria otros calores del mismo mes, pero de hace muchos años en que era un adolescente y estudiaba en los Hermanos Maristas de la calle San Pablo de Sevilla.
Recuerdo que acabado el recreo y acalorados aún de jugar al futbol, en aquel patio que tenía como mejor defensa de la portería un enorme nogal donde los tropezones y cabezazos eran frecuentes, entrábamos a la capilla a rezar y cantar, pues celebrábamos el mes de María, el mes de las flores.
En un calor insoportable donde el sudor nos caía a chorros, cantábamos lo que se nos decía, aunque algunos en las últimas filas nos deslizábamos nuevamente hacia el patio, donde nos encerrábamos tres o cuatro en los servicios a fumarnos un cigarro entre todos, interrumpido muchas veces por el director, el “Pija”, que nos castigaba después de gran bronca y algunos guantazos.
Era la época del nacionalcatolicismo, donde se nos adoctrinaba en que éramos la mejor democracia de Europa, la “reserva espiritual de occidente”, que el bendito Caudillo nos había librado de la barbarie y el comunismo, y que todos los países que nos criticaban nos tenían envidia.
También recuerdo al hermano Cabello en la clase de religión, donde todas las charlas iban dirigidas hacia los pecados de la carne, las relaciones ilícitas antes de la boda religiosa donde el único fin de la cópula era la procreación de la especie, que la masturbación era un pecado mortal que podían conducirnos a la esterilidad, que los abusos nos llenarían de pústulas y que hasta podíamos quedarnos ciegos.
Y en relación con el tema actual de la pederastia en la Iglesia, decir que allí también había dos religiosos que toqueteaban a los niños por cualquier motivo, siempre disimulando, y una vez que me enfrenté a uno de ellos me empujó por las escaleras y casi me mato.
También había magníficos profesores, sobre todo seglares, y tengo un cariñoso recuerdo de D. Fernando que nos enseñaba literatura, y aunque no reconocía a los escritores y poetas que estaban con los derrotados de la Guerra Civil, me enseñó a amar los libros y admitía mis desacuerdos
A los niños de entonces nadie nos creía, la razón era siempre de los padres, de los profesores religiosos o no, y por supuesto que la opinión del director era la última instancia, no había nada que añadir.
Pero también decir que hice buenos y perdurables amigos, aunque mi mejor amigo me diera la espalda al final, que disfrutábamos como enanos haciendo deporte: futbol, baloncesto, balonmano, balonvolea, hockey sobre patines y frontón, en donde llegué a destacar.
Cuando celebramos los treinta años de la salida del colegio, nos reunimos unos pocos a celebrarlo, con algunos maristas de los de entonces, y allí nos enteramos de que nada de lo dicho había sucedido, que eran apreciaciones malintencionadas y equivocadas.
Cuando llegamos a ciertas edades e intuimos que ya el fin se acerca, vivir el presente para nosotros es recordar el pasado, aunque estoy en contra de lo que decía el padre Gracián, de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.