Nuestro amigo Beni estaba
muy intranquilo con la desaparición inesperada de su amiga Carmen, por lo que
sin pensárselo dos veces, llamó a la puerta del despacho del director para
informarse de primera mano.
Era el gerente de aquel
internado un tipo, que aunque correcto en sus modales y en sus palabras, tenía
un no sé qué de siniestro, que no ocultaba su eterna media sonrisa.
Y así sin preámbulos,
nuestro entrañable amigo le preguntó directamente a D. Octavio por su amiga, a
lo que este le respondió lo mismo que ya sabía, que se había jubilado y que no
sabía su paradero.
Salió de allí dispuesto a
llegar al fondo del asunto, por lo que quedó con sus amigos más cercanos, Juan,
Javi y Venancio, en verse cuando todo el mundo se hubiese acostado en la
habitación de dos de sus compañeros, a pesar de saber que esto estaba prohibido,
y que si los cogían podía caerles un
castigo.
Cuando ya todo estaba
tranquilo y los estudiantes dormían hacía un par de horas en sus habitaciones,
dos sigilosas sombras se deslizaron pegadas a la pared y entraron sin llamar en
un dormitorio, donde se encontraron los cuatro amigos en pijama y con una
pequeña linterna como única claridad.
Después de discutir en
susurros qué harían en su investigación, llegaron a la conclusión que como no
podían entrar en la habitación de Carmen por la llave echada y el candado,
quedaron en que uno de ellos se deslizaría por la cornisa del edificio entrando
por una ventana que daba a la escalera, y verían la habitación de Carmen a
través de su ventana, y que los demás
vigilarían al personal y sobre todo al director, pues no se podían fiar de nadie.
En eso estaban, cuando la
puerta se abrió y apareció el director en batín y una gran linterna, dejando a
los amigos petrificados.
“¿Qué hacéis aquí? ¿No
sabéis que teníais que estar durmiendo cada uno en su habitación?”
Como ninguno sabía que
decir, fue Beni quien dijo: “Estábamos reunidos para preparar nuestra
estrategia para la próxima olimpiada de matemáticas, ya que como sabe usted,
nuestros oponentes son muy superiores a nosotros”.
D. Octavio se los quedó
mirando con una mirada entre cruel y desconfiada, terminando por decir: “Cada
uno a su habitación, y el próximo fin de semana no podréis salir a vuestras
casas de permiso, así os da tiempo de prepararos mejor la estrategia del equipo,
de ese grupo de mediocres que sois”.
Cada uno se fue con el
pensamiento claro de lo que había planificado el grupo, y además al día
siguiente durante el desayuno, quedaron en hacerlo el fin de semana que no
saldrían por el castigo impuesto por aquel bellaco de director.
Desde la noche de la reunión
clandestina, se sentían los amigos vigilados por el director y sus secuaces,
por lo que habría que ir con cuidado.
Había llegado el día y el
momento, por lo que organizaron una estrategia de distracción en la cara
opuesta del edificio, con varias tracas de cohetes y petardos escondidos entre
los macizos de hortensias del jardín, que irían explotado paulatinamente con
intervalos de tres minutos, idea de nuestro pirotécnico particular Javi.
Ya estaban cada uno en sus
puestos; Venancio y Beni en la ventana, Juan controlando los pasillos, y en el
momento en que Beni ya estaba en la cornisa, empezaron a sonar los petardos, con lo que el `poco
personal que había, corrió hacia la trasera del edificio, dando tiempo a
nuestro amigo a llegar hasta la ventana de la habitación de Carmen, y pudo ver
que el cuarto estaba como si no hubiese ausencia, pero cuando ya se iba a
retirar, vio un pequeño papel entre la ventana y el marco, donde ponía: “Vienen
a por mí. Sé cosas. Rescátame. Beni, Vidi, Vici:”
(Continuará)