Estamos en un tiempo en que un día sí y otro también y a todas horas y en todos los medios de comunicación se habla de crisis económica. Unos le echan la culpa a los políticos gobernantes, otros a los empresarios, otros a los sindicatos y otros a los trabajadores.
Los mercados suben el precio de la deuda-país a los españoles y portugueses, y nos amenazan con la bancarrota aparte de arruinar a griegos e irlandeses. Son insaciables.
Pero hay que investigar quienes son “los mercados”.
Habría que saber cuáles son las empresas bursátiles y los intermediarios financieros que están especulando con nosotros, saber el nombre de estos individuos, donde viven y quien es su familia y a qué colegios van sus hijos.
A estos especuladores escondidos en sus atalayas de áticos abuhardillados de 300 metros o en chalés de urbanizaciones súper privadas, con tres coches caros en su garaje y vacaciones en las islas Vírgenes, los ponía en las colas del INEM o en la de cualquier comedor público y que les explicaran a la gente lo que ganan fundiendo a un país o asfixiando a las empresas sin darles créditos, para tener que cerrar y dejarlos a todos ahí comiendo de la caridad.
No. No tienen culpa los gobiernos ya sean de izquierdas o de derechas. Ellos no mandan. Es el Fondo Monetario Internacional, El Banco Mundial o El Banco Central Europeo quienes dictan las políticas que tienen que hacer los países: Ustedes la jubilación a los setenta, nada de subidas de sueldo y despido casi libre. Eso sí. Hay que seguir consumiendo para que no haya una inflación negativa y los bancos perdamos dinero y se estanque la rueda consumista. Eso si no privatizan la sanidad y nos cobran peaje por ocupar las aceras.
Me imagino a estos tiburones de las finanzas hablando con sus esposas e hijos a la hora de comer, contándoles cómo se acaban de cargar a tal empresa o a tal país y en cuantos millones han aumentado sus cuentas en Suiza.
Detrás de cada uno de estos actos despreciables hay gente que sufre, que emigra para poder darles de comer a los suyos e incluso quien lo ve todo tan oscuro que la desesperación lo lleva al suicidio.
Revelémonos contra todo esto. Empecemos por parar la economía. Un día sin consumo de nada. ¿Qué pasaría?
Retiremos nuestro dinero, por poco que sea, del banco. Devolvamos nuestras tarjetas de crédito. Retiremos nuestros recibos de luz, agua, gas y electricidad del cargo en cuenta. El que quiera cobrar que venga a mi casa.
Decía la teoría comunista que “la religión es el opio del pueblo”. No señor: El opio del pueblo es el consumismo que nos dirige hacia donde quiere y cuando quiere.
¿Hasta cuándo nos aguantaremos con todo?