martes, 30 de noviembre de 2010

Miserables escualos

Estamos en un tiempo en que un día sí y otro también y a todas horas y en todos los medios de comunicación se habla de crisis económica. Unos le echan la culpa a los políticos gobernantes, otros a los empresarios, otros a los sindicatos y otros a los trabajadores.
 Los mercados suben el precio de la deuda-país a los españoles y portugueses, y nos amenazan con la bancarrota aparte de arruinar a griegos e irlandeses. Son insaciables.

Pero hay que investigar quienes son “los mercados”.


Habría que saber cuáles son las empresas bursátiles y los intermediarios financieros que están especulando con nosotros, saber el nombre de estos individuos, donde viven y quien es su familia y a qué colegios van sus hijos.

A estos especuladores escondidos en sus atalayas de áticos abuhardillados de 300 metros o en chalés de urbanizaciones súper privadas, con tres coches caros en su garaje y vacaciones en las islas Vírgenes, los ponía en las colas del INEM o en la de cualquier comedor público y que les explicaran a la gente lo que ganan fundiendo a un país o asfixiando a las empresas sin darles créditos, para tener que cerrar y dejarlos a todos ahí comiendo de la caridad.

                                                                            
No. No tienen culpa los gobiernos ya sean de izquierdas o de derechas. Ellos no mandan. Es el Fondo Monetario Internacional, El Banco Mundial o El Banco Central Europeo quienes dictan las políticas que tienen que hacer los países: Ustedes la jubilación a los setenta, nada de subidas de sueldo y despido casi libre. Eso sí. Hay que seguir consumiendo para que no haya una inflación negativa y los bancos perdamos dinero y se estanque la rueda consumista. Eso si no privatizan la sanidad y nos cobran peaje por ocupar las aceras.

Me imagino a estos tiburones de las finanzas hablando con sus esposas e hijos a la hora de comer, contándoles cómo se acaban de cargar a tal empresa o a tal país y en cuantos millones han aumentado sus cuentas en Suiza.

Detrás de cada uno de estos actos despreciables hay gente que sufre, que emigra para poder darles de comer a los suyos e incluso quien lo ve todo tan oscuro que la desesperación lo lleva al suicidio.

                                                                            
Revelémonos contra todo esto. Empecemos por parar la economía. Un día sin consumo de nada. ¿Qué pasaría?

Retiremos nuestro dinero, por poco que sea, del banco. Devolvamos nuestras tarjetas de crédito. Retiremos nuestros recibos de luz, agua, gas y electricidad del cargo en cuenta. El que quiera cobrar que venga a mi casa.

Decía la teoría comunista que “la religión es el opio del pueblo”. No señor: El opio del pueblo es el consumismo que nos dirige hacia donde quiere y cuando quiere.

¿Hasta cuándo nos aguantaremos con todo?

domingo, 21 de noviembre de 2010

A mi amigo Fernando

Hace una tarde de perros. Llueve, hace un frío otoñal que, unido a mí desgana para escribir, me hacen sentir peor de lo que estoy.

                                                                            


El desgarro interior que tengo, solo es comparable a cuando te operan sin anestesia. Te planteas la mierda de vida que vivimos, aún creyéndonos que estamos en el paraíso, por el solo hecho de tener dinero para tomarnos una copa con la parienta o echar cincuenta euros a la lotería o los cupones, ver al Betis en el Plús del bar e irnos una semana de vacaciones a Canarias.
Aún sabiendo que no nos dará nada de felicidad continuada y que perderemos toda ilusión en el momento que pase. Y es que desde que murió mi amigo y hermano Fernando, nada es igual en mi vida. Mi depresión, ansiedad, unidas a una indolencia que nunca antes había sentido, me tienen como si hubiese tomado LSD.


                                                                             

 
Quiero llorar contigo tu ausencia, ¿Tu muerte?

Tú estás ahí aunque no te veamos, ¡Que importa si te intuimos y te sentimos cercano?

Tenemos una parte en ti y tú en nosotros, tú en mí sobre todo, ya que te siento en cada gesto que hago o en cada situación que vivo.

Cómo no recordar el verano que nos hemos pasado juntos, yo recogiéndote en tu casa para que no te asfixiaras porque no podías andar, e íbamos a comprar la prensa, a desayunar, e incluso a la Plaza de Abastos porque querías haces unos chipirones a la Riojana.


                                                                                 

Qué gran huella has dejado en nosotros, que gran vacío me has dejado. El último día que hablamos y te dije que me iba a comer la chistorra que había traído de Pamplona y me dijiste:” Si tienes cojones te la comes sin esperarme”. No amigo, la guardo para cuando nos veamos donde sea y si no, se la doy a quien sea pero no te preocupes. Ya compraremos otras.

Amigo, cómo no recordar tu risa y tu sarcasmo, tus improperios. Pero también tus carcajadas tontas y contagiosas, tus insultos benevolentes que nadie te tenía en cuenta, porque sabías decirlos.

Las Ferias de Abril que nos hemos tirado desde el medio día hasta madrugada, con flamencos, rocieros y todo el que se unía a nosotros. “Que nos quiten lo bailao”, que diría el castizo.

                                                                            
No me sale el grito roto que tengo en la garganta para anunciar tu muerte, amigo. No sé si seré capaz de ir a los sitios donde íbamos, porque siempre te echaré de menos.

No me quedan lágrimas, y se me ha olvidado la risa. Tu ausencia lo invade todo.

No se divertirme sin ti al lado, con tus medias frases y tus inoportunidades.

No. No puedo soportar tu ausencia, amigo, hemano.

AMIGO.

Donde quieras que estés guárdame un sitio a tu lado.

Te quiero hermano, te quiero amigo del alma, te quiero Fernando.

martes, 9 de noviembre de 2010

Mi amiga Chela

Mi buena amiga Viky, a la que yo llamo con cariño mi yerna adjunta, me envía este escrito sobre su amiga Chela. Esta persona maravillosa pertenecía a una ONG, era médico igual que Viky y murió en accidente de aviación en California cuando se dirigían a ayudar a personas menos favorecidas que la necesitaban. La conocí personalmente en la boda de mi hija y era un tremendo ser humano. Mantengámosla en nuestro recuerdo y que descanse en paz.


                                                                          

                                            Mi nieta Olivia con su madrina Viky   



                                                    Dicen que “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”, recuerdo la canción y un momento mágico en Aptos (California) cantándola sentadas frente al mar cuando todavía éramos estudiantes de medicina. Algo de cierto tiene el estribillo.

Cuando recibí la noticia mi sensación pudo ser parecida. La recuerdo como un dolor profundo, opresivo, la rabia, el llanto incontrolado, la negación y muchas, muchas más sensaciones que pasan por una sin control.

Pasados los días, la tranquilidad y la calma regresan para dar paso de nuevo a la vida, que continua.

Quienes la conocieron pueden decir de ella que fue una persona alegre, risueña, de las que se hacen querer; compasiva, solidaria, sensible, noble, leal, inteligente, honesta, emprendedora, soñadora y…. podría seguir describiendo así a una persona que muchos conocieron y quisieron.

Para mi Chela, mi Amiga (con mayúsculas) fue todo eso, pero sobre todo fue esa persona que camina a tu lado, más allá del tiempo en que la cercanía física es real. Formó parte de mi vida terrenal hasta que concluyó su viaje. Compartimos sueños, fantasías, inquietudes, experiencias y por ello siempre la echaré de menos. Procuraré llenar este vacío de recuerdos gratos de todo aquello que vivimos; porque recuerdos suyos tengo muchos.



Vickylona

                      

      

        

domingo, 7 de noviembre de 2010

Daños colaterales

Se habían casado muy jóvenes. El veintitrés, ella veinte. El trabajaba en una empresa de mensajería, ella en unos Grandes Almacenes. Desde siempre Andrés había sido muy celoso. La recogía por la noche algunas veces y si la veía entretenerse o charlar con alguien, ya estaba la discusión montada.

Sole siempre cedía convenciéndolo de que ella solo lo quería a él y que veía fantasmas, pero esos ataques de celos eran cada vez más frecuentes y el carácter se le hacía cada vez más agrio e insoportable.

Tuvieron un hijo al poco tiempo, pues ella pensó que cambiarían las cosas, pero vino a empeorarlas, ya que ella tuvo que reducir la jornada en el trabajo y el dinero les venía muy justo ahora.

Otro problema que tenían era que él nunca ayudaba en la casa, así que Sole tenía que organizarlo todo antes o después de su trabajo, lo cual era motivo de muchas broncas. Además él estaba envenenado porque decía que a pesar de llevar siete años en el trabajo, sus compañeros ascendían y él no.

Esto último lo hizo aún más amargado, y siempre lo pagaba con su mujer, haciéndola culpable de todo lo malo que le pasaba.


                                                                              

Un día empezó a llegar muy tarde a casa y casi siempre con copas y peor humor. Una vez que Sole le recriminó su actitud, le contestó una burrada y le pegó un tremendo empujón que casi la tiran a ella y al niño.

A partir de aquel día aquella casa se convirtió en un infierno, aunque el siempre le prometía a ella que las agresiones y los porrazos no volverían a pasar.

Llevaban casados seis años pero la cosa iba cada vez peor, de tal forma que ella un día planteó el divorcio después de que él le diera una tremenda bofetada delante de su hijo, que lloraba desconsoladamente sin saber muy bien a que venía tanta violencia.

Fue una separación tremendamente traumática, pues él no reconocía nada y todo se hizo a las malas con intervención de policía, jueces y abogados.

Ella se quedó con su hijo, y con la ayuda de los abuelos empezaron a salir adelante.

Un día fue a verla una amiga con su hija y mientras ellas charlaban los niños jugaban en otra habitación. Al rato la niña empezó a llorar y a llamar a su madre, diciéndole que el niño le había pegado. Al preguntar Sole a su hijo el por qué, este lo único que le dijo es que jugaban a los padres y que le había pegado porque ella era mala.

Ambas amigas no sabían que decir, hasta que Sole reaccionó abrazando a su hijo: No Juan. Los hombres no le pegan a su mujer, y si alguno lo hace se les denuncia a la policía porque no merecen tener una familia. Los hombres que pegan son malos.

Pobre niño. El daño que le había hecho el mal ejemplo de su padre ya estaba hecho y le costaría trabajo y sicólogos que se fuera para siempre. Los hijos imitan lo que ven aunque no lo comprendan.