Eran vecinos, y como el agua
que sigue su curso y predice como lo más natural su camino, así Berta y Juan
tenían como cosa normal estar siempre juntos, desde la cuna. Iban de paseo con
sus madres, que eran amigas, dando sus primeros pasos, en los primeros juegos,
compañeros de clase en el mismo colegio sin mezclarse con otros amigos más que
de forma ocasional, ayudándose en los
estudios, riendo o llorando siempre en collera.
Se sentaban al atardecer en
el poyete de la puerta del cuarto de ascensores en la azotea de su vivienda para contemplar cómo iban saliendo una a una
las estrellas, inventando hipotéticos viajes estelares a la luna o a cualquier
desconocido planeta, nombrándolas por turnos con soñadores nombres al cual más
pelegrino: cristal, luciérnaga, torete, pigmea, etc…
Pero llegó un día que sus
vidas, sus mundos, se separaron. Ella haría una carrera en una escuela de
negocios para incorporarse a la empresa de su madre; él se marchó a Madrid a la
escuela de ingenieros de telecomunicaciones, y si bien se llamaban por
videoconferencia en los primeros tiempos, poco a poco se fueron distanciando
por los vericuetos laberínticos de la vida.
Eran ya personas
incorporadas al mundo laboral cuando quedaron para verse en unas vacaciones,
los dos tenían ganas de reencontrarse. Ella iría a recogerlo al aeropuerto, ya
que él volvía de Los Ángeles en Estados Unidos, donde trabajaba.
Estaba soltero y nunca había
salido con ninguna chica cuando tuvo ocasión. En la mente de Juan la imagen de
ella a través del tiempo estaba idealizada, como su única posible compañera para
crear un hogar, tener hijos; retomar su amistad donde la dejaron, porque ya sus
sentimientos eran de algo más que cariño. Se creía enamorado.
Habían quedado en el bar del
aeropuerto, y ella coqueta se había arreglado a fondo para impresionar a su amigo, que la viera igual
que cuando se separaron, aunque los años transcurridos habían pasado y eran dos personas diferentes.
O a lo mejor no tanto, pensaban ambos.
Después del abrazo y los
besos de bienvenida, los dos hablaban a la vez nerviosos contemplándose
ávidamente para relacionar a esa nueva persona que tenían delante con su sombra
inseparable de tanto tiempo atrás, y ya un poco más tranquilos empezaron a
contarse sus vidas, aunque se habían seguido en la lejanía.
Y vino el desengaño y el fin
de lo soñado, la realidad. Así era ese río al que llamamos vida.
Berta le pidió a Juan que
fuera su padrino de bodas la próxima semana, cuando se casaba con Felipe que
era una persona estupenda, que ya lo conocería, y que estaba embarazada.
La vida es sueño, y los
sueños, sueños son.
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