domingo, 20 de junio de 2010

LA MALA VIDA

Éramos dos perdedores que dependíamos el uno del otro, ya que nuestras cómplices miradas analizaban cualquier cambio en nuestro quehacer diario. Habíamos llegado a esa edad donde tanta piel nos habíamos dejado en el camino, tanta sangre en la refriega de las palabras, que ya solo nos quedaba odio y rabia. Habíamos aprendido a tener guante de seda y mirada de águila real. No nos reconocíamos a nosotros mismos. Nos sabíamos en ese tramo del tobogán de la vida en que ya no esperas nada bueno. Nos conformábamos con amanecer cada día e ir cumpliendo una a una todas las rutinas de otros años, otros meses y otros días iguales a este. Éramos incluso rutina para nosotros mismos.

Ya veníamos de vuelta de muchas cosas. Solo queríamos que nos dejaran hacer todas las tontas “fechorías” que ahora hacíamos. ¿Era pedir demasiado?

Levantarnos o muy temprano o muy tarde, comer a deshora, sentarnos a ver crecer las plantas, mirar los peores programas de televisión, incluso quemar el guiso de verduras y no acordarnos de tirar de la cadena del wáter, esas cosa que solo se hacen cuando no hay nada mejor que hacer y los años todo lo perdonan.

Pero no se me olvidaba el pasado. El odio lo conformaba el antiguo recuerdo del día en que ya pasados los cuarenta y pico, perdí el magnífico empleo y con él la arrogancia y la agresividad propia de la juventud; y lo de ir sobrado de prepotencia en todo lo que hacía, decía, o me acontecía. Ahí empezó mi deterioro corporal, psíquico y mental. ¿Cómo renunciar a lo mejor de mí? ¿No querían que fuera competitivo?

El sujeto que llenó mi vida de ese sentimiento negativo y vengador, era un auténtico lobo estepario, otra persona estúpidamente joven, más preparada, más agresiva que yo, y por supuesto dispuesto a todo con tal de no esperar mucho para trepar a lo alto, sin importarle los cadáveres que dejaba en tan meteórica carrera ni las dentelladas a dar. Ya le pasaría a él también como ahora sé.

Con dinero, pero sin trabajo ni ego, me encontré en la puta calle.



                                                                                         

Ver como se me cerraban las puertas aún antes de llamar. Gente que me había insistido para que me fuera a su empresa y que ahora le resultaban molestas mis llamadas y aún más mis visitas inesperadas para hablar de “lo mío”. Ya era viejo para el mundo laboral, aunque fuera muy joven para jubilarme.

El orgullo había superado a todo lo demás. No podía aguantar tanto pasotismo de imbéciles que creían estar delante de un derrotado. No. No lo iba a consentir. Siempre me había revelado contra la estupidez humana y ahora no iba a ser una excepción. Llegó un momento en que decidí que ya no llamaría a ninguna puerta más, que me abriría a otras opciones ayudado por mi mujer, que era quien nunca me fallaba.

Me costó mucho trabajo cerrar relaciones, olvidar teléfonos e incluso mirar hacia otro lado cuando veía alguna cara de antaño. Ya estaba decidido. Me reconvertiría en otra persona sin por ello renunciar a todo el poso de rabia que llevaba dentro porque todo y todos habían sido tremendamente injustos conmigo.

Me preparé a conciencia para cambiar totalmente el rumbo laboral de mi vida. En adelante sería autónomo no solo en mi empleo, sino que también en las amistades y relaciones. Solo rescaté de esa época anterior a una pequeña parte incondicional de mi familia. A partir de ahora yo abriría y cerraría las puertas que quisiera, ya que había pasado a ser un depredador por decisión propia. Mi propio yo iría siempre lo primero.

Luché y luché contra todo y todos, pues mi orgullo me iba en ello, y no pediría ayuda nunca jamás a nadie. Lo que no esperaba era que me tropezara con la enfermedad y que esta empezara a vencer mi orgullo.

Es en estas circunstancias donde te das cuenta que tenemos límites, por muy chulamente que envistamos los problemas y sus soluciones.

Estuve casi un año trabajando con dolores tremendos que solo remediaba con una medicación cada vez más agresiva. Hasta el día que caí por unas escaleras al fallarme las piernas. Perdí el sentido y me desperté en el Hospital.

Fue mi mujer la que se impuso a mis protestas y me dijo: “Se acabó. Hasta aquí hemos llegado”.

A pesar de intentar retomar mi actividad, esta se hizo imposible. Médicos, tratamientos, rehabilitación y muchos padecimientos hasta llagar a la incapacidad.

Aún así conseguí un trabajo de tele operador desde casa. Hago encuestas para empresas y partidos políticos e instituciones. Pero estoy cansado. Tanto que ya no tengo orgullo, solo me sigue quedando odio contra casi todo y rabia por no poder ver pasar por mi puerta el “cadáver de mi enemigo”, ya que mañana a las diez de la mañana me llevan al cementerio. Me fui hacia el otro barrio sin tener ni puta idea. No he podido ni con la jodida muerte. No me tuvo en cuenta.

¿Descansaré en paz?



En Villanueva del Ariscal a 20 de Junio de 2010

1 comentario:

  1. No lo creo,el odio traspasa hasta el más alla, asi que yo lo dejaría por estos lares, aunque creo que ya es demasiado tarde ¿no?.
    Buena historia compa, besines

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