No tengo ganas de callarme, pero no tengo ganas de responderte. No tengo ganas de hablarte, ni tampoco me apetece corregirte. Si te callaras a lo mejor me lo pensaba, si reconocieras alguna culpa propia… Quizás te hablara si pudiéramos tener un diálogo fluido en ambas direcciones. El silencio es el mejor aplauso que puedo ofrecerte.
Si supieras el daño que haces cuando me dices con el rostro encendido y vehemente, con todo el atropello que te deja la ira y el rencor, toda la historia completa de mis pecados, los muchos errores cometidos, la somera cuenta de mi maldad contigo.
Quizás se te olvidan las palabras amables, las justificaciones humanas de un hombre atormentado por esta relación de pequeñas guerras de desgaste, que nos dejan un poso de amargor y a veces hasta de vergüenza propia y ajena.
No sé si te arrepientes después, de alguna palabra de las que me escupes, con las que estás segura que hieres y que quizás algún día asesines.
Otras veces balbuceas inconexas frases que te respondes tú misma, sin premeditación y sin darte cuenta de tu conversación a dos voces contigo. Para insultar y ofender, no necesitas de incómodos testigos que son capaces de afear tu actitud, de ponerse en tu contra.
Por una vez calla, por favor, y escucha. Quizás un rato de silencio nos aplaque a los dos y seamos capaces de valorar en profundidad si nos conviene seguir o dejarlo aparcado todo para dentro de un mes, o para siempre.
Reposemos lo dicho, maduremos las consecuencias del desgarro sufrido al contestarnos cosas que mejor haberlas olvidado, barbaridades que parece mentira que hayan podido salir de nuestras bocas.
Lo mismo se nos acabó el tiempo de amor en que un día estuvimos sumergidos, de la pasión que envolvía nuestro hablar con una sola voz, de cambiar de opinión creando una nueva y sólida esperanza.
No quiero el silencio en el olvido ni la muerte de la palabra, sólo retomar otro tiempo, en donde íbamos remando hasta hacernos uno sólo en el lejano puerto del entendimiento.
Llegaré hasta donde pueda, no puedo prometerte más, me apetece retomar los ardores apasionados de otros momentos, de decirnos “te quiero” con sinceridad y sin espavientos.