Su padre, médico de Lucena, lo había enchufado de visitador Médico porque el niño no quería estudiar. Se llamaba José Antonio, pero todos lo llamábamos Toñete, y era un señorito de pueblo, sabihondo, tacaño, pelota y un verdadero trepa.
Se vino a vivir a Sevilla alquilando en Los Remedios un destartalado y oscuro piso, que amuebló con menos de lo imprescindible. Siempre me pregunté donde dormía la novia y la suegra cuando venían a verlo, ya que allí solo había una cama-mueble de ochenta. Luego me enteré que les dejaba la cama y él se echaba en una vieja hamaca que había rescatado de un contenedor, y es que el piso parecía robado de lo poco y lo desordenado que lo tenía, eso sí, nunca le faltaba una arroba de vino fino de Moriles y unas tinajas con lomo y chacinas de la matanza del pueblo.
Recuerdo que un día estando en su casa viéndole tender la colada en una de las habitaciones, me dice:”Fíjate lo sucia que tiene la vecina la ropa que tiene en el tendedero”, a lo que yo en silencio le respondí abriéndole la ventana: “Lo que tienes asquerosos son los cristales, guarro”.
Le daba mucha caña porque siempre tenía la nevera vacía, y un día me hizo ir para que viera como tenía el congelador repleto de paquetes, pero descubrí que lo que parecían productos congelados, eran ceniceros y latas vacías envueltas en papel de aluminio.
A lo que no le ganaba nadie era a ligón, sabía que tenía un piquito de oro para engatusar a cualquier hembra que se le pusiera a tiro, y es que le daban igual viejas, jóvenes, gordas o feas, con que tuvieran tetas y faldas se conformaba, por que la mayoría de las veces las utilizaba para que le limpiaran y arreglaran el piso, ya que nunca ninguna le llegó a durar más de una semana.
Se casó con su novia de siempre ya bastante entrado en la treintena, pero ni por esas dejó de irse de jarana cada vez que se le encartaba y pagara otro el zafarrancho. Un día, de vuelta de una de estas escapadas nocturnas y al desnudarse en el dormitorio conyugal, su mujer se dio cuenta que llevaba los calzoncillos puestos al revés, y con los nervios no pudo decir un pretexto lógico de lo ocurrido, con lo que casi le cuesta el divorcio, aparte de una bronca descomunal y de dormir en la hamaca una semana.
Tenía poca cultura, pero se la daba de saberlo todo y una noche hablando delante de mucha gente de la Segunda Guerra Mundial, decía que los “casi-casi” japoneses habían estado a punto de darle la vuelta a la contienda en el mar. Al preguntarle a que se refería, resultó que quería decir “camicaces”. El cachondeo fue general y ahí perdió Toñete el poco prestigio dialectico que le quedaba.
Como era bastante pelota y trepa, el dueño de la empresa lo hizo Jefe Regional de Ventas, pero no por su valía, sino para agradecerle los agasajos y fiestones que le organizaba en la finca familiar del pueblo, donde aparte de cacería, comida y juerga, siempre le buscaba meretrices que le calentaran la cama al amo.
En una época que entraban muchas chicas en el laboratorio, el Toñete se beneficiaba a la mayoría prometiéndoles el puesto de trabajo, lo que le costó más de un problema con la justicia y con su familia.
Hace poco me tropecé con el susodicho en el Corte Inglés y aunque tiene sesenta años, parece un barril calvo y gordo de noventa, con todas las enfermedades posibles. Llorando me contó que su mujer y novia de toda la vida, se había ido con su mejor amigo dejándolo solo y en la ruina física y moral, y aunque es un sentimiento que odio, me dio lástima.
Casi fue mi amigo, pero tengo que decir por justicia, que a cada cerdo le llega su “San Martín”.
Los periódicos y telediarios cada vez se parecen más a una alcantarilla, pues al asomarte solo ves y hueles mierda.
Se ha instalado entre nosotros un pasotismo tal, que ya nos indignamos solo de lo que nos pasa directamente a nosotros, sintiendo como normal la cloaca enorme que se ha instalado a nuestro alrededor.
Decía mi madre, que la culpa de todo lo malo lo tiene la prensa, “pues al publicarlo todo, la gente toma nota de cómo hacer cosas malas”. Nunca imaginé que esta ingenuidad de mi progenitora me pareciera hoy tan verdad, pues parece que hay una contagiosa epidemia de tropelías de todo tipo, no habiendo día en que no nos desayunemos con alguna nueva.
¿Es que lo moral, lo ético, lo correcto no existe en el comportamiento normal de nuestros semejantes en estos corrompidos tiempos?
Debido a todo esto, es por lo que veo a la gente cada día más desencantada de todo, pues no comprenden como con la que está cayendo y que aún más se nos vendrá encima, un puñado de sinvergüenzas viven cada día mejor y al que pillan, se resigna a pasar una temporadita en la cárcel para luego pasarse el resto de su vida disfrutando de los dineros sustraídos, bien guardados en paraísos fiscales, también llamados “Cuevas de Alí-Babá” o “Marbellas Club”.
¿Conoce alguien que algún chorizo de los que hoy inundan nuestra piel de toro haya devuelto algo de lo sustraído? Y os diré por qué no lo hacen.
Tienen los medios para reírse de la justicia, incluso “hay abogados que cooperan o se involucran en la continuidad de actividades delictivas”, esto último lo dice un juez.
Saben perfectamente que los años de cárcel, si es que llegan a ingresar en ella, serán como la cuarta parte de la sentencia, así que estas pequeñas vacaciones sin libertad, no son nada comparada con el resto de la vida en algún país poco escrupuloso con los delincuentes adinerados y a veces incluso quedándose aquí mismo, paseando sus “grandezas y heroicidades” por los programas vomitivos del corazón o del puterío de “ambos sexos dos”, como los llama mi amiga Rocío.
Y lo curioso de todo esto es que hay almas benditas que se rasgan las vestiduras porque la gente no va a votar, que denuncia poco porque no cree en la justicia, y hasta que duda de ir al médico, pues para morirse al fin y al cabo esperando una operación, confían más en los remedios naturales que los beneficios de los medicamentos genéricos a los que nos tienen sometido los recortes sanitarios.
Siempre se ha dicho que las buenas noticias no venden periódicos, pero hemos llegado a tal saturación de escándalos y desgracias, que tímidamente empiezan a aparecer algunos brotes verdes de encomiables acciones humanas; aumentan las donaciones de órganos, un supermercado quita el IVA a los alimentos de primera necesidad a los mayores de sesenta y cinco años, aparece vivo un niño sepultado por un desprendimiento después de diez días, las bolsas suben a pesar de las rebajas de las agencias de calificación, y no se cual más.
Hay otra que no sé si será buena o mala noticia: “A pesar de la crisis, aún no se ha tirado ningún banquero, constructor o político por la ventana”.
El encuentro que iba a tener no era trago agradable para nadie, pero Águeda lo afrontaba con deportividad, serena. Cuando empujó la puerta, llevaba casi media sonrisa iluminando su bello rostro cercano ya de los cincuenta añitos, que ese día había maquillado ligeramente, de forma que sus ojos negros despedían una tranquila dulzura.
Volcó una triste mirada sobre las mesas vacías de la desangelada oficina. Había quince, con sus sillas y ordenadores apagados, y todo envuelto en una semioscuridad descuidada. “Ya ves. Tanta gente que habíamos ocupado esto y ya solo queda el despacho del jefe y su hija en recepción”.
Tomás Hermanos e Hijos S.L., ahora no era casi nada. Solo quedaban un par de pisos que vender y un solar, donde existía un proyecto de ochenta viviendas de VPO aplazado sine die y ahora ocupado sólo por una chirriante grúa. En los tiempos del boom inmobiliario habían llegado a ser ochenta y cinco personas entre la administración y las obras.
Esta decidida mujer que denunció en su día el maltrato al que la sometía su alcohólico ex marido y que después del divorcio sacó adelante su casa con dos hijos y una hipoteca, se enfrentó una tarde en la consulta del especialista con un cáncer en el útero de los peores .
Después de la operación de limpieza a la que la sometió el cirujano, había pasado por un largo tratamiento de radioterapia. Según los médicos, estaba totalmente curada, sin rastro de metástasis y después de un año de baja la daban de alta, con lo que el despido al incorporarse al trabajo era inminente, ya que era la última que quedaba en la empresa de construcciones.
Tenía una gran tranquilidad. Lo peor, que para ella era la enfermedad, había pasado y ojalá para siempre. El trabajo para poder sacar su vida adelante, había que solucionarlo.
Alonso, su antiguo jefe, la había indemnizado con todo lo que le correspondía y un poco más. Era un empresario que había echado al personal dándoles lo que les correspondía, con lo cual se había quedado prácticamente sin patrimonio y con deudas. Jefes así por desgracia escaseaban.
Uno de sus hijos y su mujer, se habían ido a vivir con ella cuando ambos se quedaron parados, así que había que pensar en algo y no quedarse con los brazos cruzados gimiendo por la mala suerte. Su lucha contra la enfermedad la había hecho más fuerte y muy decidida.
Una mañana durante el desayuno, hablaron de buscar algo por cuenta propia antes que los ahorros se acabaran. Compraron varios periódicos donde venían ofertas de traspasos de negocios y alquiler de locales, así que Águeda por un lado y la pareja por otro se echaron a la calle a ver qué encontraban.
Cada día al final de la tarde, se reunían en la cocina con notas y papeles para discutir proyectos; restaurantes, mercería, librerías-papelerías, un kiosco de prensa, una frutería, una tetería, ect.
Donde los demás veían posibles problemas y aspectos negativos, ella sólo veía oportunidades.
Después de mucho discutir los pros y los contras de todo, se decidieron por un local que había sido obrador de pastelería y panadería, en una zona residencial de clase trabajadora.
Su hijo Miguel y Sole, su nuera, habían trabajado y eran cocineros aficionados pero muy preparados, así que ellos se encargarían del obrador y ella despacharía los pasteles, tartas y bollería en general, en el pequeño local de delante, que había sido un puesto de golosinas.
Al año tenían perfectamente consolidado el negocio con una clientela que Águeda con su desparpajo y simpatía atraía. Hasta la mujer del otro hijo se había ido a trabajar con ellos, y a pesar de la cantidad de horas que echaban, se les veía rebosante de alegría y felicidad.
“Ya me tocaba”, pensó Águeda, con una discreta sonrisa mientras despachaba media docena de cruasanes.
En muchas ocasiones y si se saben ver, los grandes problemas vienen con buenas y nuevas oportunidades. Solo los males son indeseados y odiosos, aunque siempre nos asechan.
Todo empezó como siempre, con una reunión de los padres y madres para organizar las sucesivas comidas de las fiestas, así que con unas cervecitas por delante y unos pavías de bacalao empezamos, bueno empezaron ellas, a dar ideas para organizar las comidas y cenas de los días de Navidad, para entre veinticinco y sesenta bocas, ya que nunca se sabe quien vendrá y quien no, a eso los tenemos mal acostumbrados.
El cordero se encargó en Guadalcanal, así que hubo que ir a recogerlo días antes y congelarlo, con lo cual hicimos una nueva comida en el camino, el jamón se lo compré al “Coco” y las aceitunas gordales también de mi amigo José, en Villanueva.
El centro de las reuniones, como siempre, fue la casa de mi cuñado el “Triste”, en Valencina de la Concepción.
Mi nieta Olivia organizando el Portal
En Nochebuena fuimos en total solo veinticinco, ya que algunos cenaron con los padres de sus parejas y otros estaban trabajando. Cenamos el cordero en pinchitos y chuletillas en barbacoa, acompañadas con chistorra de Pamplona, un riquísimo caldito, morcilla serrana, cerca de un centenar de ensaladas varias, langostinos, canapés, jamón, queso y demás, y un montón de dulces de Navidad.
Cena de Nochebuena en amor y compaña
El día siguiente en el almuerzo, se reunieron en Valencina alrededor de cuarenta, sin nosotros que como era tradición cuando vivía mi madre, nos reunimos con mi rama familiar en el restaurante que acaban de abrir mis sobrinos Fran y Manu, “La Aldaba”, donde nos sirvieron un menú fantástico que se prolongó hasta más allá de las siete de la tarde, y aunque hubo ausencias notorias, fuimos veinticinco.
Almuerzo día 25 en "La aldaba"
El día de fin de año, como no teníamos claro quién vendría, quedamos que cada uno aportara algún plato y acabáramos con algunas cosas que sobraron el día 25.
¡Qué bien empezamos Fin de Año!
Los niños de la casa
Aquí ya no puedo decir todo lo que comimos, tal fue la cantidad y variedad. Fuimos alrededor de cuarenta, y como es tradicional y a petición del pesado de mi sobrino Pablo Blázquez, hicimos el “amigo invisible”, que nos deparó algunas sorpresas con relación a años anteriores, ya que a mi yerno Santi no le regalaron ningún torito, a Jorge Blázquez no le compraron ningún despertador con el escudo del Sevilla F.C., pero si como en los últimos veinte años, al Lolo le endosaron una magnífica peluca.
La Chelo y Pablo repartiendo regalos
Todo muy bien, aunque el televisor no tenía voz, y nos comimos las uvas en su momento porque salían los números de las horas sobreimpresionados en la pantalla. Y luego ya sabéis, besos, abrazos y algunos, copas hasta altas horas de la madrugada.
El Lolo "espelucado"
Yo también me disfracé
Julio se cuidó su calva
El Carmona de "bella"
El día primero del año nuevamente nos reunimos para comernos lo que sobró, más lo que llevaron, más una magnífica “fideguá” con su “allí-oli” que nos preparó Carlos Gómez y su novia Vero. Este día fuimos a comer por lo menos sesenta y cinco, o más.
La barbacoa con El triste, Julio y el Carmona
Lleno total el 1º de año
Pero las reuniones familiares no acaban aquí, ya que el dos de Enero nos reunimos para celebrar los ochenta años de mi hermano Eduardo. Todo magnífico, Enrique y Piluca hicieron un exquisito guiso de garbanzos con langostinos, además de un montón de platos en los que colaboraron todos los hijos y sus parejas. Magníficas las tres tartas de cumpleaños, buenísimas, pero para mí la mejor la de mi cuñada Gary, con galletas y chocolate. Los más viejos se pusieron de comer como nunca, aunque ya teníamos localizada la ambulancia para que en el hospital les curaran las congestiones. Gracias a Dios no hizo falta.
Ochenta años de Eduardo
Y después de todo esto todavía nos queda reunirnos el día de Reyes en casa de mi cuñado Carmona, como también viene siendo tradición.
Ahora después de todos estos días, tendremos que empezar a reconducir nuestra dieta, ya que todos tenemos cosas propias del “carnet de identidad”, como dice mi médico.
Un año más hemos disfrutado de la familia, que al final y al principio es lo que vale y lo que nos queda.