Se nos
había antojado a mi mujer y a mí hacer un viajecito en tren hasta Cádiz, por
aquello del bicentenario de la Pepa, (Conmemoración de la Constitución Española
del 1812).
Habíamos
cogido un tren después de desayunar nuestras tostadas con Aceita de Oliva
Virgen Extra de la tierra, metiéndonos en un vagón vacío pero que al momento
llenaron con su presencia y sus voces doce o quince adolecentes con su maestro
y sus mochilas, y con muchísimo griterío.
Estábamos a
punto de salir, cuando dos personas de aspecto como de asiáticos por sus ropas,
ya que uno de ellos iba con la cara cubierta con un antifaz o enorme tocado,
accedieron al vagón en donde estábamos,
pero justo cuando pasaban junto a los
chavales, uno de ellos intentó tirar de una de las puntas del turbante. Fui a
levantarme para auxiliar al pobre forastero, pero antes de hacer nada, ya este
había hecho algo que había dejado al muchacho caído en el suelo y continuando
estos su camino hasta los últimos asientos sin mediar gestos ni palabras.
El ambiente
se puso tenso, el maestro apenas levantó la mirada de su e-book, y todo
el mundo se quedó en silencio viendo como los dos asiáticos ocupaban ambos
asientos del fondo.
Ya el
ambiente casi se había tranquilizado, cuando no tuve más remedio que levantarme
para ir al servicio, pero el más bajo de los extranjeros se me interpuso en el
pasillo, diciéndome en un inglés chapurreado:
-Perdone
señor, sólo queríamos agradecerle su gesto anterior defendiéndonos, pero ya vio que no hizo
falta. Somos gente tranquila, pero no admitimos agresiones.
- No tiene
que agradecerme nada, contesté.
-Mi señor y
yo vamos hacia Portus Menesthei1, para cumplir un rito que hace años
tenía pendiente mi pueblo con Tartessos2. Venimos de cerca de los
limpios cielos del Himalaya3, en una zona comprendida entre los
montes Kangchesrijunga4 y Lhotse5, a donde se llega
después de cruzar nuestros amados lagos de Tsokarry y Tsomoriri, un gran país
que nada tiene que ver con el vuestro, pues es árido, seco y áspero, cómo el
carácter de mi señor Doussara. Pero créame si le digo que somos gente de paz.
Mi señor quiere que le regale esto como señal de amistad y como agradecimiento por
su actitud hacia nosotros.
Y dicho
esto me entregó una pequeña bolsa de cuero, que yo agradecido y sin saber qué
decir, recogí dirigiéndome a mi asiento sin darme cuenta que aún no había
pasado por el váter.
Mi mujer
que lo había observado todo, se precipitó hacia la bolsita para abrirla, y
vimos cómo contenía una pequeña y burda piedra semitransparente. La guardó en
su bolso, no sin antes dirigirles a los extraños una sincera mirada de
agradecimiento.
Llegados a
la estación del Puerto de Santa María, vimos como estos personajes se apeaban
del tren, y mi mujer y yo hicimos lo mismo casi sin mirarnos.
Nos
perdimos de los personajes, pero ya que estábamos allí decidimos dar un paseo
por la playa y el pueblo, aún sorprendidos por lo que nos acababa de ocurrir.
Estábamos
pidiendo una cervecita fresca en un chiringuito de la playa, cuando a no más de
un kilómetro vimos a nuestros personajes que empujaban una barquita ardiendo en
la tranquila mar de aquel mes de Mayo, observando cómo ambos iban tocados con
dos sombreros dorados en forma de capirotes, y extendían hacia lo alto sus
manos arrodillándose a la vez en la arena, y gritaban una especie de plegaria
que el vientecillo reinante traía hasta nosotros.
Volvimos
hacia el pueblo dando un largo paseo, paramos a comer algo en un restaurante
que tenía un pescaito fresco de verdad y nos encaminamos de nuevo a la estación
de Renfe para volver a Sevilla, posponiendo nuestra visita a Cádiz para mejor
ocasión.
Íbamos
inmersos en un ambiente especialmente sosegado y tranquilo, que como sin darnos
cuenta, nos habían transmitidos aquellos extraños personajes.
Habían
pasado varias semanas de lo acontecido cuando un día mi mujer me sorprendió
diciéndome:
-No te dije
nada, pero fui al taller de tu amigo Alfonso el joyero, a ver si me decía que
piedra es esta que te regalaron el otro día en el tren yendo a Cádiz, ¡Y no te
lo puedes ni imaginar¡
-¿Qué?
Pregunté.
-Pues que
es un diamante sin pulir, que puede valer un pastón.
-Pues que
bien. Otro problema.
Y sigo tan
tranquilo como siempre, sin importarme cuánto vale o si se puede tallar. Es lo
mismo.
Nadie me
quitará mi paz interior por una piedra.
¡Qué bien
se está cuando se está bien!
(1) Portus Menesthei.- Actual Puerto
de Santa María, fundada por un capitán griego que le dio el nombre, natural de
Atenas y que sirvió en la guerra de Troya.
(2) Tartessos.- Heródoto habla de Tartessos
y su rey Argantonio, de gran sabiduría y riquezas. Parece que estaba situada
entre las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz en la costa suroeste, surcada
por el río Tartessos luego llamado por los romanos río Betis y Guadalquivir por
los árabes. Véase mapa.
(3,4,5,) Cordillera del Himalaya.-Está
situada en Nepal. Monte Kangcherijunga de 8.586 m. entre India y Nepal, Lhotse
de 8.516m. Entre China y Nepal. Hacia la India, en el extremo norte hay una
especie de península, que a falta de mar se mete en el Himalaya. De un clima
árido, seco y áspero, el valle de Nubra con los lagos Tsokar y Tsomoriri, donde sus habitantes son de religión budista.