Se
habían casado hacía cinco años después de otros cinco de vivir en
pareja, y si las cosas habían ido funcionando medianamente bien, se
debía más a la tolerancia de él que al aporte de su mujer, que
cada vez estaba más intransigente y pedía cada día su ración de
bronca, donde la falta de respeto y los gruesos insultos eran moneda
común, aunque Antonio respondía lo justo y si no podía más se
marchaba con el perro al parque cercano.
Todo
había comenzado al año de casados cuando decidieron tener un hijo,
y al segundo año de intentarlo sin éxito, acudieron a un ginecólogo
para saber la razón por la que no venía la deseada descendencia.
En
apariencia, según el médico, estaban sanos y no había razón para
que ella, Elisa, no pudiera quedar embarazada, por lo que siguieron
los concejos de aquel profesional, pero al poco se cansaron y fue
cuando empezaron las discusiones y los insultos.
No
podían pensar ni en separase, ni mucho menos en divorciarse, pues
estaban cargados de trampas, estaban ambos sin trabajo y era inviable
la vida de cada uno por su lado, pues tenían lo justo para comer y
pagar al banco la hipoteca de la casa y el crédito del coche con que
ella se encaprichó.
Aún
así y entre las broncas, seguían copulando de semana en semana,
cuando a ella le apetecía y era de los pocos momentos en que parecía
que las cosas podían tener solución.
Hubo
un día, que ante las grandes palabrotas que se dijeron y la
pasividad de él a seguir discutiendo, ella cuando Antonio estaba a
punto de salir de su casa con el perro, le pegó con un martillo, que
aunque iba dirigido a la cabeza, le rompió la clavícula izquierda.
Y
este fue el determinante que llevó a él a plantearse cualquier
solución a este infierno en que estaban sumergidos ambos, así que
cuando se curó de la clavícula ya tenía la segura solución final
a sus problemas.
Aquel
verano, como tantos otros y debido a la escasez de ingresos,
decidieron un año más pasar dos semanas con los padres de ella, que
vivían en un pueblecito de la provincia de Segovia, y dejar atrás
los agobios del calor de la capital.
Cargaron
el coche con las maletas y dejaron al perro con unos vecinos que eran
de los pocos amigos que tenía el matrimonio, y enfilaron la A-1
camino del pueblo familiar.
Llevaban
como media hora de camino y Elisa iba adormilada, por lo que no se
dio cuenta que le desabrochaba el cinturón de seguridad
cuidadosamente cuando también él ya lo tenía quitado.
Iban
por una larga recta de la autopista a mas de 180 km. por hora, cuando
Antonio enfiló el pilar derecho de un paso elevado, chocando
mortalmente a dicha velocidad.
Murieron
ambos en el acto y tuvieron que cortar la chapa para sacar los
destrozados cadáveres, y curiosidades de la vida, las cabezas de
ambos desechas estaban pegadas entre ellas de forma que era difícil
saber qué restos correspondían a cada uno.
Hecha
la autopsia por el médico forense, resultó que ella estaba
embarazada de seis semanas y que Antonio tenía un tumor cerebral muy
avanzado e inoperable.
“La
vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”.