Era
una tenebrosa noche de tormenta como hacía tiempo no se veía por
estos lugares. Dudé unos minutos sobre salir o no salir, pues todo
estaba muy oscuro y había que saltar de balcón a balcón.
Todo
empezó hacía pocas semanas, pero yo me había acostumbrado a tener
sexo cuando quisiera, como que me separaba una pared, y “sin
compromiso de permanencia”.
Ella
vivía en la casa de al lado con su madre, que estaba aún de buen
ver, pues había tenido a su hija muy joven sin unirse a nadie de
forma permanente.
Cuando
conocí a Alexandra empezamos con los tonteos propios de la edad,
pues mi vecina de adosado, aparte de estar estupenda le iba la
marcha, por lo que empecé a colarme en su dormitorio cuando todo
quedaba en silencio, y aún a riesgo de caerme, la visitaba casi cada
noche entre sus cálidas sábanas.
Bueno,
pues una noche más, ya estaba jugando con ella en la oscuridad sin
decir palabra, ya que su madre que tenía el sueño ligero nos podría
pillar infraganti, pero aquella noche no sé qué le pasaba que no
podía controlar sus gritos de placer, por lo que yo aún sin verle
la cara, le tapaba la boca y le pedía que por favor se controlara.
Pasado
un buen rato, volví a mi dormitorio por el mismo camino de fechoría,
quedándome dormido pensando en lo fogosa que esa noche se había
comportado mi amante secreta.
Por
la tarde del siguiente día, le puse un WhatsSapp a mi amiga, y
quedamos a tomar algo en la cafetería de siempre con algunos amigos
comunes. Al salir de casa vi en la ventana cercana, a la progenitora
de mi amiga, que me saludó con la mano dirigiéndome una sonrisa
seductoramente extraña.
Ya
en el bar y después de un buen rato cuando estábamos aparte, le
dije con una carita de prepotente:
-Alex,
¿Qué te pasaba anoche que estabas especialmente fogosa?
Ella
se me quedó mirando como si no supiera de qué iba, para
contestarme:
-“No
sé de que hablas. Anoche no nos vimos, pues salí con mis amigas y
llegué a casa de mañana, que por cierto mi madre me metió la
bulla, pues tiene la costumbre de acostarse en mi cama para enterarse
a la hora que llego”.
Me
quedé de piedra y blanco como la cal, y aunque ella lo notó, lo
único que se me ocurrió fue una torpe disculpa por írseme la
“olla”, pero cuando volvíamos a casa y me despedía de mi amiga,
su madre se asomó a la puerta para desearme con una picarona sonrisa
“felices sueños”.
Y
heme aquí que ahora voy a tope, pues tengo sexo a diferentes horas y
días con mis dos bellas vecinas, aunque sospecho que algún día se
enteraran ambas de mi promiscuidad, pero mientras tanto…
En
Villanueva del Ariscal, a 29 de mayo del 2014