Eran días de vacaciones de
Navidad y le encantaba estar en casa de los abuelos, jugar con su hermano
Santi, y que sus padres les llevaran a muchos sitios, pues el sólo espectáculo
de las calles de Sevilla era indescriptiblemente bello, o así se lo parecía.
Una clara noche de estas en
plena Luna llena, le preguntó al abuelo si podía coger el telescopio y mirar un
rato las estrellas, y acto seguido todo montado, se dispuso a disfrutar de lo
desconocido e imaginarse un viaje interestelar ayudado por un gran mapa del
universo que había visto en la biblioteca del abuelo.
Y con la enorme imaginación
que tenía, empezó su viaje en lo que llamaba “La Carroza de los aires”:
¡Qué extraordinario le
parecía todo!, pasando a velocidad de vértigo por entre constelaciones, estrellas
y planetas:
Andrómeda (la princesa) su
favorita, Lyra, la Osa menor, el Cuervo, Pegaso, la Copa, la Corona del Sur
otra de sus favoritas, y un montón más.
Y las estrellas:
Cástor, estrella doble de la
constelación de Géminis, Deneb de Cisne, La estrella Polar útil para orientarse
hacia el norte, la brillante Sirio en el Can Mayor, Capela de la constelación
del Cochero, y muchas, muchas, y más que no le daba tiempo ni pararse a nombrar,
ni sabía sus nombres.
Además, que cantidad y
variedad de planetas y satélites. ¿Habría gente por ahí?
Tenía que ser difícil, pues
en unos sólo había rocas, en otros grandes superficies de volcanes muertos, y
en otros hielos eternos. ¿Aquí quizás hubiese vida?
Pudiera ser que algunas
especies de bichitos o personas se hubiesen aclimatado al calor excesivo o al
frío polar o vivirían bajo la capa terrosa en algún sitio.
Le habían contado en el
colegio, que en la grandiosidad de un universo casi infinito, ¿No iba a haber
más planetas habitables? Pues seguro que sí, pero ¿Cómo serían esos seres
vivos? ¿Tendrían inteligencia y conocimientos más avanzados que nosotros o
estarían muy atrasados, o no eran vida inteligente? ¡Puaff… cualquiera sabía!
Se sentó pensativa mirando
todo el azul que sus ojos pudieron abarcar, y todos los puntitos luminosos que
de tanto mirarlos se les juntaban mezclándose, y pensó que en vez de buscar
vida por ahí, ¿No sería mejor cuidar de lo que conocíamos, nuestro difícil y
descarriado mundo (La tierra), que era lo más cercano?
Además, lo que le parecía
increíble, es que se gastara tanto dinero en explorar otras galaxias y otros
mundos, habiendo tantas necesidades aquí mismo, en la casa de al lado, en el
barrio cercano o en muchas partes de esta maltratada tierra.
Y que de una vez por todas
se acabara con las guerras, con todas las guerras, las que algunos denominaban
justas y por supuesto todas las demás.
¡Malditas sean todas las
guerras!
Y con este pensamiento os
dejo deseándoos un ¡Feliz año nuevo!
Me gritan Santi y Olivia: “Y
que vengan pronto y con muchas cosas los Reyes Magos”.