Era feliz. Vivía en un
pueblecito de no muchos habitantes, a media hora de la gran ciudad y la
realidad era que a pesar de la crisis económica y del devastador paro, a él las
cosas le habían ido medianamente bien.
Se defendía con su taller de
“mecánica en general para vehículos”, ayudado por sus dos hermanos menores.
Se había casado hacía ya
algunos años, y tenía dos preciosos mellizos, que cada día antes de abrir el
taller llevaba a la escuela. Así dejaba que su mujer durmiera un poco más, pues
la pobre se acostaba a las tantas organizando su casa, donde cada cosa estaba
en su lugar.
Pero un día, al llegar al
trabajo se encontró con que dos señores que no conocía, le estaban esperando.
Pertenecían a un Partido
Político de reciente creación, y le dijeron sin preámbulos, que le habían
investigado y que querían que se presentase a alcalde del pueblo con sus
siglas, y ahí acabó su felicidad.
Él se intentó resistir, pero
poco a poco le fueron convenciendo, por lo que después de consultarlo con su esposa
y sus hermanos, aceptó el reto, convencido de que podría ser de una gran ayuda
para sus vecinos, pues en el pueblo habían pasado varios alcaldes que de lo
único de lo que se habían preocupado era de llenarse los bolsillos y medrar a
favor de familiares y amigos.
Para llegar a ser candidato,
le sometieron a una exhaustiva investigación sobre su persona y de toda la
familia, teniendo que hacer además una declaración jurada en la que aceptaba
los programas de su formación, y se comprometía con los principios de honradez
y de servicio a los demás.
¡Cómo cambió su vida!
Tuvo que hacer cursos,
estudiar para ponerse al día y asistir a incontables reuniones que lo apartaron
de su trabajo y del cuidado de los suyos, pero ya le habían dicho que los
sacrificios merecerían la pena, pues “podría cambiar la vida de muchas personas
y hasta la historia”.
Su primer “palo” le vino
porque en las elecciones donde, dicho de
paso, ya se veía como alcalde, sólo sacó su grupo cuatro concejales de los
dieciséis que componían el consistorio, por lo que empezaba a ver las cosas de
otra forma, ya que su partido le exigía que apoyase como alcalde con sus votos
a otra formación que no le gustaba nada, no por sus ideas, sino por las
personas que lo componían, pues “en el pueblo nos conocemos todos”.
Presentó su dimisión al
partido como cabeza de lista y como afiliado, pues ya no podía soportar más la
pequeña política de los intereses.
En verdad, la vida no es más
que las miserias que hemos de soportar entre una decepción y otra.