Hacía mucho tiempo, que sus
padres le habían prometido a Olivia y Santi una acampada en el bosque durante
tres días del fin de semana, y llegó un día no esperado que escucharon la
deseada frase: “Vamos a prepararlo todo para irnos de acampada”.
El padre se encargó de la
tienda, los sacos de dormir, las cañas de pesca, y un largo etcétera que
conllevaba el evento.
La madre la comida, la ropa
de abrigo y todas esas cosas que aunque parecen inútiles, siempre sirven.
Los niños aunque aún pequeños,
Olivia seis y Santi tres añitos, también prepararon sus pequeñas mochilas donde
aparte de agua, galletas, y algún bocata, guardaron todo lo que ellos
quisieron, y aunque mamá al final dejó algunas cosas, la niña guardó su tesoro,
que no era otro que su muñeco favorito Pinto, y su espejo “de la suerte”, un
recuerdo familiar con marco y mango de plata que le regaló la abuela Pili, y
que nunca dejaba atrás cuando viajaba.
Muy temprano, casi aún de
noche, y todos cargados hasta los topes, cogieron un tren que los dejaría cerca
de donde papá había señalado en el mapa, que aunque dificultoso de llegar,
creía un sitio ideal.
Una vez salieron de la
estación del ferrocarril, tomaron un caminillo en cuesta que les conduciría al
sitio, pero llevaban ya más de una hora que dejaron el carril, y andaban entre
los abedules y choperas un poco perdidos, aunque el cabeza de familia decía que
iban bien encaminados, hasta que después de otra hora, reconoció que se habían perdido,
y lo malo era que el GPS del móvil no funcionaba, pues no había cobertura.
Después de otro rato
desorientado, llegaron a un claro que parecía bueno para acampar, pues incluso
pasaba un sinuoso río, que según papá reconoció en el plano, era un subafluente
de un afluente del Guadiato.
Una vez hubieron descansado
un rato reponiendo fuerzas, decidieron que era un buen sitio y empezaron a
montar la tienda y prepararse para los días que iban a estar. Cuando tocara
regresar ya se orientarían, pues brújula y mapa llevaban.
Una vez todo organizado,
decidieron pescar algo en el río que les sirviera de cena, pues así eran las
aventuras en la naturaleza, y encontraron que había muchas truchas en aquel
riachuelo poco profundo, por lo que se conformaron con lo justo para el ágape.
Cuando llegó la noche,
encendieron con precaución una pequeña hoguera, que les serviría para asar los
peces y calentarse mientras miraban por el telescopio a las estrellas en aquel
firmamento esplendoroso sin nubes ni contaminación.
Pasaron una magnífica noche
protegidos por la cómoda tienda, y a la mañana siguiente se prepararon para
hacer una excursión por el bosque y disfrutar de las maravillosas criaturas que
albergaba.
Fueron siguiendo la
corriente del río, aunque previendo la posibilidad de despiste, fueron
señalando con unas tizas todo su itinerario.
El paraje era delicioso,
pues aparte de la cantidad de aves que vieron entre los árboles, había
profusión de conejos, ardillas, y hasta creyeron ver un lobo.
En eso estaban, cuando los
niños ya con más confianza, decidieron ir un poco por libre, y salieron
persiguiendo a una comadreja para ver donde tenía su guarida, pero cuando se
quisieron dar cuenta, se encontraron en mitad del bosque sin sus padres.
Gritaron llamándolos, pero
viendo que no acudían y nadie contestaba, siguieron andando perdiéndose más.
De pronto de entre la espesa
arboleda, apareció una pequeña cabaña a la que decidieron dirigirse para
preguntar y ver si alguien los orientaba.
Llamaron a la puerta, y lo
primero que vieron al abrirse, fue un enorme perro de ojos grises, que fue al
que confundieron con anterioridad con un lobo, y detrás apareció un hombre
joven pero muy feo, que les invitó a entrar, ofreciéndoles agua y todo tipo de
golosinas, que los niños no se atrevieron a tocar.
El interior de la vivienda
del que se autonombró pastor, era un poco rara, pues aparte de muy desordenada
y llena de bichos disecados, tenía un raro olor entre rancio y jarabe.
Les dijo que sabía dónde
habían acampado, pues su perro le contaba todo lo que ocurría en el bosque, y
que no tuvieran prisa por volver, que él los acercaría.
Pero en esa estaban, cuando
Olivia notó que aquel extraño muchacho la miraba muy fijo, y que a la vez que
hablaba en un extraño lenguaje, movía las palmas de las manos en círculo frente
a ella y su hermano, y sintió que le
entraba sueño.
Como sabía por su abuelo
Jose muchos cuentos de encantamientos, pensó que este era uno de ellos, por lo
que sin pensárselo dos veces, sacó su espejo de la mochila y se lo puso a aquel
raro hombre delante de sus ojos, y este dando un grito empezó a dar extraños
saltos y a decir que era una rana, lo que aprovecharon Olivia y Santi para
salir corriendo de allí perseguidos por el perro.
Llevaban un tiempo huyendo,
y cuando no pudieron más se pararon a descansar, observando que el terrible
perro había desaparecido, y al poco rato escucharon las voces de sus padres
llamándolos, y al verlos los abrazaron sonriendo, pues habían estado muy
asustados.
Contaron su aventura frente
a la hoguera al llegar la noche, pero aunque sus padres los escucharon muy
serios, en el fondo pensaban que eran las “fantasías infantiles”, y ese chorro
de cuentos con que el abuelo les llenaba la cabeza, y además al ir al sitio
donde presumiblemente estaba la choza, sólo había una gran charca pestilente.
El resto del tiempo se hizo
inusualmente corto, pues se lo pasaron todos en grande, y ya se sabe que lo
bueno dura poco, así que después de almorzar el domingo, empezaron a recogerlo
todo y regresar.
El GPS empezó a funcionar de
nuevo, así que pudieron llegar sin problemas al tren y regresar, con esa triste
sensación que te deja en el cuerpo cuando acaban los buenos momentos.
Bueno, pues esta es la
historia que me contó mi nieta para que la escribiera y yo así lo he dicho.
Disfrutadla tanto como yo contándola.