Hace unos días que estoy en
casa de mi hija en Madrid, y como cada mañana me dispongo a desayunar y dar mi
paseíto curiosón, y empiezo parándome a la salida del portal para tomar una
gran bocanada de aire fresco.
En eso estaba, cuando una
ensordecedora máquina de “medio ambiente”, levanta una gran polvareda que me
hace toser y salir de allí por piernas. Vuelvo la calle, respiro, me ajusto mi
panameño, y continuo unos pasos para contemplar como dos perros sin dueño,
ladran desaforados a un gatito que se ha encaramado al techo de un vehículo
aparcado para ponerse lejos de la amenaza, y yo alma caritativa aunque no soy
particularmente “animalista”, espanto a los fieros canes, y me acerco para
bajar al minino, y en vez de agradecérmelo el bicho, recibo un arañazo en la
mano.
Entro en un bar para
limpiarme los arañazos de mis manos, y ya de camino desayunar mi consabida
tostada con aceite y ajo, y como aquí normalmente esto último no te lo ponen,
me lo traigo de casa envuelto junto a mis pastillas.
Me traigo mis viandas hacia
una mesa (caro y encima autoservicio), y comienzo a prepararme las tostadas,
cuando observo a una joven que me mira sonriente, y me dice: “Es la primera vez
que veo untarle ajo al pan para desayunar”, y yo le respondo: “Pues verá
señorita, yo también es la primera vez que veo tomarse una coca-cola con
madalenas”, con lo que ya me dedico a lo mío, y en el primer bocado y para mi
desesperación, me caen un montón de manchas de aceite en el pantalón.
Pido al pagar en la barra si
tienen algún quitamanchas, pero no tengo esa suerte, así que continuo mi paseo
mirando escaparates y viandantes, pero se levanta de pronto un viento que me
saca el sombrero de la cabeza, y acaba rodando por mitad de la calzada, donde
primero lo atropella una moto y luego un autobús y un coche. Para cuando llego
a recogerlo está destrozado, y no tengo más remedio que tirarlo en una
papelera.
Desanimado por tantos y
variados incidentes, resuelvo volver a casa, pero antes debo pasar por el súper,
pues ahora tengo dos listas de compra, la de mi mujer y la de mi hija.
Ya con la cesta empetada, me
dirijo a pagar hacia la caja donde había una gran cola, cuando en ese momento
anuncian que abren otra caja y que pasemos en el mismo orden, pero aquello se
desmanda, me tiran la cesta, me rompen los huevos (los de la cesta), y por poco
no voy yo también al suelo, y al final todos se me cuelan y encima una señora
me bronquea porque entiende que iba delante de mí, aunque la cajera se apiada y
me cambia la rotura. Dejo pasar a la
dama, pero la mujer sigue relatando contra los hombres, por lo que le pregunto:
“Señora, ¿Es usted soltera?” y me responde “y a usted que le importa, machista.
Estoy casada” y yo le respondo: “Pues entonces está usted hablando contra su
marido”.
Bueno, aquello ya fue como
una bomba, menos mal que me tocaba y me dediqué a guardar las cosas y pagar,
pero es que la susodicha me esperaba fuera del supermercado. Yo me paré, dejé
las bolsas en el suelo, encendí un cigarro y le dije sonriendo a la
señora:”Gusto de conocerla señora y recuerdos a su santo marido que tiene
ganado el cielo por soportarla”. Y allí la dejé gritándome todo tipo de
improperios.
¡Qué paseo más tranquilo y
sosegado! Menos mal que ya llegué a casa, pero el ascensor está estropeado y
tengo que subir hasta el 4º por las escaleras.
Como encima me digan que falta algo, la armo.
¡Valiente paseo!
En Madrid, a 28 de junio del
2016