En el rico diccionario de la
lengua española, tenemos un sinfín de palabras grandilocuentes, que a pesar de
tener su correcta definición, no para todos significan lo mismo.
Lo que la palabra libertad
significa para el adolescente castigado sin salir, no es lo mismo que para el
ladrón o delincuente que está recluido en la cárcel, o para el ciudadano que se
tiene que ceñir a unas normas de convivencias que no le vienen bien, o que le
son contrarias por sus creencias o por su
filosofía y modos de vida.
En nuestra conversación
diaria con familia, amigos y compañeros, solemos discutir por cosas importantes
y por algunas no tan esenciales, pero es el valor subjetivo que le damos al léxico
empleado, el que nos acerca o nos aparta de los demás, ya que a veces no entendemos
que para otra persona no sea importante o exacto lo que en nuestro criterio
lo es. De aquí lo difícil que es “ponerse en la piel del otro”, por más
magnánimos que seamos, o por más que intentemos entender al diferente.
Y es aquí donde surgen los males con que nuestra relación
con los demás nos castiga a veces; caer en el precipicio de la intolerancia, la
incomprensión e incluso en el fanatismo, ya que malentendemos que si no podemos
convencerlos, mejor apartarlos, tacharlos, acallarlos y en ocasiones extremas
acabar con ellos en forma física o con el ostracismo.
¡Si no podemos con el
diferente, hay que eliminarlo! No vaya a ser que contagie a los demás y que
seamos nosotros los apartados del grupo; nosotros, los que nos consideramos en
la verdad absoluta Es lo que decía un pariente mío bastante autoritario: “No
hay discusión. Lo digo yo, y basta”.
Es de todo esto de lo que
han surgido las revoluciones, las guerras, los guetos, y que han devenido en
grandes miserias y perjuicios para la vida y la convivencia de las gentes
sencillas. Porque sus preocupaciones son otras bastantes más primarias, como
pueden ser el trabajo, la salud y criar a sus hijos de la mejor manera posible
para que puedan defenderse en la vida.
Pero a los hijos, además de
cubrir sus necesidades primarias, también es importante educarlos en la
tolerancia, señalarles que el que piensa diferente a ellos no es su enemigo,
que todo se puede hablar sin sofocos, y que normalmente el que grita es el que
menos razón tiene.
En tiempos en donde el idolatrismo
por lo propio es la principal causa de los males que aquejan a esta sociedad
enferma, estas palabras sonaran raras, ajenas, pero si dejáramos a un lado el
yo en beneficio del nosotros o del ustedes, ya iríamos mejorando y lo mismo
tendríamos solución como especie inteligente.