El descubrimiento del fuego
se funde en la nebulosa de los tiempos prehistóricos, y es inimaginable lo que tuvo
que suponer para aquellos antepasados nuestros, alimentados hasta entonces de carne cruda y
sin claridad alguna cuando se ponía el sol.
Hoy, con todos los adelantos
hogareños que nos hacen la vida más fácil y entretenida, tenemos una
coincidencia con aquellos hombres y mujeres: y es que aunque no hagamos fogatas
en nuestros hogares, si que solemos reunirnos alrededor de la cocina, sitio que
define lo que es un hogar, ya que los habitáculos que no la contienen como una
habitación de hotel o una residencia de estudiantes, no las vemos como tal, aunque
dispongan de todas las comodidades.
Como yo soy bastante
cocinillas, sé por experiencia propia las magníficas conversaciones,
confidencias y amistades que se han hecho alrededor de los burbujeantes pucheros.
Siempre hay alguien que se
implica cuando se cocina, y aunque no sepa mucho de platos y recetas, corta,
pela, tamiza y friega codo con codo, mientras bebemos una copa de vino y
picamos unos taquitos de queso y jamón y las consabidas aceitunas.
Es una realidad, cómo en los
hogares que no disponen de muchos metros cuadrados, se tiende a integrar cocina
y salón, de tal forma que todos, cocineros y comensales, participan de la
reunión en todos los momentos, con lo cual se hace más enriquecedora la
convivencia con familiares, amigos, vecinos, o cualquier variopinta reunión de
personas, y aunque algunas sean desconocidas para algunos, se integran todos alrededor
de una buena cena, y ya no digamos si se riega con algunos de los fabulosos
vinos que tenemos en esta piel de toro donde vivimos, que despeja y desinhibe
la mente, aunque no conviene que nadie abuse, pues ya sabemos que esto puede
conducir a que haya algunas tensiones cuando la lengua se suelta demasiado.
Según lo que se escucha en
las cocinas de nuestros hogares, yo la compararía con un confesionario católico,
con la diferencia que nadie tiene que perdonar nada, sino que las
conversaciones fluyen de forma natural,
y lo normal es que no haya enfrentamientos, ni gritos, ni discusiones acaloradas,
sino que todo transcurra de una forma amable y educada.
Y si encima la comida está
buena, ya ni qué decirte.