En este tiempo de verano propio para el descanso, si se puede, se suele comer mucho fuera de casa, ya sea en restaurantes, fiestas, romerías, ferias o invitaciones en casas de amigos, en el campo o en la playa, y una cosa muy normal en esta Andalucía nuestra es que te sirvan un “salmorejo”.
Esta humilde comida hermana gemela del gazpacho, como todos los platos populares, no hay dos personas que lo hagan igual, y puede que todos estén buenos, aunque con gustos y texturas diferentes. Es originario de Córdoba, donde en cualquier sitio que lo comas lo bordan.
La historia de este plato va unida al trabajo de los campesinos en las huertas andaluzas, que se iban al campo al amanecer del día para no coger las horas de más calor, con una botellita de aceite, que a la hora de comer, junto a un par de tomates, un pimiento, medio diente de ajo, sal, y el pan duro del día anterior, machacaban en un mortero hasta hacer una pasta que se aclaraba, si se quería, con un buen chorreón de agua fresquita del cántaro, y que algunos le agregaban unas gotas de vinagre de vino, si el tomate era demasiado dulce.
Hasta aquí la base de esta comidita despreciada por muchos cocineros de nuestros días, pero que quitaron mucha hambre en los penosos años 40 y 50.
Yo lo he probado casi de todas las formas posibles y no posibles, desde la forma original hasta algún que otro inventor que le ha puesto zanahoria, remolacha, cebolla, pepino, sandía y un largo etcétera, y otros atrevidos innovadores que le añaden pimentón, cayena y otras
barbaridades, y como guarnición, almendras, dátiles, pasas, uvas, berenjenas, gambas y hasta con sardinas asadas me lo han servido.
Yo os lo recomiendo según la fórmula original, ni pastoso ni líquido, sin vinagre y vigilando el ajo, con una guarnición de taquitos de jamón ibérico y huevos de codorniz cocidos, y que repose en la nevera a frio medio durante tres horas.
Buen provecho, y después de una siestecita te levantas como nuevo.
En Zizur Mayor, a 22 de Agosto del 2011