(Continuación)
Salí de allí y me fui caminando hasta el hospital, donde anduve ensimismado y nervioso toda la mañana.
Todo esto debería tener una explicación.
Llamé a Bea, charlé un rato con ella para constatar que estaba mucho mejor, y con el pretexto de ver la foto que tenía su amiga, le pedí el teléfono de María.
La llamé y quedó en llevarme la foto al hospital, ya que ella también trabajaba allí de administrativa. También le pedí que, sin que nadie se enterara, me consiguiera el teléfono y la dirección de la familia de Ramón.
Me llamó por la tarde para decirme que al teléfono que su hermano tenía no contestaba nadie y que la vivienda era Luis Montoto 31,2º A.
Yo también estuve llamando a ese número varias veces y como no obtuve resultados, me dirigí a dicha dirección donde nadie respondió al portero electrónico. Cuando ya me iba, salía una señora a quien pregunté por la familia del 2º A.
Me comentó que eran sus vecinos, pues ella vivía enfrente, y que esa familia estaba compuesta por el chico que se mató y por su abuelo materno, pero que después del accidente lo llevaron a la Residencia de las Hermanitas de los Pobres, ya que padecía Alzheimer y no podía vivir solo.
La niebla se había apoderado de su mente, lo que unido a la tristeza de su corazón por la pérdida de su nieto, lo tenían retirado de la realidad del mundo de los vivos.
Me dirigí a la Residencia que estaba un poco más atrás en la misma calle y pregunté por él.
La hermanita que me atendió, Sor Virginia, me preguntó si yo era familia del anciano y me contó cómo se había aislado de los demás, no hablaba con nadie, que apenas comía y que dependía de ellas para todo. Su mirada decía a las claras que no quería seguir viviendo.
Me hizo seguirla por un pasillo, y me señaló un hombrecito muy delgado y encogido, sentado en una silla del patio.
Le hablé al anciano dulcemente, preguntándole por su salud y su familia, si necesitaba algo. Ni me miró siquiera.
Le di las gracias y me marché después de contarle a la monja un rollo, “que me había encargado que lo visitara un amigo suyo que estaba impedido en la cama”. La pobre se lo creyó.
Cuando ya salía por el jardín de la Residencia y cerca de la verja, oí que me llamaban y al volverme vi que era la hermana que me había atendido.
Volví sobre mis pasos y en la misma entrada me dijo Sor Virginia:
-Se me ha olvidado comentarle algo que pasó y que casi no me acordaba.
Uno de los primeros días que estuvo aquí este señor, una limpiadora vino a decirme que había un muchacho muy raro con él y que no lo había visto entrar.
Fui corriendo a la habitación, pero estaba D. Ángel sólo y aunque le pregunté varias veces, no me decía nada, sólo noté que tenía lágrimas en sus ojos.
-Sor Virginia, ¿Podría hablar con la limpiadora?, le pregunté.
-La puede ver aquí por las mañanas.
Le di las gracias y pensé en pasar por allí al día siguiente.
Por la mañana fui muy temprano. Después de decir quién era, esta señora me dijo que “el muchacho que vio le dio un gran susto, pues no se lo esperaba allí, parecía un tipo raro, que llevaba una gorra y que le faltaba un zapato”.
Me despedí dándole las gracias y recuerdos para Sor Virginia.
No sabía qué hacer, necesitaba contarle esto a alguien, a un amigo, así que sin darme muy bien cuenta de que marcaba en el móvil, llamé a mi compañero de carrera, el forense, y quedé para tomar unas copas y charlar aquella tarde.
Hacía tiempo que no nos veíamos, así que le dio mucha alegría el encuentro. Después de hablar un rato sobre algunos temas de nuestra profesión, me dijo muy serio:
-Desembucha, que ya sé que quieres hablarme de algo y no sabes por dónde empezar.
Y se lo conté todo menos el nombre de mi paciente que era secreto profesional.
Se quedó un rato pensando y al fin me dijo:
-Creo que deberías poner una denuncia por la desaparición del cadáver, pero entonces tendrías que reconocer a la policía que has profanado una tumba y esto te acarrearía muchos problemas, entre ellos podría costarte tu carrera.
Me dijo que le dejara pensarlo, y quedamos al día siguiente a la hora del aperitivo vespertino.
Había perdido el sosiego y la tranquilidad, estaba irascible y las noches las pasaba con pesadillas o con insomnio; ahora era yo el enfermo que necesitaba tratamiento.
Llegué a la cafetería casi una hora antes que mi amigo, tal era mi estado febril.
Después de dos whiskys, ya bastante más tranquilo, llegó mi colega, y antes de que le dijera nada me soltó:
-Creo que tengo la solución. Conozco a un inspector de policía que me debe algún favor, así que le diré que una persona allegada me ha llamado para decirme que estando el otro día en el cementerio, vio una tumba que había sido violentada. Que investiguen a ver si aclaran algo.
-Me parece bien, pero me gustaría estar al tanto hasta que se aclarase esto de alguna manera lógica, le dije un poco aliviado. Avísame si sabes algo.
Pasaron los días y ya había dado de alta a Bea, pues se había recuperado estupendamente, hacía su vida normal y no tomaba medicamentos.
Estaba cada día más guapa y nos seguíamos viendo regularmente, pues tengo que confesar que me había enamorado perdidamente y casi éramos novios.
Nunca más volvimos a sacar el tema y yo jamás le hablaría de mis investigaciones, bastante trauma había tenido la pobre.
Era el décimo día del nuevo año, cuando me llamó mi amigo Jorge, el forense, y me dijo: “Compra el ABC y ábrelo por la página de sucesos”.
Corrí al puesto de prensa del hospital, me hice con el periódico y en un rincón de la cafetería me puse a buscar los sucesos. Allí estaba.
ABC. Sevilla. 10/1/2011
Como recordarán ustedes, en días pasados se produjo un voraz incendio en unos almacenes abandonados de la Av. De la Raza, quedando estos totalmente destruidos. El cadáver que apareció entre los escombros, y que en principio se creyó de algún indigente, resultó ser el cuerpo de un muchacho muerto en accidente de moto y que desapareció de su enterramiento el pasado mes de Noviembre. Este hallazgo ha sido posible al practicársele al cadáver las pruebas de ADN en el departamento Anatómico Forense.
Puesto al habla con la policía nos comunican, que han llevado las investigaciones con el mayor sigilo, por lo cual no había trascendido el suceso.
No había más que investigar, todo tendría una explicación y no había otro punto y final.
Ya podía dormir tranquilo, pero ¿Y tú?, ¿Que tal dormirías?