Era
el cumpleaños de mi amigo Roberto y me había invitado a su fiesta,
por lo que preparé un regalo de conveniencia entre las cosas que no
me gustaban o me sobraban, y me dirigí al evento de la mano de una
amiga de facultad con la que me veía hacía un par de semanas.
Había
ya bastante gente bailando y bebiendo, por lo que entregué el regalo
a mi amigo y me dispuse a tomar algo, cuando vi como mi amiga se iba
con un chaval que yo no conocía y que resultó ser un antiguo novio,
dejándome planchado con la copa y con cara de imbécil.
Llevaba
ya un tiempo bebiendo copa tras copa, cuando sentí unas ganas
tremendas de hacer “pis” y me dirigí al servicio, pero había
una enorme cola y yo no podía aguantar, así que cuando mi vejiga
iba a estallar, tomé la decisión de hacerlo en una botella de ron
vacía y mediante un embudo que cogí de la cocina. Al acabar dejé
el recipiente disimuladamente en la mesa de donde lo había tomado y
fregué y puse el embudo en su sitio, pero cual no fue mi sorpresa al
volver al baile, ver como un invitado escanciaba del envase que yo
había dejado un buen chorreón sobre hielo y le añadía Coca-Cola.
Estaba
desmelenado bailando en medio de la pista y bastante beodo, cuando me
vinieron ganas de una “ventosidad” tremenda, que vino a coincidir
con un inesperado silencio después de acabar un tema, por lo que el
efecto fue que mi trueno se escuchó alto y claro, observando cómo
nos mirábamos unos a otros sin disimulo y como se hacía un cerco a
mi alrededor, por lo que decidí pasar desapercibido a partir de
aquí.
Después
de esto seguí bebiendo como un cosaco hasta que sentí que ya no me
cabía más alcohol, pues unas nauseas repentinas encendieron mis
alarmas, para dirigirme dando bandazos pero rápido hacia el
servicio, en donde abrí la puerta de un fuerte empujón en el
momento que me venía inconteniblemente el vómito, que fue a caer
sobre una chica que estaba sentada en el inodoro, saliendo yo en
estampida de allí después de susurrar una disculpa ante los feroces
gritos de la doliente.
Como
pude salí del fiestón por piernas, tomé un taxi que tuvo que parar
dos veces para que yo descargara la vomitera y por fin llegué a
casa, pero sobre todo a mi cuarto, donde me acosté sin desnudarme
pero con la precaución de cerrar la puerta para que nadie viera lo
perjudicado que estaba.
Por
lo demás, decir que varios amigos y amigas dejaron de hablarme,
entre ellos Roberto, y debo de reconocer que con toda la razón
después del espectáculo que di.
Con
el paso del tiempo esta anécdota etílica se llegó a contar como
una gracia mía, pero la realidad es que yo no volví a beber desde
entonces y eso que esto pasó hace ya muchos años.
Quien
no sepa mear el alcohol que no beba.