Había una vez un precioso bosque lleno de vida, pues
aparte de la gran cantidad de especies animales que cohabitaban en él, estaba
surcado por un río de mediano tamaño que bajaba con las frías aguas del
deshielo de la lejana cordillera nevada.
Uno de sus habituales que saltaba a la vista de
cualquier observador inoportuno, era una familia de ardillas con el trasiego
propio de almacenar comida en su refugio. Eran varias y en un momento
determinado, una de ellas (debía ser el jefe), reunió a su alrededor al resto y
les dijo:
-Debíamos de acotar de alguna forma esta parte del
bosque y del río para que nadie nos ataque ni se lleve la comida que estamos
almacenando.
De esta manera se pusieron manos a la obra y fueron
tejiendo toda suerte de barreras y de trampas para que ningún otro animal osara
penetrar en su territorio conquistado.
Vivían tranquilas y felices multiplicándose, de tal
forma que ya el acotado espacio protegido se les quedó pequeño, con lo que de
nuevo se plantearon ampliar lo más posible su territorio privado.
Pero pronto tropezaron con el primer inconveniente,
y es que los otros animales habían hecho lo propio con el resto del bosque, por
lo que un día se reunieron de nuevo para ver qué podían hacer.
Nuevamente el jefe de ellas propuso hablar con el
resto de animales para pedir más territorio, en vista de que eran la especie
predominante en número y la más antigua, con lo cual propició una reunión con
las otras especies, para reclamar sus derechos.
Se llevó a cabo la asamblea de los habitantes del
bosque, y decidieron que cada grupo nombraría a sus representantes para formar
un grupo de trabajo que solucionara estos problemas y otros que pudieran producirse.
A partir de aquí nadie se explica que fue lo que
ocurrió, pues de momento el territorio de cada especie se vio disminuido , ya
que hubo que ceder a la comunidad unas zonas generales para “no sé qué”, a la
vez había que alimentar y proveer a los representantes de los animales, que
aunque inicialmente no eran más de cincuenta, este número se vio incrementado
por “necesidades de administración y gestión” a cerca de trescientos, los
cuales se constituyeron en una casta de intocables emancipados que nadie
controlaba.
El bosque se observaba deteriorado, pues en los
terrenos que se cedieron a la comunidad, empezaron a poblarlos otras especies a
las que se les habían vendido por la asamblea de notables, y en vez de cuidar
el medio, arrasaban y robaban todo lo que veían.
En el bosque las ardillas empezaron a decrecer, ya
que escaseaban los alimentos, las reservas de antaño habían desaparecido porque
hubo que cederlas a los representantes de la asamblea, que por otra parte cada
vez eran más ricos y vivían mejor en detrimento de la comunidad.
-¿Qué hacer?, se planteó ya el anciano jefe de las
ardillas.
A espalda de la casta de notables, organizó una
reunión con el resto de los animales, en donde concluyeron que volverían a lo
anterior, con lo que empezaron a echar por las buenas y a otros por las malas,
a los que ya no los representaban, pues se habían enriquecido a costa de los
demás. Costó mucho trabajo y sangre, pero se consiguió.
Después fueron echados todos los nuevos que decían
haber comprado en propiedad sus terrenos. Se limpió el río, el bosque y los
caminos, con lo que cada especie volvió a vivir como antes.
Ya nunca más volvieron a plantearse nada que no
fueran cubrir sus necesidades y ser felices en su habitad.
Y esta historia la escribió el abuelo ardilla antes
de morir, ya muy viejo pero tremendamente sabio, para que nunca más se repitieran
las calamidades que habían asolado al bosque.
En mi reposo, a 28 de enero del 2013