Ya estaba, por fin, ante su
puerta. Era un coqueto chalecito adosado cercano a la playa de la Barrosa. Que trabajito
me había costado encontrarla. La busqué en las “Páginas Amarillas” de
Telefónica, en Internet y en todas las Redes Sociales. Nada, ni rastro.
Por fin, un día que estaba
para otro asunto en Cádiz, me acerqué a la Delegación de Hacienda, donde la había
conocido, y en su antiguo departamento pregunté por si alguien sabía donde
vivía, pues se había jubilado hacía unos años.
Me indicaron que si alguien
sabía algo de ella, sería el más antiguo
del Negociado, que era el Sr. Márquez, el cual me interrogó como si fuese un
policía y yo un sospechoso de crímenes, pero después de varios “riojas” en el
bar cercano, accedió a darme su dirección.
Nos habíamos conocido un día
que fui a preguntar sobre una duda que tenía para declarar las exportaciones de
mi empresa, y allí estaba ella. Se llamaba Ana Mª y era muy guapa, con unos tobillos
poderosos como a mí me gustan las mujeres, y de una simpatía arrolladora.
Congeniamos bastante, pero
le mandé un primer regalo de productos cosméticos de mi fábrica que me
devolvió, y ya después de ir muchas veces por allí siempre inventándome un
motivo, me dijo un día:
-Tú no sabes lo que hacer
para enrollarte conmigo.
Yo me eché a reír, y así
conseguí mi primera cita con ella, tras lo que vinieron varios años en que nos
veíamos bastante, pues disfrutábamos del cine, de los conciertos, de las
comidas y sobre todo de la cama, mucho amor de cama del que no se fatigaban
nuestros besos, ni nuestros cuerpos de tanto revuelque.
Pero como todo, aquello se
acabó un día en que vio una foto mía con toda mi familia en el Diario de Cádiz,
pues había sido premiado como empresario del año por la Cámara de Comercio. No
me montó ninguna escena, simplemente me dijo que se había ido a vivir con su
novio de toda la vida, al que yo llamaba el del café, pues era representante de
una de las marcas más conocidas de este producto.
Y no nos volvimos a ver
nunca más, por lo que yo después de tanto tiempo en que ya todo ha cicatrizado
o eso espero, tengo la curiosidad morbosa de saber de ella.
Abrió la puerta y nos
quedamos un rato mirándonos sin decir palabra. “¿Me invitas a un café?”, le
dije por romper el hielo. “Pasa”, me contestó y me vi sentado en una butaca
blanca frente a ella, que me sonreía de forma un poco forzada.
-Estás igual de guapa y yo
hecho un cascajo.
-Pues me han quitado un
linfoma hace un par de años y aún no me siento bien del todo. ¿Y tú qué tal?
-Pues me pusieron un
marcapasos hace un tiempo y ahora seguramente me tenga que operar de la
rodilla.
-Pues te veo bien, aunque un
poco más gordo.
-¿Son tus nietos?, dije
señalando una foto que había en una mesa cercana.
-Mi hijo, mi nuera y los dos
preciosos niños que tienen.
-Pues yo tengo once de mis
tres hijas. Son bastante conejas.
En ese momento sonó el
timbre de la puerta y la escuché hablar con alguien, dirigiéndose hacia donde
yo estaba.
Al ver entrar a Ana con un
mocetón de buen porte, me levanté y me quedé como mudo mirando a su
acompañante. Dios mío, se parecía…No, no
podía ser.
-Álvaro, dijo Ana, este
señor es tu padre.
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