Era
una princesita recluida en un torreón del castillo de su padre, que
no quería contaminarla con amistades peligrosas, pues quería
casarla con el sucesor del reino de su señor, el Rey.
Pero
un día, recién iniciada la primavera, las hormonas de esta niña
empezaron los estragos propios de la edad madura que estaba
alcanzando; empezaron a inflarse sus pezones, un vello púbico empezó
a nacer, y su ánimo revuelto requería respuestas, que nadie le
daba, pues estaba rodeada sólo de damas que tenían que mantenerla
aislada de cualquier información personal y exterior.
En
uno de esos días de incertidumbres y deseos no comprendidos, llegó
a su ventana un gorrión exhausto y herido que ella recogió con sus
primorosas manos y empezó a curarlo, pero cual no fue su sorpresa,
cuando este se convirtió como por ensalmo, en un agraciado paje.
El
Duque dormía, cuando lo despertaron unos gritos de placer
provenientes del torreón de la niña.
Al
acudir, su hija le explicó todo lo anterior con el terror
transfigurando su rostro, pues su padre había desenfundado su espada
y estaba dispuesto a matar al galán, cuando este se reafirmó en
que era un pájaro cuando se vio transfigurado en humano, y lo demás
no sabía por dónde le había venido.
Ante
las súplicas de su única hija, el buen hombre se pensó que hacer
sin dañar su honor y el de su estirpe, por lo que convino que el
joven amante de su hija y en el mayor de los secretos, se incorporara
al ejercito que formaba para luchar contra los sarracenos.
Y
hacia las fronteras partieron para impedir el avance enemigo,
tardando en volver al ducado más de cinco años, pero cómo de
grande sería su sorpresa, cuando al llegar se encontró el buen
chaval, que su princesita ya tenía tres hijos.
A
los requerimientos de respuestas por parte del doncel, ella con la
mayor ingenuidad, le relató que el tiempo que su señor había
estado en batallas, habían llegado a su ventana algunos gorriones,
tan herido como él llegó, y que al darles cuido se había vuelto a
producir el ensalmo, y que sus tres hijos provenían de estos pájaros
convertidos en humanos tras sus cuidos.
El
señor duque y padre de la princesita, no pudo reprimir una muesca
irónica ante esta nueva historia que ya venía de largo, por lo que,
como un mal menor para salvaguardar su honor, les dio vivienda en una
parte del castillo, no sin antes casarla formalmente con el dulce
mancebo, que ya era todo un hombre.
En
el tiempo que pasó en próximos años, tuvieron dos hijos más, ya
sin la duda de a qué “gorrión” pertenecían.
Ni
que decir tiene, que cualquier pájaro que pasara por el condado, era
abatido inmediatamente, y aunque el sucesor del ducado mataba a
todos, su esposa intentaba reanimarlos para ver si el milagro volvía
a producirse.
Y fueron felices, puesto que ya ningún “pájaro” foráneo cruzaba
sus lindes.