Después
de tantos gritos, reproches y acusaciones, solo sonó la puerta al
cerrarse. Me dejé caer sobre el sillón con la mente en blanco, cómo
si no supiera que había pasado un tsunami sobre mi cuerpo y mi
mente, aunque aún respiraba.
No.
Mi vida no iba ser fácil a partir de ahora pero esto tenía que
pasar, se veía venir. Era una tensión acumulada de muchas cosas,
algunas muy pequeñas, otras grandes.
Antes
de la jubilación estábamos separados casi toda la semana, pues su
trabajo era viajar por una zona muy amplia y los domingos y algunos
sábados era cuando convivíamos, eso sí entre silencios, medias
palabras, verdades a medias y monosílabos, muchos si y no, y alguna
que otra frase de urbanidad, pues éramos personas educadas.
Ya
estábamos los dos solos, en una individualidad cada vez más
deseada. Los hijos marcharon y ya únicamente nos reuníamos en
Navidad y en algún que otro raro acontecimiento.
No
necesitaba hacer ningún análisis para saber qué nos había pasado,
pues era claro que ya no nos queríamos sino que sólo nos servíamos
el uno del otro como la noche se sirve del día, pues si no, no
existiría nocturnidad.
Atrás
quedaba la lucha por la vida en común, pues nos habíamos casado muy
jóvenes y tenido los hijos casi enseguida, con lo que solo
pensábamos en ganar un poco más para la guardería, los colegios,
la hipoteca del piso, el crédito del coche y un largo etcétera que
es en lo que se convertía la vida de las parejas que nos había
tocado vivir en ese trocito de la historia.
Todo
era silencio ahora, solo interrumpido por el ruido del frigorífico o
el de algún coche que pasaba raudo por la calle.
No
sé el tiempo que me llevé en aquel estado de semiinconsciencia,
pero la habitación se iba oscureciendo con la caída de la tarde, de
aquella última tarde de convivencia si a eso de los últimos años
se le pudiera llamar así.
En
algún momento me había podido el sopor y desperté al cabo de no sé
cuánto tiempo, con el silencio doliéndome en las sienes y la boca
seca, pero no me moví de cómo estaba y de donde estaba. Ahora sí
quería pensar en mi futuro o si acaso dejarme llevar por la nada o
por la indolencia que hasta me parecía deseable en aquella tristeza
de situación.
Ya
no importaba el tiempo ni si pasaba de la vida, todo daba ya igual.
Sólo
me quedaba tristeza.
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