Me
acababa de levantar de una reconfortante siesta de hora y media, y me
dispuse frente al televisor a ver mi serie favorita “Castle”,
cuando empezó a importunarme una mosquita de esas que llamamos por
estos lares “cojonera”(N).
(N)
Dícese del insecto que te toca los cojones reiteradamente.
Pues
bien, al principio no le hice ni puto caso, pero cuando ya me estaba
tomando mi cafetito de media tarde y harto de espantarla sin
resultados, decidí pasar a la acción.
Mi
principal estrategia consistía en eliminarla con algún objeto
expeditivo, véase una revista enrollada o algún insecticida al uso.
Llegó
un momento en que ya no atendía a mi serie favorita, sino que estaba
atento al caprichoso vuelo de la pesada díptera.
Al
segundo intento de aplastarla con la revista de modas y fallar,
rodaron por el suelo la taza y el platito del café, con la rotura
correspondiente. Visto lo visto, me fui a buscar algún spray
matamoscas al rincón donde solían estar.
Mencionar
que me encontraba solo con mi muleta, pues mi mujer había salido
como cada miércoles con su hermana.
Ya
con el arma letal en mi mano, cerré las ventanas y la puerta y eché
una generosa ración de matamoscas en el ambiente, sin acordarme que
este tipo de líquidos me producen una reacción alérgica
insoportable, por lo que volví a abrir ventanas y puertas, y me salí
al jardín a toser y a enjugarme los llorosos ojos.
Fue
en ese preciso momento cuando mi organismo precisó descomer
urgentemente, por lo que me dirigí sin retraso hacia el baño con la
“carga trasera” pidiéndome a gritos salir de mis intestinos,
cuando observé con cabreo supremo que la maldita mosca me seguía.
Estuve
dándome manotazos en diferentes partes de mi cuerpo sin lograr matar
a tan persistente y molesto bicho, por lo que me tranquilicé, acabé
de hacer lo que estaba haciendo y me dirigí nuevamente a mi sofá
pensando que mi acompañante se habría quedado en el camino, pero
para mi desgracia no fue así. Allí continuaba acabando con mis
nervios.
Decidí
no echarle cuenta por cambiar de estrategia, acordándome de “Los
comentarios de la Guerra de Las Galias” de Julio Cesar. Me puse
el spray y la revista enrollada a mi alcance y esperé que se
confiara la bestia alada.
Aunque
intentaba inhibirme, mi organismo soltando adrenalina en cantidad,
sólo estaba atento a las secuencias de vuelo y de paradas de la puta
mosca, hasta que después de tres paradas observé que le gustaba la
pantalla de la lámpara de mesa, de bella cerámica, que se
encontraba a mi izquierda, por lo que me dispuse a atacar con todas
mis respuestas orgánicas a punto.
Fue
letal. Mi porrazo con el periódico fue letal para la lámpara que
rodó por el suelo sin que consiguiera acabar con el vil insecto, por
lo que rendido acabé admitiendo mi derrota y aceptando que no era
capaz de espantar la molestia, cuando observé como mi enemiga toda
chula y con gran desparpajo, salía sin daño por la abierta ventana.
La famosa mosca de Obama
“¿Qué
tal el día?” me preguntó mi mujer cuando regresó.
“Vida
mía, la verdad es que aburrido y deseando que llegaras”, no le iba
a contar nada de mi derrota y de los estropicios. Ya se me ocurriría
algo creíble cuando viera el catastrófico resultado de tan
infructuosa batalla.