Llevaban
casados muchos años, y ella ya no atendía a los requerimientos
sexuales de Juan, su marido, y es que no había forma de cogerla en
predisposición, pues nunca tenía ganas de sexo desde que se le
retiró la regla.
Él
no se sentía viejo a pesar de haber cumplido sesenta y dos años,
por lo que maduró la forma de desahogarse, aunque sin poner en
peligro su matrimonio de cuarenta años, por lo que empezó a buscar
en internet alguna relación sin problemas.
Ya
se sabe que nadie en ese medio da su verdadero nombre, ni se cita con
persona alguna si no hay ciertas garantías de secreto o de sorpresa,
por lo que después de sopesar todas las opciones que se le ofrecían,
optó por citarse con una mujer que en principio le pareció honesta
y libre de prejuicios sociales.
La
realidad es que estaba muy nervioso, se sentía como un colegial ante
su primera cita amorosa, aunque ya hemos dicho que él solo buscaba
cama.
Ella
iría con un pañuelo naranja anudado al cuello, y él no se definió,
por lo que se fue muy temprano adonde habían quedado, una discreta
cafetería que disponía de una sala de baile en su sótano; allí se
sentía medianamente seguro para esa aventura extramatrimonial, en
donde se bebió un par de whiskys para entonarse y que no se le
notara su timidez.
Iba
por su tercera copa, cuando vio como entraba por las puertas la
susodicha dama, pero cual no fue su sorpresa cuando detrás de ella
entró su mujer que hablaba con ella. Luego se enteró de que eran
amigas intimas desde el colegio de monjas, y que habían quedado en
el mismo sitio a petición de mi amiga internauta.
Ya
no servía de nada disimular, pues lo vieron a la primera. Él
demostró sorpresa, les dijo que había quedado con un cliente y se
sentaron los tres en una zona discreta del local.
¿Qué
hacer? Su mujer con la conquista de su cita por internet, que por
cierto, aunque madurita estaba para mojar pan.
Muy
nervioso, dijo que iba al servicio, y estaba pensando qué hacer,
cuando vio a un amigo de la juventud, Damián, divorciado por dos
veces y que meaba a su lado.
No
lo dudó. Le contó toda la historia y se arrodilló para pedirle que
ocupara su identidad de internet, asegurándole que no se
arrepentiría, y haciéndose cargo de los gastos que conllevara la
cita, para lo cual le adelanto doscientos euros.
Disimularon
ir por separado cuando se presentó el amigo a las dos damas,
quedando Damián prendado de la amiguísima de su mujer, Eloisa.
Allí
los dejaron charlando después de irse, y aquello tubo que resultar
bien, pues el amigo no lo buscó para pedirle lo que se gastó en
aquella cita.
Siento
decirlo, pero lo envidio. Juan sigue igual. ¿Conocéis a alguien que
alivie sus “penas”? No piensa compartirlo con nadie, le cueste lo
que le cueste, y mantendrá el secreto de la fuente de información.