En pequeños algodones de
nubes, allá donde un océano se une al cielo, te detienes un momento. Es uno de
esos paréntesis en donde parece que la mente está en blanco; es un pequeño
soplo quieto, sin aires, pero que sin embargo quedas dormido en ese aleteo neuronal
sin ganas de dar otro paso, planteándote si verdaderamente quieres darlo, o si
prefieres quedarte suspendido para siempre en las profundidades de tus adentros.
Es verano, y las vacaciones
se disfrutan más antes de empezarlas, cuando tus expectativas parecen
infinitas, cuando quieres hacer todo aquello que no pudiste hacer antes por
falta de tiempo, de dinero, de oportunidad o por algunas otras razones espurias.
Despiertas tarde, cuando tu
metabolismo ha cumplido y sólo te queda dolor de cabeza o nauseas, en justo
castigo a los excesos de la noche anterior, donde todo fueron risas, medias
palabras al oído de aquella muchacha, achuchones y roces malintencionados que acabaron en conquista o en chasco desilusionado,
pero era eso para lo que viniste aquí, por lo que llevas meses anhelando y
contando la resta de los días.
Te gusta pasear con tu cámara
colgada, al acecho de esa foto única, de ese momento especial del que quieres
dejar constancia, y no por lo que ocurrió, sino por lo que no pasa en ese
espacio desmesurado donde cada uno retoza lo mejor que sabe, donde el individuo
se pierde en ese tragamundos que le llama con promesas idealizadas y únicas.
Y sigues en tu mundo, donde
a algo le sucede lo siguiente sin ánimo de continuidad o de estancia, sólo
porque sí.
Sin embargo, la vida continúa
para que tú puedas ejercer tu ocio. Gente que trabaja, que está pasando, a lo
mejor, por malos momentos, y desde luego también personas que le dicen adiós a
la vida, que en ese preciso instante están ya en una ocaso no elegido.
Ya anochecido y sin nada
mejor que hacer, estás tomando algo en el bar de tu hotel, cuando te enteras,
que en un punto que tú conoces, ha muerto gente, han asesinado a personas como
tú, de vacaciones, que paseaban tranquilamente por unas ramblas después de
comer, tomándose tranquilamente un helado entre puestos de flores y terrazas,
con sus niños de la mano, y que todo se les trucó por un infierno que no habían
escogido, por decisión de unos descerebrados en nombre de un dios sólo inventando en sus
truculentas mentes deformadas por el odio a lo diferente.
Se te quitan las ganas de
todo, te pones en la piel de otra gente y de otras vacaciones, y piensas que
podrías haber sido tú.
Malditos sean todos los
cobardes que infectan a críos, a gente sin cultura y desilusionada, y los
inducen a matar mientras ellos siguen en sus palacios y sus riquezas, enfangados
en sus orgías de sangre gozando de un macabro poder que se les escaparía de
otra forma.
Malditos sean los que matan
en nombre de Dios o de banderas, los que contagian el cáncer que les corroe y
encausan sus fracasos haciendo daño a los demás.
Ya están en su infierno.
Todo lo pagarán aquí y pronto. Y nunca, nunca, ningún dios los acogerá.
En
Villanueva del Ariscal, a 21 de agosto del 2017
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