lunes, 25 de agosto de 2014

Maravilloso fin de verano

Y allí estaba yo contemplando aquel magnífico día, con un sol de primavera aunque fuera final de agosto.
Me tranquilizaba ver cómo crecía la hierba lentamente, sin ruido, casi sin movimiento y sin que el ojo humano fuese capaz de captar su desarrollo.
Todo a mi alrededor era bello, pues había manzanas en los árboles, los perales empezaban a dar frutos y algunos naranjos, que sin un por qué, rezumaban azahar e incluso algunos frutos sueltos que pedían a gritos ser recogidos.
                                                                              


Unas ardillas volvían del cercano arroyo con algo entre sus manos, no sé si serían alimentos para sus crías o ramitas para cubrir su hábitat a los pies de una encina muerta, caída seguramente por la fuerza de un rayo en el pasado invierno. También se veían desde mi atalaya algunos tímidos conejos que correteaban entre los árboles y que de pronto se paraban como queriendo escuchar algún ruido que les avisara de un posible peligro.
El riachuelo que serpenteaba en el centro de la pradera se veía muy disminuido en su caudal, pues el tiempo del deshielo hacía semanas y meses que había finalizado, por lo que propiciaba que algunos pequeños se bañaran en sus aguas ante la mirada atenta de sus madres, que con su cesta de la merienda, habían improvisado un pequeño lugar de ocio para pasar el día tranquilamente, pues sólo en esta época de estío era posible acercarse tanto a la rivera del arroyo.
                                                                               


Ya me estaba cansando de otear  tanta belleza y de mirar la naturaleza con atención apresurada para olvidarme de mis inminentes problemas, incluso no sabía si mi análisis frutal de oteo había sido correcto o por los nervios había pensado en cualquier cosa, en vez de lo que habían visto mis ojos.
Me había subido a este árbol, el más alto del contorno, ayudado de unas tablas que apoyadas en el mismo parecían puestas por la providencia, pues me perseguía una pandilla de desarrapados muchachos que hasta hacía unas horas jugaban tranquilamente al futbol, y que al no dejarme participar de su diversión y en un descuido, les había rajado la pelota con que marcaban goles con mi navaja suiza mil-usos regalo de mi abuelo.
Total, por una cochina bola y unos malentendidos, me encontraba en este lugar apartado rodeado de cafres que me habían quitado el soporte para poder bajar y huir, aunque tampoco lo podría haber hecho, pues estaban furiosos y deseosos de darme una buena paliza como escarmiento, y es que yo encima muy chulo, les decía de todo desde las alturas, a lo que ellos contestaban con piedras, acertándome con algunas que me habían producido varios bollos bien visibles.
                                                                                


Resumir todo esto diciendo que no tenía escapatoria al menos que algún alma caritativa viniera en mi auxilio, por lo que guardándome en el puto culo el orgullo, exclamé a pleno pulmón:
“Socorrooo…. me quieren matar, auxiliooo… por favor veniddd.. bajadme de aquí sin daño.


domingo, 17 de agosto de 2014

Tolerancia e intolerantes

Según la definición que hace la Real Academia de la Lengua Española, tolerancia es el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.
Dicho esto me quiero referir a las personas, hombres y mujeres, y a las situaciones que se producen a diario en nuestro entorno más cercano difíciles de controlar, a pesar de que muchas veces nos llenamos de paciencia para no entrar en discusiones vanas, pues nunca convenceremos a este tipo de personas que son intolerantes por definición, y su discurso es imposible cambiarlo incluso con evidencias que tiren por tierra sus argumentos, pues gritarán más que los demás y nunca te dejaran hablar.
Normalmente estas discusiones se refieren a temas de política, religión o futbol, o cualquier otro tema que estos energúmenos crean a “pies juntillas” y lo consideren su bandera, aunque no haya argumentario para defender estas necedades que salen por sus bocas normalmente acompañadas de salivillas.
                                                                      


Yo siempre he creído, que ya sólo por la forma de decirlo muchas veces se pierde la razón, pues ellos no buscan la verdad que les da igual, sino su opinión que estiman superior a la de los demás.
Y así nos encontramos a menudo, cómo ante la falta de razonamientos convincentes, recurren al insulto y a las descalificaciones, y todo esto a gritos, con las venas de la garganta señaladas, y rojos de ira a punto del infarto, pues sus pulsaciones se pueden triplicar.
Sin embargo, suelen ser personas correctas cuando se habla distendidamente de temas intrascendentes o en los que ellos están de acuerdo.
                                                                         


Si son nacionalistas españoles, vascos, catalanes, o gallegos, tendrán su casa llenas de banderas, de libros afines y fotos de sus líderes, vestirán en los momentos señalados, con corbatas, pulseras, camisas o cualquier otro objeto que les haga definirse “a priori” de por dónde van sus creencias, simpatías o pasiones.
Son gente de pocos amigos, pues es muy difícil estar cerca de estas personas si no se demuestra continuamente una lealtad inquebrantable a su pensamiento, y si esto sucede por apocamiento de carácter o empatía, este individuo se encontrará con que sus ideas no son propias, sino que es una correa de transmisión de las de su amigo intolerante.
                                                                              


Estas personas se manifiestan como fieras normalmente, en reuniones familiares de celebraciones de santos, cumpleaños, bodas y bautizos y también en eventos de Navidad o en reuniones de empresa, en este caso, siempre que esta opinión esté en consonancia con la del jefe, si no se callan para mejor ocasión en donde ellos puedan ser protagonistas.
¿Cómo evitar estas situaciones cuando es inevitable la presencia de estos caníbales de la palabra?
                                                                             


Pues os recomiendo mi método: no entrar al trapo, cambiar si se puede de conversación, o callarte y no responder a las provocaciones o a los insultos, tampoco te rías, pues es peor, ya que lo pueden entender como un desprecio y son capaces de llegar a las manos.
Y si usted es uno de ellos y quiere controlarse, cuente hasta mil cuando aparezcan esos temas que a usted lo sacan de quicio, beba agua, gaseosa o zumos, nunca alcohol, ya que esto puede ser una bomba de relojería y potenciar sus más feroces discursos intolerantes.


lunes, 11 de agosto de 2014

El nicotinainómano acosado

He vuelto a fumar después de muchos años sin hacerlo, y la verdad es que no me daba cuenta del arrinconamiento social y a la persecución a la que está sometido el que se atreve a encender un cigarro fuera de la soledad del retrete propio, y eso siempre que no haya ningún no adepto familiar esperando su turno.
Cuando voy al norte a casa de mi hija, sólo puedo fumar en la calle o en la abierta terraza del ático, con impermeable o abrigo y con un paraguas que me proteja de las inclemencias del tiempo. Así no se disfruta del vicio, y para colmo tienes que aguantar todo tipo de broncas familiares incluso de los propios nietos.
                                                                            


Estando un día paseando por un parque cercano a casa, me senté en un banco alejado de donde trotaban los niños para disfrutar del vicio, y sólo acababa de encender el cilindrín, cuando una joven señora con el carrito de su hijo y un perrito atado con correa a la muñeca de la susodicha, me increpó:
-Parece mentira, que alguien fume donde hay niños ¿No le da vergüenza?
-Señora, le dije, me he venido a lo más alejado del parque para no molestar, y usted ha llegado hasta donde estoy, no ha recogido la bolsa vacía de patatas que su niño a tirado al suelo, su delicioso pequinés se ha cagado a una cuarta de mi pié y usted no ha recogido tampoco la mierda ¿Quién de los dos tiene menos vergüenza?
Por supuesto no me contestó, pero consiguió que yo apagara mi cigarro y me fuera andando deprimido parque adelante.
En Japón no se puede ni fumar en la calle, sólo en algunas zonas abiertas y acotadas, al lado de los cagaderos caninos autorizados.
Pronto, va a ser más fácil drogarse que echarse unas humildes caladas.
                                                                         


Decía mi amigo Rafael, que el odiaba la literatura desde que las tabaqueras empezaron a ponernos avisos de cancer, pero es que ahora que ponen imágenes, odia la fotografía.
Todo esto me recuerda cuando con doce años, nos metíamos cuatro o cinco a fumarnos un cigarro en el wáter del colegio, perseguidos a muerte por el hermano Valeriano, que nos registraba para quitarnos el tabaco para fumárselos él, y encima nos castigaba sin recreo de la tarde y se lo decía a nuestros padres, por lo que los guantazos eran seguros.
¡Qué horror! Hemos vuelto para mal a los años de la peor represión, ensañándose con los humildes adiptos al tabaco, ya que no nos pueden perseguir por soflamas políticas ni por manifestarnos. Bueno, esto último ya veremos, pues también lo quieren prohibir.
                                                                            


Estamos tan mediatizados, que no sabes muy bien a qué atenerte en algunas circunstancias. ¿Se puede fumar en un cementerio?
¿Y en la cárcel? ¿Y cuando estás viendo una maratón o cualquier prueba deportiva a cielo descubierto? ¿Y en los cines de verano?
¿Y en las playas nudistas, dónde se lleva el paquete de cigarrillos y el mechero?                                                                             


Viene al pelo, aquel chiste de la señorita que fue a confesarse, y llevando ya un rato diciéndole sus pecados al sacerdote, increpó a éste:
-Padre, huele usted mucho a tabaco, y siguió arrepintiéndose.
Al rato, volvió a quejarse al cura:
-Padre huele usted mucho a aguardiente.
A lo que el hombre ya cansado de quejas le contestó.
-Hija, yo a ti te estoy oliendo a puta dese que entrastes y no te he dicho nada.
Pues eso.


lunes, 4 de agosto de 2014

Inhóspito estío

Era verano y sin embargo llovía. Con frío y agua había vuelto de los Sanfermines, y en Sevilla me encontré más de lo mismo. ¿Qué estaba pasando con el tiempo que no respetaba ni mis ratos de asueto y regocijo?
Llevaba un año estresadísimo, no por el trabajo que no tengo, sino de buscarlo que también agobia tela. Había acudido a infinidad de entrevistas para ocupaciones diversas, desde camarero y botones de hotel, a bibliotecario, becario informático o árbitro de futbol sustituto, pero qué va, “nothing at all”. Mi currículo lo tenían hasta los Carmelitas Descalzos.
                                                                           


Y eso que había terminado brillantemente la carrera de periodismo, tenía un máster de los de prestigio, y dominaba el inglés y el francés como los nativos de allí, pero ni por esas encontraba “currelo”. Menos mal que mi afición a la fotografía me daba para mis gastillos, pues tenía un amigo cazatalentos al que le mandaba fotos de famosillos comentadas, y algunas veces me ingresaba algo si lograba endilgárselas a cualquier revistita del corazón o a cualquiera de sus múltiples contactos de la prensa canalla.
                                                                            


Bueno, a lo que quería contaros; pues que visto lo visto, me invité a casa de mi cuñado en Chipiona, y hacia allí marché en un apretujado autobús de los “Amarillos”, a la busca de aventuras con mis inseparables “Canon” que eran las únicas que nunca me abandonaban. ¡Mujeres tendrían que haber sido, pues no tenían secretos para mí y nos entendíamos a la perfección!
                                                                           


Sólo me aguantaron hasta el viernes, pues ese día llegaban sus hijas e hijos con acompañantes o solos, y yo no cabía. Que se le iba a hacer, pero me dio tiempo de conocer algunas “titis” buenísimas y beber alguna que otra copa de gorra en las loquillas noches de este pueblito encantador, donde veranean tantas gentes de tu ciudad que se te pone el sobaco moreno de tanto saludar en la playa.
También conseguí algunas fotos que quizás reporten algo a mis maltrechas arcas, aunque una de esas exclusivas de dos nenas en “top lest”, me costó varios bofetones de los que aún no me he repuesto del todo. Parco pago por el arte.
                                                                             
     
Bueno, pues ya de vuelta a la casa paterna, me dediqué a investigar en las terracitas locales con mis cámaras de marras, y la verdad es que los saraos y los ambientes veraniegos, no tiene nada que envidiar a las playas a la moda, eso sí: demasiado trapicheo y vicio prohibido a todos los niveles, aunque lo normal era ver mucha chica mona a la caza del creído depredador engominado.
Yo también me lastimé mi ala de gavilán al encuentro con una rubia paloma de nombre Carmen, que me hizo ver la aurora hispalense sentado frente al Guadalquivir, con ronroneos de ataques imposibles por lo tardía, o mejor dicho, lo temprano de la hora.
                                                                               


Y ya en casa, ducha tempranera y desayuno materno con zumo de naranjas y tostadas refregadas con ajo, y untadas de aceite de oliva virgen extra de mi pueblo…y a dormir un rato, que no tengo jefe.
Otro verano más a las espaldas, y ya son veintisiete desde  que a mi querida madre le dio por echarme de sus entrañas.
Fuera, hace un aire helado que me aleja de la terraza con mi libro a cuestas que me está costando terminar, y huyo en busca del calor de mi habitación y a preparar un envío de fotos que me pague los güisquis, ya que mi padre me ha escondido su botella de Cardús. ¡Será egoísta!
                                                                                  


Por cierto, mi naranjito enano tiene naranjas y azahar. Increíble en el tiempo que estamos. Ahí lleváis una imagen.


En Chipiona, a 4 de agosto del 2014