Siempre iba corriendo. El
trabajo, los niños, la casa y algún que otro compromiso como ahora.
La había llamado su amigo de
toda la vida Felipe, que estaba en la ciudad y quería que quedaran para cenar,
para así verse y charlar de sus cosas.
Y la realidad es que le
apetecía mucho salir, pero no tenía con quien dejar a los niños, por lo que le
dijo al amigo que se viniera a casa y que ella prepararía una ensalada de las
que le gustaban.
¡Como le había cambiado la
vida! Pero eso era lo que había desde que se separó del padre de los niños,
Iñaqui.
Lo había pillado varias
veces con otras, y en unos casos se había hacho la tonta y otras, las mas
descaradas, se las había perdonado, pero la última fue tan a las claras y
estaba tan harta, que cuando él volvió a casa a las tantas de la madrugada se
encontró con dos maletas en la puerta de su casa con sus pertenencias, una
carta de ruptura y que la cerradura se había cambiado para que no pudiese
entrar e implorar como siempre hacía cuando ella lo pillaba.
Desde ese día, ya hacía más
de un año, ella sola lo llevaba todo por delante ayudada por una chica que le iba por las tardes, y
cuando los niños se ponían malos o tenía que viajar por trabajo, eran los
abuelos los que se venían desde Sevilla para echarle una mano.
El amigo Felipe llegó cuando
empezaba a bañar a los niños, Juan de seis años y María de tres, por lo que se
arremangó y le ayudó a enjabonar y duchar a los peques.
Una vez cenados y acostados
los críos, Lucía preparó una ensalada Cesar que tanto les gustaba a ambos y
puso en una fuentecita el jamón ibérico y los embutidos que trajo Felipe,
descorchando una botella de blanco de aguja que venía de perlas.
Hablaron de las cosas de
siempre: trabajo, amistades comunes, familia y amigos, pero inevitablemente la
conversación acabó, como casi siempre, en la situación por la que pasaba Lucía.
La realidad es que lo pasó
fatal al principio, pues ella seguía enamoradísima de su marido, pero es que
las cosas llegaron a un extremo que no tuvo más remedio que cortar por lo sano.
Y es que lo que pasó el día en
que todo se desencadenó, fue que ella y los niños vieron a la salida del
colegio y al pasar por una cafetería cercana, como el susodicho “Tenorio”,
besaba a una chica mucho más joven que
él, y los niños lo señalaron queriendo ir a su encuentro, por supuesto impedido
por Lucía.
El seguía intentándolo todo
para volver, pero Lucía solo veía el bochorno que pasó el día de marras, aunque
seguía queriéndolo.
Felipe siempre había estado
enamorado de ella, pero sabía que no había nada que hacer, y sus muchos amigos
del trabajo siempre le presentaban amigos para ligar, pero no. Ella había
decidido que no volvería a tener una relación estable, aunque aprovecharía las
oportunidades puntuales que se le presentasen.
La paz y el sosiego, incluso
la alegría, que la embargaba con sus dos entregas: sus hijos y el trabajo, no
las cambiaba ya por nada.
Pero la realidad fue que
después de tres años Lucía, Iñaqui, Juan y María, volvieron a vivir otra vez
juntos. Él había madurado a la fuerza y sabía que no tendría más ninguna
oportunidad.
Hoy ya bastante maduritos,
olvidaron los malos momentos y son muy felices. ¡La vida!