miércoles, 28 de enero de 2015

Vidas corrientes

Siempre iba corriendo. El trabajo, los niños, la casa y algún que otro compromiso como ahora.
La había llamado su amigo de toda la vida Felipe, que estaba en la ciudad y quería que quedaran para cenar, para así verse y charlar de sus cosas.
Y la realidad es que le apetecía mucho salir, pero no tenía con quien dejar a los niños, por lo que le dijo al amigo que se viniera a casa y que ella prepararía una ensalada de las que le gustaban.
¡Como le había cambiado la vida! Pero eso era lo que había desde que se separó del padre de los niños, Iñaqui.
                                                                     


Lo había pillado varias veces con otras, y en unos casos se había hacho la tonta y otras, las mas descaradas, se las había perdonado, pero la última fue tan a las claras y estaba tan harta, que cuando él volvió a casa a las tantas de la madrugada se encontró con dos maletas en la puerta de su casa con sus pertenencias, una carta de ruptura y que la cerradura se había cambiado para que no pudiese entrar e implorar como siempre hacía cuando ella lo pillaba.
Desde ese día, ya hacía más de un año, ella sola lo llevaba todo por delante ayudada  por una chica que le iba por las tardes, y cuando los niños se ponían malos o tenía que viajar por trabajo, eran los abuelos los que se venían desde Sevilla para echarle una mano.
                                                                     


El amigo Felipe llegó cuando empezaba a bañar a los niños, Juan de seis años y María de tres, por lo que se arremangó y le ayudó a enjabonar y duchar a los peques.
Una vez cenados y acostados los críos, Lucía preparó una ensalada Cesar que tanto les gustaba a ambos y puso en una fuentecita el jamón ibérico y los embutidos que trajo Felipe, descorchando una botella de blanco de aguja que venía de perlas.
Hablaron de las cosas de siempre: trabajo, amistades comunes, familia y amigos, pero inevitablemente la conversación acabó, como casi siempre, en la situación por la que pasaba Lucía.
                                                                           
 
La realidad es que lo pasó fatal al principio, pues ella seguía enamoradísima de su marido, pero es que las cosas llegaron a un extremo que no tuvo más remedio que cortar por lo sano.
Y es que lo que pasó el día en que todo se desencadenó, fue que ella y los niños vieron a la salida del colegio y al pasar por una cafetería cercana, como el susodicho “Tenorio”, besaba a una  chica mucho más joven que él, y los niños lo señalaron queriendo ir a su encuentro, por supuesto impedido por Lucía.
El seguía intentándolo todo para volver, pero Lucía solo veía el bochorno que pasó el día de marras, aunque seguía queriéndolo.
Felipe siempre había estado enamorado de ella, pero sabía que no había nada que hacer, y sus muchos amigos del trabajo siempre le presentaban amigos para ligar, pero no. Ella había decidido que no volvería a tener una relación estable, aunque aprovecharía las oportunidades puntuales que se le presentasen.
                                                                      


La paz y el sosiego, incluso la alegría, que la embargaba con sus dos entregas: sus hijos y el trabajo, no las cambiaba ya por nada.
Pero la realidad fue que después de tres años Lucía, Iñaqui, Juan y María, volvieron a vivir otra vez juntos. Él había madurado a la fuerza y sabía que no tendría más ninguna oportunidad.
Hoy ya bastante maduritos, olvidaron los malos momentos y son muy felices. ¡La vida!


miércoles, 21 de enero de 2015

Saudade

Con la mirada dirigida hacia el rincón, pero totalmente desenfocada, pensaba más que veía aquel objeto tan amado en otra época que  parecía tan lejana en el tiempo, aunque el pensamiento no parara de tenerlo tan presente como si estuviera ocurriendo en ese momento.
¿Por qué las cosas, los objetos, se tenían que hacer tan patentes aunque ya hubiesen pasado su momento y ya nunca se volviesen a utilizar?
Utensilios, cachivaches que tenían, que llevaban cual carga esclava  impuesta la presencia de personas que los habían utilizado, ya que sin esto carecían de valor, pues ni tenían alma ni pensaban en el objeto de su utilidad; les era negado su protagonismo separado de las personas.
                                                                    


¡Qué buenos ratos pasados en compañía de familia, amigos, compañeros! Días tan intensamente divertidos que parecía que nunca fuesen a terminar, que aquella diversión cercana a la felicidad nunca se tornaría tristeza.
Horas que comenzaban por la tarde y era ya la mañana del día siguiente y allí seguíamos riéndonos, bebiendo, bailando entre abrazos, besos, insinuaciones y pasiones que comenzaban y acababan antes de empezar, envueltos en momentos intemporales, donde las atolondradas palabras nunca acababan de pronunciarse completas, donde las intenciones y los gestos eran suficiente para el abierto diálogo de los cuerpos.
                                                                      


¡Cómo referirse a ese tiempo como pasado cuando todo lo teníamos tan presente!
Hay ratos, historias que siempre deberían ser notorias, que nunca deberían de pasar al día siguiente, a la hora ni al minuto imaginado como futuro, como si al no nombrarlas como pasadas por negarnos a pasar esa página, ya lo hubiésemos alojado en la realidad de nuestra impensable y onírica vida real.
¡Oh guitarra que ocupas el olvidado hueco de los buenos momentos nunca acabados!
Cuando la prima Ofelia acariciaba la prima y el bordón con sus delicados dedos  que yo envidiaba para que recorrieran mi cuerpo, mis labios y se entretuvieran en apasionados besos, en tiernas caricias en donde las palabras no tuviesen ni lugar, ni este fuera momento de pronunciar ninguna.
                                                                      


Solos al fin tú, yo y el cantarino instrumento, antes de que te fueras sin terminar lo nuestro, pues tampoco quisimos empezarlo por no romper el hechizo de las maneras, de los buenos ratos, de las gratas compañías.
Tan presente estás, que ya siempre seremos dos en mi cuerpo.


En Madrid, a 21 de enero del 2015

lunes, 12 de enero de 2015

“ai kronear ixcrivi b”

En estos días pasados donde tan frecuentes son las reuniones, siempre surge algún tema que interesa a cualquiera, pues todos opinan y todos discuten al defender su visión sobre lo divino y lo humano de lo que se trata.
                                                                    




Y también es verdad que siempre surge quien se cree en posesión de la verdad y tiende a descalificar a los que no piensan como él o ella, cayendo a veces en grandes contrasentidos.
Presencié uno de estos casos donde se discutía de la manía de los jóvenes y de los no tan jóvenes de mandar mensajes telefónicos y whatsapp destrozando el lenguaje, pues simplifican escribiendo los sonidos, sustituyendo la q por la k, o la x, o comiéndose letras sin más al ¿escribir? una frase.
                                                                 


Sucedió, que el que más acaloradamente defendía la ortodoxia al utilizar nuestra querida Lengua Española, dijo en un momento dado: “Perdonad, pero voy a hacer “pi-pí””
Nos quedamos todos mirándonos con risueñas caras, y el susodicho que se dio cuenta de que él también caía en lo que criticaba, se puso cual  maduro tomate gazpachero.
¿Por qué no llamar a las cosas por su nombre aunque suenen mal a la mayoría? Decir “voy a mear o a cagar al retrete”, no debe escandalizar a nadie, aunque una gran mayoría digamos “voy a hacer cacas, o a dar de cuerpo, o a hacer po-po, o a ensuciar al cuartito, o al wáter, o al escusado,” y los que hicimos la “mili” decíamos “las letrinas”.
                                                                      


Si, si, reíros. Pero ¿Es mentira lo que digo?
Les pasa o nos pasa a padres, titas, abuelos y demás, cuando nos dirigimos a los bebés de una forma que creemos que nos entenderá: “Ajó, cuchi-cuchi, a que chí, guaguá, minino, abu, pa-pa-pa, mami, nuá, bruchgmmmm..,” y un largo etc.
Hay otra realidad, y es que a veces se dice tanto una palabra de esas, que con el tiempo se admite por los doctos académicos en nuestro diccionario de la lengua, pero esto es otra historia, al igual que la gran cantidad de anglicismos que usamos al llamar en inglés, a algo que tiene su palabra exacta en nuestro diccionario.
                                                                       

Pero estad tranquilos, pues eso pasa en todas las lenguas y es bueno, pues significa que hay permeabilidad entre las diversas sociedades, razas, estados, etnias, continentes y hasta zonas interestelares, si descubriéramos algún lejano planeta con especímenes parlantes.
Decir por último, que conozco a montones de personas con títulos académicos que cometen faltas de ortografía y que hablan como patanes, incluso algún escritor que hasta presume de ello.
                                                                         



“Ay, por dió”.

lunes, 5 de enero de 2015

Un Rey Mago familiar

(Este relato está dedicado a mis dos sobrinas mellizas Amparo y Tere en su cumpleaños)
Mi cuñado Gonzalo, murió muy joven dejando a mi hermana la mayor, Mª Teresa, con siete hijos. Menuda faena.
                                                                     


Una de sus ilusiones fue salir de Rey Mago, y tuvo la suerte de serlo en unas circunstancias un poco especiales, ya que mi hermana estaba en avanzado estado de gestación en su tercer parto y traía mellizas, aunque entonces no se sabía el sexo de los niños hasta que estos nacían.
Yo era muy pequeño, ya que me llevo con mi hermana veintiún años, pero recuerdo a mi cuñado perfectamente, ya que de novio traía siempre algún juguete cuando iba a ver a Mª Teresa, me llevaba al futbol, y hasta ya un poco mayor me metió el gusto por el güisqui, el cual me echaba en un vaso con mucho hielo y mucha agua, para que yo me las diera de mayor, pues asistía con asiduidad a las reuniones literarias que organizaba en su casa con escritores y eruditos de aquellos años 60 del anterior siglo, eso sí, siempre muy callado escuchando con la boca cerrada y tratando cual esponja, de comprender todo lo que allí se decía.
                                                                


El día de la cabalgata amaneció un magnífico día de sol a pesar del frío, y ya mi hermana tenía algunas contracciones a pesar de estar sólo de siete meses, cuando Gonzalo se marchó al almuerzo de sus majestades en Camas, que es de donde partiría la cabalgata.
Entonces no había teléfonos móviles como ahora, ni casi fijos, por lo que mi cuñado en todo el tiempo no sabía qué ocurría en su casa, por lo que iba subido a su carroza repartiendo caramelos por las calles del pueblo, cuando un amigo le informó cuando las carrozas estaban a punto de entrar, que la comadrona había acudido a su casa porque su mujer se sentía de parto.
Al llegar a su casa aún vestido de Rey, se encontró que a él también le habían dejado regalos los Magos de Oriente, pues sus dos preciosas mellizas rubias y con celestes ojos, habían nacido con muchas dificultades, ya que fueron sietemesinas y hubo que acondicionarles el dormitorio como si fuese una incubadora, pues el muy bajo peso al nacer así lo aconsejaba, y en aquel tiempo los hijos se tenían en los domicilios y muy raramente en algún hospital.
                                                                    


Hoy es el cumpleaños de mis dos sobrinas, Amparo y Tere, y desde aquí las quiero felicitar recordándoles cómo vinieron al mundo.
Muchas felicidades a estas dos preciosidades que ya son abuelas.
Un beso de vuestro tío.


En Villanueva del Ariscal, a 5 de enero del 2015