Estaba
inmerso en la algarabía propia de la Caseta, en la Feria de Abril de
esta Sevilla de mi corazón, cuando sentí la necesidad de aislarme
por unos minutos saliendo a tomar el aire y fumar un cigarrillo, por
lo que me retiré hacia una esquina casi fuera ya del recinto ferial,
sin percatarme que en un trozo de semioscuridad, había un hombre de
mediana edad que me pidió, en español pero con un deje foráneo,
fuego.
Una
vez que había encendido su cigarrillo y por decir algo, ya que
estábamos los dos solos en aquel trozo de isla festera, le pregunté
que de donde era.
Se
quedó unos momentos pensativo mirando hacia la luna que en aquel
momento se estaba ocultando tras un nubarrón, y me respondió sin
mirarme:
“Pues
si le digo la verdad, no sabría qué decirle, aunque tengo doble
nacionalidad, española y polaca, pero ya que se ha interesado, le
contaré un trocito de mi historia.
Era
una feria como esta, cuando me dejaron abandonado casi recién
nacido, desnutrido y enfermo a las puertas del Circo Americano, y
tuve la suerte que me recogió una mujer a la que considero mi
verdadera madre, aunque en este momento que llegaba usted, pensaba
precisamente en quién sería esa persona que me abandonó, y qué
fue lo que le pasaría para tomar esa decisión que seguro no quiso.
Desde
siempre me aceptaron en el circo como uno más, tenía la rara
habilidad de entenderme perfectamente con los animales, así que
desde niño empecé a cuidarlos, y con el tiempo participé en el
espectáculo con ellos, hasta que mis padres decidieron que tenía
que estudiar en serio y ya que tenía capacidad, estudié psicología
y hoy soy profesor en una pequeña universidad alemana de
impronunciable nombre, pero cada Feria de Abril me incorporo al
circo, pues creo que una parte de mi pertenece a esta maravillosa
tierra.
Esta
semana ejerzo de domador de leones y tigres, y le puedo asegurar que
son mejores que muchas personas.
Estuvimos
un rato los dos en silencio fumando otro cigarrillo que me ofreció.
El seguía mirando la zona del cielo por donde se había ocultado
nuestro satélite, y me siguió hablando:
Qué
suerte tienen ustedes de haber nacido aquí, pues yo no sé de donde
soy, pero considero a esta tierra como algo entrañablemente mío.
Y
dándome la mano y las buenas noches, desapareció camino
de la
zona que aquí llamamos la Calle del Infierno, donde están las
atracciones y que se denomina así por el ruido de las megafonías
que la hacen una pequeña ciudad de locos.
La
realidad es que este encuentro me hizo pensar en muchas cosas.
Disfrutemos
de lo que está a nuestro alcance.