Como siempre, había que
hacer algunos arreglos en casa, y como siempre, llamé a mi amigo Carlitos que
era un “manitas-hombre para todo”, para que me acompañara a Bricomat a comprar
unas planchas de policarbonato para poner en el viejo patinillo, cuarto para
todo que estaba con los años muy deteriorado.
Y allá fuimos con la lista
de lo que había que adquirir, pero antes de entrar, me dijo:
“¿Dónde están los servicios?
Estoy que reviento, la leche”.
Yo le indiqué y también fui
detrás de él y así aprovechar el viaje, pero iba tan desesperado, que iba
preparándose para desaguar cuando los urinarios de caballero lo estaban
limpiando y una valla prohibía la entrada, por lo que le indiqué que se metiera
en la otra puerta donde estaba el de minusválidos, pero lo debió de entender
mal, por lo que con el “cacharro” fuera entró en otra habitación destinada a
los utensilios de limpieza, y además con la señora de lo propio dentro, que
cuando le vio pegó un grito.
Yo partiéndome de la risa,
el seguridad que acudió y la señora exagerando los nervios y lanzándole
improperios al pobre Carlos, que más cortado que mi cuñado “El Drácula”, por lo
blanco, en un solárium, se puso no colorado, sino que la cara casi de morada le
iba a reventar, y yo sin parar de reírme.
Yo empecé a justificarlo
delante del “segurata” mientras él ya se metía donde correspondía, hasta que
por fin ya tranquilizados, pudimos iniciar nuestras compras.
Resulta que en la sección de
tornillería, se llenaban unas bolsitas de plástico con todos los modelos que
quisieras, que en función del tamaño, así te cobraban. Nosotros cogimos la más
pequeña y empezamos a llenarla colocando tal cantidad de tornillos que la bolsa
se partió, y dos vejetes que pasaban por allí empezaron a llamarnos al orden
ante nuestras risas, pero uno de ellos tuvo la mala suerte de pisar uno de los
tornillos, resbalándose contra la estantería que cayó con gran estruendo, y
nosotros al ver de nuevo al seguridad y a un empleado que se acercaban a ver qué
había pasado, salimos por piernas hacia otra sección para disimular, pues ya
era la segunda en los diez minutos que llevábamos allí.
Por fin salimos y nos fuimos
a otro edificio para comprar las planchas, pero este Carlitos como es tan atrevido,
sólo se le ocurrió coger una carretilla elevadora para acceder a las planchas,
y como no la dominaba se le iba contra la estantería más cercana, y al no saber
frenar, pegó un volantazo volcando la susodicha.
Nuevamente los empleados
riñéndonos, el seguridad, (otro) muy serio, y por fin nos fuimos con los
materiales, pero ahora el problema era que en el coche cabían justísimas, y mi
amigo no podía sentarse, teniendo que ir acostado en el asiento todo el viaje,
y yo haciéndole cosquillas para fastidiarlo (fotos adjuntas).
Para colmo, paré en el arcén
de la carretera, y me salí corriendo del coche diciéndole que habían entrado
avispas.
¡Los respingos y porrazos
que se pegó intentando salir!, pero yo le había puesto el seguro a las puertas,
y no paraba de gritar cagándose en todo lo que se moviera.
Por fin, emprendimos la marcha,
escuchándole las barbaridades más grandes que se le pueden dirigir a una
persona, y yo ríe que te ríe, menos mal que no encontramos guardias civiles de
carretera, pues nos habrían multado.
Lo malo al llegar, es que al
salir de tan incómoda postura, sin querer había estallado un cartucho de
silicona, y se puso…llenito, llenito por todos los lados traseros. ¡Y el coche!
Pero gracias a los Santos,
que la obra no tuvo problemas, salvo el tubo de gases del termo de butano que
lo colocó torcido y para enderezarlo, hizo tal agujero en la plancha que hubo
que poner un embellecedor para disimular la abertura que se hizo para ponerlo
derecho. Gastó otro bote y medio de silicona.
Malditas sean las obras, y
las reformas peor, aunque las haga mi buen amigo Carlos y aunque los dos somos
bastantes cabroncetes, nos llevamos estupendamente.