Ahora que recordamos o
rememoramos los 400 años de la muerte de Cervantes (1616) gran referente del
idioma que hablamos, me quiero entretener en algunas reflexiones sobre la forma
coloquial correcta en que escuchamos, vemos, o leemos libros, pero que no tiene
nada que ver con el idioma real que oímos en nuestras calles, tiendas,
reuniones, etc., ya que una cosa es lo correcto y de buen gusto, y otra la
realidad de las palabras al uso.
Presumir, de que nuestra lengua
es la tercera más usada en internet, que la hablan unos 560 millones de
personas (es la 3ª después del chino y del inglés), y que la estudian en todo
el mundo más de 21 millones de personas.
Se me ocurren muchas palabras
y frases que vemos normales, pero que no se corresponden con la cotidiana
realidad, pues si te pegas un porrazo inesperado en la cabeza o en el codo, no
dices “ay, ni cáspitas o jolines”, sino que lo que nos sale es un sonoro “coño,
que porrazo me he dado”.
Lo mismo que cuando nos
enfadamos con alguien en una discusión, no decimos “no te hablo más”, sino que
lo mandamos directamente a “tomar por culo”, y otras veces en vez de decir, ”me
estás hartando”, solemos decir que “nos están tocando los cojones”. Si reíros,
pero ¿No es esta la realidad?
Tampoco nos referimos ante
algún fastidio con “me estás fastidiando”, sino con un “me estás jodiendo, y lo
sabes”.
Si ya entramos en las
palabras insultantemente chulescas y agresivas, todos hemos dicho alguna vez,
“eres un hijo de puta”, o “me cago en…”, y poner en esos puntos suspensivos lo
peor que hayáis escuchado o la blasfemia más rebuscada.
Y si ya entramos en las
formas de diálogos al uso en los pueblos, pues lo que queráis pensar nunca se
acercará a la realidad de la cotidianidad,
ya que donde vivo, no se saluda diciendo un “adiós o hola”, sino “egeee,
o ajaa” y casi siempre con la palabra “copón” hilvanada en algún punto de las
frases a modo de coletilla.
Me vienen a la memoria
muchísimas palabras escuchadas en casi todos los cientos de pueblo donde estuve
por mi trabajo, y de verdad que es para escribir un diccionario de la realidad
de la lengua española.
Sin embargo, aún hay puristas
del idioma que se desgarran las
vestiduras con que la Real Academia de la Lengua tenga palabras en su
diccionario que son de uso común en los diferentes países hispano-hablantes, y
que no se emplean aquí o que no tienen el mismo sentido, (ya era hora que se
incorporasen académicos de toda Sudamérica), aunque ya con las telenovelas y
las películas dobladas en algunos de estos países, hemos aprendido medianamente
a comprenderlas.
Otro capítulo aparte sería
la influencia de los anglicismos en nuestra lengua, habiendo incorporado
palabras de uso cotidiano procedentes de ese idioma a nuestro diccionario, o
cómo en Estados Unidos está floreciendo lo que se llama el “hispanisinglis”,
que no es otra cosa que una jerga que utiliza palabras mezcladas de ambos
idiomas.
Gentes que leen
habitualmente, se quejan de que no comprenden las novelas de García Márquez o
de Vargas Llosa, ni los oscuros relatos de Borges o Cortazar, y que ven incomprensible
la poesía de Neruda o de Onetti, y que sin
embargo escuchan canciones en inglés, francés o suajili con la mayor
naturalidad del mundo, canturreándolas a menudo, por supuesto sin entender su significado.
Creo que muchos estarán
conmigo en que el idioma español es el que se escucha en las calles; y es que
el castellano o español es tan rico, que no se puede meter en el corsé de un
libro ni someterlo a estrictas reglas de pronunciación o entonación, y si me
apuran un poco, ni de escritura.
Eto, sa cabao.